En la entrega de la semana pasada terminábamos haciendo referencia a Martin Seligman, padre de la psicología positiva, y a Shoshana Zuboff autora del libro “La era del capitalismo de vigilancia. La lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder”. El primero para explicar el aumento de la infelicidad en el mundo contemporáneo, señala tres factores: la preferencia por buscar atajos para el éxito y la felicidad; el creciente aumento del individualismo, en segundo lugar, lo que contribuye con la pérdida del valor del Otro y con ello la familia, la comunidad, la nación; y en tercer lugar, la pérdida paulatina del control del propio comportamiento. Zuboff por su parte, habla de que estamos frente a una arquitectura global de modificación de la conducta que amenaza con transfigurar la naturaleza humana. Todo luce que la mente humana y por consecuencia el comportamiento, se ha convertido en la materia prima por excelencia y con ello, el desarrollo de una gigantesca plataforma de control social por la vía del desarrollo de las tecnologías de la información y las aplicaciones de la inteligencia artificial.

La irrupción y desarrollo del capitalismo ha transformado de manera radical la vida humana y todo su entorno. Hay quienes señalan que la principal materia prima a explotar está muy lejos de lo que se consideró con el desarrollo del capitalismo industrial y postindustrial, cuyo modelo de economía se centró en los recursos naturales. Como consecuencia, hoy estamos ante lo que se augura como el colapso del ecosistema por el desarrollo de un modelo económico que no ha dudado en su propósito de explotar, hasta el agotamiento, los recursos del planeta, el hogar común de todos, en función del beneficio de quienes controlan el capital. Grandes porciones de tierra que otrora eran zonas de bosques están hoy desérticas. Caudales de ríos secos, agotados, sin una gota de agua van configurando grandes territorios desérticos ante la tala indiscriminada de bosques como de la extracción de materiales. Gaia que se reciente y nos hace vivir situaciones difíciles ante fenómenos naturales que se manifiestan cada vez más violentos e inesperados.

Por otra parte, una nueva “industria” de transformación de materia prima se ha venido forjando desde principios de los ochenta y que tiene como recurso la mente humana, depositaria de las creencias, ideas, pensamientos, emociones y sentimientos, actitudes y con ello todo el influjo que nos conduce a comportarnos de alguna u otra manera. La mente que contiene las capacidades cognitivas que nos permiten enfrentar el mundo en su totalidad como a nosotros mismos, generando sensaciones, imágenes y sentimientos, que terminan expresándose en nuestras intencionalidades y nuestros comportamientos, es hoy la apuesta de un gran negocio que tiene como principal propósito el control del comportamiento y la mente, a través de complejos sistemas informáticos que nos van situando a todos en algún perfil humano-social del negocio, siendo posteriormente condicionados a través igualmente de otros complejos procesos de comunicación persuasiva a través de las redes y los medios de comunicación social al consumo innecesario e incontrolable.

En una entrevista al célebre sociólogo polaco Zygmunt Bauman por la revista alemana Die Zeit en noviembre del 2005 y que aparece en la página www.bloghemia.com  y ante la pregunta ¿cuál es la diferencia entre las sociedades postindustriales de hoy y sus predecesoras totalitarias? ¿Qué hay de nuevo hoy? Bauman responde lo siguiente: “Hoy vivimos en lo que llamo modernidad fugaz o fluida, en sociedades de consumo en las que las relaciones humanas se limitan a un goce pasajero. Las personas solo son valiosas mientras brinden satisfacción. Dos necesidades elementales se oponen entre sí en estas sociedades: el deseo de tener un refugio seguro en el mar revuelto y la necesidad de ser libre al mismo tiempo, tener las manos libres, tener libertad de acción. Aquellos que pueden romper los lazos no tienen que hacer un esfuerzo para mantenerlos. Puede disfrutarlo como un consumidor gratuito y luego tirarlo. Pero si todos pueden traer una relación humana a la tienda para intercambiar, ¿dónde están los espacios en el que puede crecer el sentimiento de responsabilidad moral por el otro? En la ética moderna tradicional se trataba de obedecer reglas, pero la moral posmoderna requiere que todos asuman la responsabilidad por sí mismos. Ahora el hombre se mueve como un vagabundo que tiene que decidir individualmente qué es bueno y qué es malo. Esta fue una buena noticia hasta que el consumo colonizó las relaciones interpersonales.”

Cuando se publicó aquella novela distópica, 1984, escrita por George Orwell hacia el 1948 y publicada en 49 de ése mismo siglo, nos adelantó la realidad que hoy vivimos. El Gran Hermano hoy nos acompaña día a día, no ya en aquella habitación 101 de la novela, monitoreada por la policía del pensamiento y de la neolengua, sino por todos esos cacharros que hoy son parte de la extensión de nuestro cuerpo y nuestra mente, celulares y computadoras personales, entre otras cosas.

Sin poner en duda las posibles buenas intenciones de B. F. Skinner, uno de los más connotado y reconocido conductista, cuando escribió aquel libro que en su primera edición en español tuvo como título “Más allá de la libertad y la dignidad[1] y en el cual esbozó sus ideas acerca de la aplicación de la tecnología de la conducta como vía de solución a los problemas que ya entonces enfrentábamos en el mundo, dudo que pudiera prever los usos que se harían a sus ideas.

