Se nos fue Alejandro Nieto. Ya estaba despidiéndose de nosotros. Él mismo lo confesó en su magnífico libro El mundo visto a los 90 años: “La muerte no es de ordinario un acto súbito porque nos vamos muriendo cada día en la medida en que ininterrumpidamente nos estamos despidiendo de algo entrañable que formaba parte de nuestra vida: de las costumbres, de las compañías, de los amores, de las obras que se empequeñecen paulatinamente hasta desaparecer por completo, de los proyectos inacabados que se abandonan. Día a día, paso a paso todo se va borrando”.
Lo cierto es que, independientemente de esta observación propia de un realista empedernido e impenitente como lo era Nieto, que se mantuvo, sin embargo, activo intelectualmente pasados los 90 años, su muerte no borra el legado imperecedero de su gran obra como maestro del Derecho, que abarca, por solo citar algunos de sus más importantes libros, sin contar sus artículos especializados y en la prensa, el célebre manual Derecho Administrativo Sancionador, sus monografías sobre el desgobierno y la corrupción pública, sus libros sobre teoría del Derecho como El arbitrio judicial y Crítica de la razón jurídica, y sus ensayos históricos, en especial Los primeros pasos del estado constitucional y Mendizábal: apogeo y crisis del progresismo civil, y su libro de memorias Testimonio de un jurista (1930-2017).
Pero, además y sobre todo, la partida de Nieto no borra la huella indeleble que dejó en sus discípulos, no solo en España, sino en el resto de Iberoamérica. Aquí no puedo dejar de testimoniar lo mucho que significó para mí conocer al gran maestro, en una de sus vacaciones en el país, cuando, gracias a nuestro amigo Olivo Rodríguez Huertas, pude conversar con él por vez primera y tuvo el tiempo de hacerme valiosas observaciones a mi manual de Derecho Constitucional, que ya Olivo le había regalado.
En otra visita al país, pudimos cenar en casa, con la presencia del historiador Frank Moya Pons. Nieto y Moya Pons se coaligaron históricamente para obligarme a bajar el volumen de la música ambiental. Ese día entendí en carne propia lo que decía el maestro en uno de sus libros: “Quienes bailan o botan al compás de una música horrísona no son conscientes de su volumen o, al menos, no se sienten molestados por ella, antes al contrario”.
Hay una entrevista en Gaceta Judicial, que le hiciéramos Olivo y este servidor en el año 2006, donde Nieto siembra en los juristas dominicanos la semilla que luego veríamos florecer en la Ley 107-13 de procedimiento administrativo, cuando afirmaba que “el derecho administrativo también tiene sus garantías. A veces parece que el único que ofrece garantías es el derecho penal. El derecho penal ofrece garantías muy antiguas, esa es la ventaja que tiene, pero el derecho administrativo -y ahí están las leyes de procedimiento administrativo donde las hay- ofrece muchas garantías”.
Alejandro Nieto fue un verdadero grande del Derecho, un sabio irónico, un espíritu radicalmente crítico e incuestionablemente honesto, intelectual generoso e incansable, universitario a carta cabal, amigo fiel, apegado a su tierra hispana y, como historiador, consciente que los dominicanos, del país que tanto visitó y donde tanto se le admira, lucharon siempre, como afirmaba Peña Batlle, “por no dejar de ser españoles”. R.I.P. Maestro inolvidable.