Alicia esperaba sentada a que mamá acabara de poner las galletas para el recreo en uno de los muchos bolsillos de su mochila. Le encantaba aquella mochila de colores brillantes que habían elegido juntas en el centro comercial. Nada más cruzar la puerta de aquella inmensa tienda la descubrieron entre todas las demás y ella ya no pudo prestar la menor atención a ninguna otra. La suya era la mejor de todas las mejores del mundo y sentía el orgullo de quién lleva cargada a su espalda la cosa más hermosa que pueda existir. Como el caracol del otro día -pensó. Llevaba encima una casa preciosa. Parecía como todas, pero era mucho más bonita. ¡Cómo mi mochila! Yo creo que por eso sus antenas eran tan altas -reflexionó- porque se sentía muy feliz con esa casa. Alicia había tocado delicadamente sus cuernecillos aquel día, solo por el placer de ver cómo se ocultaban al leve roce de sus dedos.
Volvió a mirar a mamá que la verdad hoy parecía no haber despertado aún del todo. Tiene una cara esta mañana como la del lirón de mi cuento, musitó y se echó a reír por lo bajito. –Mamá tienes cara de sueño y pareces el bichito ese tan gracioso de mi libro. No esperó respuesta. Un ligero gorjeo acababa de llamar su atención en la ventana. Rápidamente giro su cabeza y se levantó de golpe en su prisa por acercarse a ella. Un pajarillo posado sobre el tendedero se agitó asustado y elevó el vuelo. La niña chasqueó con fastidio la lengua y volvió a sentarse. Pues si que tarda hoy mamá, murmuró y acto seguido gritó como si la vida le fuera en ello – Mamaaaaaaa… Y mamá sofocada y con cara de agotada ya a tan temprana hora apareció en el salón balbuceando una disculpa mientras ella como una exhalación pasó a su lado dejando en suspenso las palabras que su muy atribulada madre iba a pronunciar. -¡Ay! que me he olvidado el dibujo que le hice ayer a la seño. Le va a encantar ¿verdad mamá? A ella siempre le encanta todo lo que le hacemos y luego lo pega en la pared. Nuestra clase es la más guay de todas, ¿A qué si mamá?
Alicia fue desde siempre un torbellino absolutamente encantador. Sus diálogos no tenían fin ni tampoco su dulzura. Arrollaba a cualquiera con esa cabecita siempre ágil que saltaba cual ardilla de una rama a otra. Todo le interesaba. Nada escapaba a sus ojos ávidos de aprender y a una naturaleza presta a sorprenderse por todo y con todo. Se podría afirmar, sin riesgo alguno a incurrir en error, que todo en su persona era adorable.
Su carácter era alegre y al mismo tiempo, pese a su inagotable actividad, sabía detenerse y disfrutar en calma de cuanto sucedía en su entorno. Era la niña de los ojos de sus padres y de toda la familia. A su alrededor todo acontecía de manera suave y sin estridencia. Hacía apenas un par de meses que acababan de instalarse en la ciudad de la que partieran sus progenitores hacía ya algunos años. Ella nació, azares de la vida y del trabajo de ambos, en Londres, pero a papá le habían concedido finalmente el tan ansiado retorno a España. Ahora trabajaba en casa y de tanto en tanto debía volar a Madrid y pasar allí dos o tres días. Se lo contaron antes incluso de llegar su nuevo hogar y a ella le había parecido estupendamente. Estar a solas con mami le hacía sentir muy feliz. No es que no quisiera a papá, desde luego, más bien todo lo contrario, le quería a rabiar. Era muy divertido, el más divertido de todo el universo, pero mamá era otra cosa. Con ella sabía qué hacer en casa. Tenía desde siempre la sensación de que había un montón de cosas que podían explorar juntas.
Su llegada al nuevo cole había sido para Alicia una experiencia de lo más agradable. Sus papás fueron una tarde para hablar con la directora y su señorita. Estuvieron mucho rato en su despacho, le había contado por la noche mamá. Este, desde luego, le gustaba muchísimo más que el otro colegio. Aquí la gente es más graciosa, pensaba cada día. Y mi seño es la mejor de toditas las mejores. Nadie puede ser mejor que mi seño, pensó en medio de aquel torbellino de ideas y pensamientos que solían agolparse en su cabeza. Y mis amigos… ¡que buenos son mis amigos! Y Marita, ella sí que es guapa y buena, con ese pelo tan rubio y tan largo. Y no es nada presumida. Es la niña más guapa de todas las guapas de mi cole. Y Diego es tan bueno y tan cariñoso que me defiende de todos. Su pensamiento, de repente, frenó en seco. Volvió a la realidad y gritó una vez más -mamaaaaaá… que no llegamos. Y mamá apareció justo entonces ya enfundada en su abrigo, con el gorro calado hasta las cejas, y con una larga y vistosa bufanda que enrolló en su cuello, le dio la mano y por fin salieron juntas. Papá no estaba en casa estos días por eso mamá iba siempre tan apurada. Él y ella siempre lo hacían todo juntos y se ayudaban en todo.
