Recientemente, en un hecho lamentable un niño de unos 12 años que compartía junto a su padre y otros familiares del carnaval en Santiago, murió fruto de una bala expulsada de un arma de fuego supuestamente a manos de un agente de la Policía Nacional. Nos abruman los titulares de mujeres que pierden la vida a manos de sus exparejas y de moda se han puesto las noticias de personas desaparecidas; me pregunto ¿qué está pasando con nuestra sociedad?
Vivimos en un tiempo donde se resalta el precio de las cosas, dejando de lado el valor de la persona. Nos encontramos en una época donde los jóvenes tienen la aspiración de tener riquezas, poseer vehículos y objetos de marcas costosas, importando poco la procedencia de sus haberes. Todos quieren ser influenser, ticktoker, ser famosos y tener muchos seguidores, sin pensar en la importancia de ser un buen médico, maestro o abogado.
La transculturización es un fenómeno por medio del cual palabras, costumbres, música y hasta gastronomía penetran en nuestra sociedad desplazando la cultura nacional, sustituyéndola por la de tierras extranjeras, el ejemplo más simple es la fiesta del día de brujas. La globalización, la apertura del internet conjuntamente con el avance de las tecnologías de la información y las comunicaciones ha producido un efecto de tipo positivo y negativo.
Si bien es cierto que dicho avance ha posibilitado la apertura e interconexión de los países, acortando distancias donde una persona puede estar en una reunión virtual en otro país a miles de kilómetros solo con un click, no menos cierto es que se ha incrementado el proceso de transculturización, donde se pierde poco a poco la identidad nacional y los jóvenes buscan por todos los medios adquirir cosas materiales sin importar el contenido ético y moral que deben sacrificar para alcanzar su objetivo.
Sin lugar a dudas agoniza nuestra sociedad. Nos encontramos inmersos en un proceso en el cual la vida humana está siendo relegada para darle preponderancia al YO (yo soy, yo tengo, yo puedo) sin pensar en colectivo (nosotros). Las autoridades no son ajenas a ese proceso, nuestros policías, militares, autoridades del órgano judicial, funcionarios públicos en sentido general no vienen de otras sociedades. No son suizos, ni de júpiter. Nuestros servidores públicos son hijos de esos barrios, son personas criadas de manera común en esa sociedad que está enferma, una sociedad que pide a gritos sanar, que necesita una cura urgente llamada EDUCACIÓN.
Y no me refiero a la EDUCACIÓN, formal, a cumplir muchas horas de créditos educativos en un salón de aulas, me refiero a la educación en valores, a la formación de hogar. Como decía mi querida Dominga Minaya que “hay gente que estudia pa’bruto”. Es hora de volver a las normas de cortesía básicas (saludos, buenos días, gracias, por favor). Es imperativo retornar al respeto que debe ser doble vía, porque la autoridad debe respeto al ciudadano, pero el ciudadano debe respeto a la autoridad. Hasta que no entendamos que hace falta educarnos, que hace falta retomar los valores de la dignidad, la honestidad, el trabajo, la solidaridad, tendremos que perder muchas vidas más por situaciones que con un poco de educación, tacto y mesura pudieron haber sido evitadas. Es hora de despertar, aún estamos a tiempo.