Para una persona como yo que nació en el 50 del siglo pasado, habiendo cumplido sus 72 años, no puede dejar de pensar en las muchas cosas que hoy suceden; algunas no dejan de asombrarme, otras me envuelven en ciertas preocupaciones, y otras tantas me resultan extrañas. Por supuesto, los seres humanos en todas las épocas en esa capacidad de creatividad inmensa y de ingeniosidad singular, nos hemos deleitado con obras de artes que traspasan épocas, como también de otras tantas cosas que no dejan de cuestionarnos acerca del sentido del ser humano y el significado de lo que hace.

Hoy vivimos una cultura de la exterioridad sin límites que nos conduce de la mano por el mundo del selfi y del fitness, como también del body arts. El cuerpo es hoy objeto de una especie de idolatría. Hombres y mujeres se muestran por igual en el mundo de las redes y parecería que estuviéramos más “preocupados” y “ocupados” en “aquello que se ve, prestándole quizás muy poca atención a lo que no se ve”. Por supuesto, hay de todo “como en botica”, diría un amigo mío. El selfi, en muchas ocasiones, es como la eternización de lo ridículo, por no usar otra palabra que resulte ofensiva. Gestos y miradas que suelen eternizarse en él, parecen ser sacadas del mundo de lo grotesco.

Y claro, en ese mundo del espectáculo principalmente virtual, se incentiva el “vacío” y ante él, la pérdida de lo que le da sentido a la vida y nos permite disfrutarla a plenitud, el otro como alteridad, lo diferente a mí pero que en su complementariedad me conduce por la senda del amor, la mansedumbre, la amistad, el compartir, la solidaridad, la bondad… y todas aquellas virtudes que nos permitieron llegar a lo largo de nuestra historia a lo que somos hoy como seres humanos, ¿y seguiremos siendo?, muy a pesar de las barbaridades que históricamente y a diario nos golpean la frente y nos afligen el corazón. Pareciera ser una época centrada en el “yo”, el ego en todo su esplendor.

Byung-Chun Han nos habla de una “sociedad del cansancio” que muchas veces nos conduce hacia lo absurdo como estilo de vida: constituyéndonos en víctimas de nosotros mismos mediante la auto coerción y la auto explotación; o una “sociedad de la infelicidad” al decir de Martin Seligman. Aunque por distintos caminos, ambos terminan reafirmando lo que aparece a la vista: las enfermedades de la mente como el mal de la época, que como dice la Organización Mundial de la Salud, se ha constituido hoy día en el principal factor de riesgo, sumergiendo a muchos en la tristeza profunda, la soledad y la depresión. Y a algunos, por supuesto, al suicidio.

En ese mundo lo que se pone de manifiesto y se hace moda, es justamente lo contrario a lo que fue lo estético, pues lo burdo, lo feo o, incluso, lo desagradable y grotesco, es lo que hace famosos y famosas a muchas personas. Por supuesto hay quienes que, en su sensibilidad y habilidad mercadológica, hacen de eso el objeto de deseo y disfrute de muchos, pues es lo que vende y produce dinero: millones, según se dice. El mercado dicta la ley del gusto y del disfrute.

¿Es la respuesta o reacción a aquellos modelos de bellezas de las pasarelas y revistas de sociedad y moda que nos han mostrados cuerpos delgados y tonificados, coronados por una cabellera hermosa, pero de rostros que parecen sin vida? ¿Se trata de una fenomenología de lo grotesco? ¿Son las dos cosas al mismo tiempo?

Ante lo burdo, lo feo, lo desagradable y hasta lo grotesco que vende, de qué me serviría la contemplación, la meditación, la interiorización del yo, y, por supuesto, el silencio y la quietud como herramientas de la armonía y el florecimiento. Posiblemente de muy poco. La contemplación del amanecer o del anochecer, de una luna llena con cielo despejado, de la lluvia caer sobre el prado o el asfalto, de un colibrí en equilibrio total y perfecto libando de alguna flor que se le ofrece en su colorido y en su aroma; de la sonrisa cautivadora de la niñez o del amor furtivo, como incluso, del río que serpentea entre rocas y troncos, u olas que irrumpen en la roca afilada, o de un cuadro de Monet o Cézanne, de Miguel Ángel o Gauguin, como de Gergard Richter por mencionar algunos de los pintores contemporáneos de fama… ¿pierden muy pronto su capacidad de atraernos y extasiarnos?

En la época que vivimos, las redes sociales, como los medios de comunicación social, son el principal vehículo de expansión y al mismo tiempo, de condicionamiento mental. Dejamos de pensar y decidir lo que más nos puede gustar, pues hay otros que deciden sobre lo que me puede motivar o no, por el gusto, incluso subjetivo, de las cosas. Son ellos los que brindan los cánones de la belleza como incluso lo que cautiva y da sentido a nuestras vidas.

Poco a poco el control sobre nuestro propio comportamiento se desvanece, lo vamos perdiendo, constituyéndose en una razón muy poderosa que nos aleja incluso del bienestar y la felicidad. La pérdida del control de nuestros deseos y pensamientos como incluso nuestros propios comportamientos es un factor de infelicidad poderoso según Seligman, que unido a la búsqueda permanente del éxito y el placer a través de atajos y el individualismo, profundiza ese estado anómico en el que vivimos.

¿No les parece que es algo extraño lo que está sucediendo? En la sinopsis de su libro “La era del capitalismo de vigilancia. La lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder” de Shoshana Zuboff se dice:

“Está en juego algo de la máxima importancia: toda una arquitectura global de modificación de la conducta amenaza con transfigurar la naturaleza humana misma en el siglo XXI de igual modo a como el capitalismo industrial desfiguró el mundo natural en el siglo XX.

…las amenazas a las que se enfrenta la sociedad del siglo XXI: una “colmena” controlada y totalmente interconectada que nos seduce con la promesa de lograr certezas absolutas a cambio del máximo lucro posible para sus promotores, y todo a costa de la democracia, la libertad y nuestro futuro como seres humanos”.

Definitivamente, algo extraño está sucediendo.