Una vez en la calle caminaron deprisa. El colegio de Alicia quedaba tan solo a diez minutos de su casa. Eso le gustaba un montón. Es bueno vivir en una ciudad pequeñita, decía para sus adentros cada mañana. En Londres todo le parecía, cada vez que lo recordaba, inmensamente grande y costaba mucho más ir a todos los sitios. Llegaron justo a tiempo. Desde la esquina pudieron escuchar la música que anticipaba el momento de la entrada. Apresuraron sus pasos y al llegar le dio un rápido beso a mama en la mejilla y corrió hacia la puerta del edificio. En su loca carrera casi atropella a Marita. pero paró en seco para acompasar sus pasos y entraron juntas a clase. La mañana fue transcurriendo con la habitual normalidad. Su seño escribió unos sencillos problemas en el encerado con su preciosa letra y ella los copió para resolverlos en su cuaderno. Le encantaban las matemáticas. Bueno en realidad le gustaba todo en el colegio. No se aburría ni un solo momento. Las horas pasaban volando allí adentro para ella.
De repente sintió ganas de salir al baño. Algo debió sentarle mal aquella mañana. Levantó inquieta la mano para pedir permiso y su maestra se lo concedió de inmediato. A aquella hora no había nadie. Eso la tranquilizó. Le habían entrado unas ganas terribles de hacer popó y ella era muy pudorosa. Necesitaba de absoluta intimidad desde muy chiquitina. Salió deprisa y algo apurada entró al cuarto de baño. Aliviada su urgencia se dio cuenta de que faltaba papel higiénico en el sitio acostumbrado. Se lo tomó con calma y de inmediato dijo para sí -Bah, ahora no hay nadie así que puedo salir. Dicho y hecho, sujetó con cuidado la camisa, la subió un poco por encima del ombligo y con los pantalones a la altura de los tobillos salió casi a saltitos en busca del preciado material. No bien avanzó unas baldosas apareció de frente una niña de la clase de al lado. La miró de arriba abajo extrañada y de repente reparó en algo inusual. Se detuvo perpleja y como un movimiento instintivo y no deliberado abrió mucho la boca y comenzó a gritar -Alicia es un niño y tiene pito, Alicia tiene pitoooooo… Y lo repitió, como si estuviera en trance, una y otra vez. De súbito las paredes del colegio se estrecharon en torno a una Alicia asustada y temerosa que no sabía bien qué hacer. La puerta se abrió de par en par y el espacio se llenó de cuerpos adultos que, sorprendidos, trataban de saber qué ocurría. Su profesora, al ver por primera vez a su alumna paralizada, se hizo cargo de inmediato de la situación. La ayudó a asearse, le colocó bien la ropa y juntas fueron de la mano a clase. Cruzó unas breves palabras con sus compañeros antes de entrar y cerrar cada uno de ellos las puertas de sus respectivas aulas. Después habló con sus alumnos del asunto. No contó demasiado. Los niños que aún no han cumplido siete años no necesitan ni piden tampoco demasiadas explicaciones. No son necesarias. Nada distinto hubo durante el resto de la mañana. Sus amigos fueron, como siempre eran sus amigos, los mejores del universo más grande de todos los universos que pudieran existir.
A la salida informaron en el cole a mamá de lo que había sucedido y ella la tranquilizó. Aquella noche durmieron juntas en la cama grande y su mami la abrazó con mucha fuerza. Al día siguiente en el colegio todo fue normal. En el recreo un niño se le acercó y le dijo -pues dice mi papá que tú eres maricón. Alicia se paró en seco y preguntó con sorpresa – ¿Y eso qué es? El niño la miró, encogió sus hombros y contestó – pues no lo sé la verdad. Después de eso sonrío e hizo un gesto como de no importarle lo más mínimo fuera lo que fuera aquello. Alguien les lanzó una pelota y los dos comenzaron a correr con entusiasmo detrás de ella, quitándosela con pericia uno al otro de los pies.