Desde su primer capítulo titulado Una tecnología de la conducta, Skinner describe los grandes problemas y retos que enfrentamos como humanidad: seguridad, explosión demográfica y hambre, guerras e industria armamenticia, vivienda y transporte, así como contaminación, entre otros, argumentando que las soluciones hasta ahora implementadas no han hecho otra cosa que agravar los problemas antes descritos. Pero según él, “debemos llevar a cabo cambios enormes por lo que a la conducta humana se refiere”, señalando incluso que “no debemos continuar, como en el pasado, con lo que hemos aprendido por experiencia personal, o gracias a lo que sabemos a partir de esa serie de experiencias personales que llamamos historia, o de esos otros destellos de experiencia que surgen aquí y allá en la sabiduría popular y en las reglas prácticas más elementales. Nos dice que durante muchos siglos esto es lo que hemos tenido a mano… y así nos luce el pelo”, agregando a seguidas: “Lo que necesitamos es una tecnología de la conducta”.

Su argumento se hace muy polémico cuando, desde una postura crítica a los modelos explicativos que le precedieron, dice: “… casi todo el mundo sigue atribuyendo a la conducta humana intenciones, propósitos, objetivos y metas” y por si fuera poco, argumenta: “La conducta, sin embargo, todavía se atribuye a la naturaleza humana y existe, de hecho, una amplia “psicología de las diferencias individuales” en la que a los individuos se les compara y se les describe en términos de peculiaridades de carácter, capacidades y aptitudes”. Sin embargo, alerta sobre la tendencia a explicar cosas que suceden en la realidad concreta y observable a partir de entidades mentales que no podemos ver y dice: “Muy probablemente adoptamos esta estrategia, no tanto por falta de interés o posibilidades, cuanto por causa de una convicción antigua y arraigada según la cual la conducta humana, en su mayor parte, carece de antecedentes de importancia. La función del hombre interior consiste en proporcionar una explicación que a cambio no pueda ser explicada. La explicación concluye pues, en ese hombre interior”.

Skinner avanza su exposición para justificar una tecnología de la conducta, poniendo en jaque dos conceptos asumidos históricamente como fundamentales acerca del ser humano: su dignidad y su libertad, por tanto, autónomo en el sentido de que su conducta no tiene causas. Sin embargo, argumenta él, “esta puerta falsa va poco a poco cerrándose conforme se van descubriendo nuevas evidencias de la previsibilidad de la conducta humana”.

El tema se hace complejo y se complejiza aún más cuando en la práctica adquiere un determinado sentido y propósito más allá del bien común, como es el del control de la mente y el comportamiento humano a través del desarrollo de unos algoritmos informáticos para alcanzar fines que no necesariamente contribuirán con el bienestar y la felicidad de todos los seres humanos.

Cuando a través de Netflix apareció aquel documental “El dilema de las redes sociales”, donde sus productores pusieron al descubierto los grandes riesgos al que nos exponemos pues a través de las redes sociales “nos observan, nos escuchan y nos manipulan”, nos escandalizamos. Sin embargo, nada ha detenido el desarrollo de éstas. Lo más gracioso de todo esto es lo inocuo que nos parece nuestra exposición a través de las redes sociales.

¿Hacia dónde conducirá todo esto? ¿A qué tipo de sociedad nos dirigimos? ¿Dónde quedarán aquellos conceptos humanos que históricamente se han enarbolado como fundamentales como son el de libertad y dignidad humana? ¿Cuáles serán sus repercusiones éticas?

Si te sientes con ganas de seguir profundizando en este tema, no dudes de visitar el siguiente sitio web La vigilancia consumista | por Zygmunt Bauman (bloghemia.com) en que Bauman reflexiona sobre “La vigilancia consumista”.

Hace muy poco tiempo apareció algo que llaman chatgpt, una aplicación basada en Inteligencia Artificial que interactúa de manera conversacional, en un formato que permite que la misma responda las preguntas que se le formulan, pero incluso, que llegue a admitir errores y otros procesos más complejos. Resulta muy curioso que Elon Musk, como otros tantos líderes del mundo de la industria tecnológica, pida una pausa en la carrera del desarrollo de la Inteligencia Artificial por considerar que está “fuera de control” y señalando “riesgos profundos para la sociedad y la humanidad”. ¿Cuáles son esos riesgos profundos que ponen en juego nuestra existencia?

Termino con la misma frase que en la anterior entrega, algo extraño está sucediendo, pero con el propósito de seguir reflexionando en torno a este tema.

Todo sobre Mente (psiquiatria.com)

1984, aquella novela distópica

 

No tengo por qué recordar cosas, ni mucho menos hacer uso de mi capacidad lectora y de pensamiento, si cuento con tantas herramientas que de manera inmediata me dan las respuestas a mis inquietudes y necesidades.

[1] Skinner, B.F. (1972). Más allá de la libertad y la dignidad. Editorial Fontanella, S.A. Barcelona.