De entrada, era temible. Parecía a todas luces sacado de un texto tenebroso. Habita en un video cuya finalidad sea aterrorizar al espectador y dejarlo con algunas cuantas variantes para la huida.
Con su vestimenta había infundido en mi un extraño temor, muy parecido al que en la infancia te provocaban las fílmicas de las sesiones espiritistas europeas.
Uno combina estas fílmicas con otros recuerdos bien lejanos. Todo está allí para impresionar al espectador del video. Había sido una crónica que había logrado su efecto: lo vimos tomar en sus manos algún gallo, y lo que ocurrió después es algo que habrá quedado grabado en los celulares de los que estuvieron en el sitio.
Cuando pasábamos en los ochentas por la avenida Independencia pensábamos en el Barón que reinaba allí en ese lugar, material para nuestros antropólogos.
Lo que digan los oficiantes de este antiguo ritual de seguro tiene claro lo que ocurre en la política. No vimos a Martelly en estos rituales sino en otros: el baile con su ritmo pegajoso del Kompa, algo que sabemos que ocurrió cuando vino a un importante restaurant capitalino. Llamé al sitio y la muchacha me dijo que había sido todo un éxito “con la gente de ellos”.
Recién estuve en ese mismo restaurant y volví a ver que allí está Ronnie Wood con su guitarra, lo mismo que el traje rojo de Elvis. Imaginar un concierto de Kompa al lado del Stone obedece a un claro clamor democrático, Wood que también es un gran pintor: hizo la carátula del álbum Crossroads de Eric Clapton y varias de sus obras se exhiben en el teatro drury de Londres.
Lo asombroso del tipo –me refiero al del video, no a Ronnie–, era su vestimenta, y de la manera en que se comportaba. Vestir todo de negro con un sombrero blanco es una señal. El misterio es enorme como ocurre en las películas que tienen al vudú como centro, sin olvidar La Serpiente y el Arcoíris. Hoy podemos decir que tenemos temor a que quiera enviarse una señal mágica para que los rituales estos se apoderen de las masas, en plena revuelta.
El sombrero blanco del señor tenía que impresionar a muchos. Uno se queda con la impresión de que eso que vimos en Dajabón –una multitud de vendedoras–, tiene el mismo estilo en el vudú.
La noche haitiana tiene que tener ese misterio que todos hemos visto. Algunos de los celebrantes quieren decir que esa religión los sostiene, pero es cierto que los haitianos que conozco no han experimentado en Santo Domingo con estos rituales.
Confieso que soy adicto al cine de terror, por lo que todo lo que signifique historias del Barón Del Cementerio y el largo etcétera, me gustan muchísimo. Ver la riqueza cultural haitiana es otra manera de enfrentar la situación que enfrenta el vecino país. Un país que no solo es deforestación, inestabilidad política y pobreza.