A 177 años de la proclamación de la Separación de los pueblos de la parte este de la Isla  Hispaniola, y cursando el mes de febrero, consideramos si se quiere, adelantar un artículo sobre el tema, y describir aquí algunos enigmas del proceso de independencia y algunos paralelismos, junto a la innegable, creemos nosotros, influencia de la revolución americana, más que de la revolución burguesa de Francia, de 1789, en el pensamiento y desarrollo e influjo conceptual, en la efemérides separatista o independentista dominicana.

La llamada Revolución Americana, que comenzó el 20 de noviembre de 1775, dio origen a la proclamación de independencia de los Estados Unidos, del 4 de julio del año siguiente y, luego de doce años de gestación constitucional, en Filadelfia, la más importante ciudad del Estado de Pensilvania, en 1788, es promulgada la Constitución americana. Por ello, y no basándonos solamente en la anterioridad de estos eventos, con respecto de los de julio de 1789, sino por el peso político y los resultados históricos, y hasta de desarrollo, los consideramos como una influencia más determinante, que a la misma revolución francesa.

El aquelarre francés que comenzó en la Bastilla no trajo derechos ni libertad a los hombres, ni incluyó a la mujer, sino hasta 1792, por la lucha de Madame De Gougues, ni igualdad ni fraternidad, como su lema sostiene, ni tampoco la abolición de la esclavitud, en la Francia pre-napoleónica. Lo que trajo fue un baño de sangre que arrastró a la muerte a los propios gestores y padres de la revolución: Danton, Robespierre, Marat, entre otros.

Mientras la revolución americana, que tampoco eliminó el trabajo esclavo, si trajo, décadas después, con la llegada de la revolución industrial de mediados del siglo XIX, el proceso de organizar las primeras superestructuras industriales y de tejidos y siderurgia, logrando dividir, un norte industrializado, de un sur agrícola y esclavista. En cambio, los postulados de la revolución francesa fueron mandados a guardar por siglos y, acaso el único artefacto tecnológico que aportó, al desarrollo de Francia y por ende de toda Europa, fue la invención de la guillotina, diseñada por el Doctor Guillot, para decapitar opositores o por la simple sospecha de serlo. Resaltando aquí, que ninguno de los dos procesos políticos, el europeo y el americano, lograron, o programaron eliminar la esclavitud: los gestores de ambos procesos, aun entre ellos, George Washington, Jefferson y Adams, tenían un número determinado de esclavos africanos en sus propiedades y haciendas.

En este marco mundial, con las innegables influencias, es que se comienza a gestar el proceso de independencia dominicana, liderada, creo yo, no por los liberales como se hizo en las otras naciones americanas, sino diseñada, animada, financiada y proclamada por el sector conservador. Por ello se establece claramente que ninguno, o casi ninguno de los Trinitarios, comenzando por Juan Pablo Duarte, tuvieron algo que ver o participación activa en el proceso de separación de Haití, a la que fuimos entregados en cesión, el 9 de febrero de 1822, y no mediante la mentida ocupación haitiana. Baste ver la página 187 y siguientes, del libro “Los documentos básicos de la historia dominicana“, de Wenceslao Vega.  No hay registro histórico alguno de batallas o enfrentamiento con Haití, sino hasta 1844, luego de la proclamación del Acta de separación dominicana, redactada por Tomas Bobadilla, del 16 de enero de 1844, fecha que debería ser la de la real independencia y no la del 27 de febrero, noche en la que no sucedió nada digno de consignar en la historia.

Por ello no hay una sola proclama, salida de la boca y voluntad de Duarte y los Trinitarios, relativa a la separación o independencia dominicana. Aunque Duarte es el gran ausente del proceso, es innegable también que Duarte es el Alma de la república. Esa Acta de separación, obra de Bobadilla, tiene un introito que describe un estado de cosas, a partir del 1822, que ha alentado, no solo el odio histórico entre haitianos y dominicanos, sino también la excusa para que algunos historiadores, crearan la fábula de la supuesta invasión haitiana, en momentos, en los que, en la expresión geográfica llamada Isla de Santo Domingo o la Hispaniola, había un solo estado, la república de Haití, desde el 1 de enero de 1804, y la República Dominicana no existía aun.

Franklin J. Franco, en “Los negros, los mulatos y la nación dominicana“, describe la conformación social de esa génesis nacional, que aún no era Estado, porque no estaba políticamente organizada, y menciona: que “estaba compuesta por blancos españoles, negros africanos, mulatos como hijos propios de la mezcla con la negritud. Los primeros eran ciudadanos españoles de ultramar, los criollos eran los nacidos en la isla, entre otros grupos minoritarios“. Ello explica el hecho de que seamos la única colonia europea de ultramar, que se haya liberado de otra ex colonia de ultramar, y no de los amos continentales europeos. Por ello, además, el Acta de separación de enero de 1844, hace mutis, no dice nada, en sus extensas once páginas, en cuanto a la separación o independencia de la corona española, porque estábamos en el interregno de abandono de la España colonial, desde 1809, con la llamada España boba, por ello, también, el letrado José Núñez de Cáceres, proclama, en diciembre de 1821, no la República Dominicana, que no existía, sino la independencia del Haití español, es decir, que habría, sino falla su efímero intento, dos Haití en la misma isla.

Haití nos antecede en cuatro décadas, en cuanto a la proclamación de un nuevo estado libre e independiente. En su momento, la más rica colonia europea en Las Antillas fue un ejemplo de libertad para el mundo, suprimió la esclavitud 59 años antes que Lincoln lo hiciera, el 1 de enero de 1863. Pero en Haití, aun hoy, todo gira en base al color de la piel, a la negritud, que es la base, si se quiere, de su ideología política y de los avatares de su historia nacional, desde su fundación, o tal vez antes, la palabra blanco, es sinónimo de extranjero. Haití, en sus orígenes fue tanto imperio como república: nació con el fantasma de la división, con una república en el norte, con la proclamación de Gonaïves, y un imperio en el sur, en Port au Prince y Petionville.

La dominicanidad fue construida, u obligada a construirse y formarse, por medio de acentuar y arraigar la negación de lo haitiano, de la negritud, de la huella y la raigambre cultural y racial africana, afincada en pleno Mar Caribe, gracias a las divisiones y tratados de dos potencias europeas, es decir, la Corona española y el Imperio francés. Desde ahí, estamos obligados a vivir juntos.