Nadie ignora lo complejo del mundo de hoy. Unos hablan del agotamiento del sistema capitalista, otros, que se trata de su recomposición. Hay quienes plantean, al mismo tiempo, que el orden económico internacional impuesto tras la segunda guerra mundial parece no responder a la nueva coyuntura económico-política que impera actualmente. Por supuesto, el crecimiento económico y la influencia política y económica de China en el ámbito mundial, es hoy una realidad innegable, que cambia el panorama radicalmente.
Los cambios climáticos se muestran de forma ostensibles. Las confrontaciones bélicas en Europa, como en el norte de África, han provocado “daños colaterales” sustantivos; de manera muy particular, el incremento de una masa humana migratoria que busca el sosiego en otras partes, perdidos sus bienes y familiares, como las esperanzas de una solución real a las situaciones vividas en sus respectivos países. Se produce mucha riqueza, solo que muy mal distribuida y, como consecuencia, también se ha incrementado la pobreza en el mundo. Como si fuera poco, la esperanza de vida ha aumentado de manera significativa y con ello, una población envejeciente que ha crecido de manera significativa, sin que los gobiernos y, por supuesto, los sistemas de salud estuvieran preparados para ello. Al mismo tiempo, una población juvenil significativa no ha encontrado respuesta positiva en los sistemas educativos de sus países, dedicando sus vidas a múltiples actividades, algunas de ellas de dudosa reputación. Los organismos internacionales han empujado a los países a realizar reformas educativas en sus sistemas que aún no han mostrado su eficiencia y eficacia cuando se trata de ofrecer una educación de calidad a las nuevas generaciones que han ido emergiendo. El desarrollo impresionante de las tecnologías ha generado nuevas maneras de hacer cosas, como de relacionarnos, además de nuevas maneras de control de la población, pero al mismo, como señala Manuel Castells, un nuevo ejercicio del poder en diversos sentidos. Hoy la persuasión es una forma de poder muy compleja y que ha ido transformando nuestros esquemas mentales y conformando múltiples comportamientos para unos determinados estilos de vida muy alejados del bienestar y la felicidad. Los liderazgos políticos de postguerra han desaparecido y un nuevo personaje técnico-burócrata desde los organismos internacionales ha emergido imponiendo nuevas políticas como reglas de juego inesperadas.
La pandemia sufrida prácticamente en el mundo entero cambió significativamente las agendas personales e institucionales, nacionales e internacionales. A casi tres años de esta, aún el fantasma del coronavirus y sus múltiples mutaciones siguen generando preocupaciones en todos los sentidos. En la página del UNICEF de El Salvador se lee “El COVID-19 no sólo cambió nuestra forma de vivir, sino también la forma de morir.”[1] Definitivamente que impactó los procesos productivos, los modelos laborales, las actividades recreativas, los sistemas educativos y de salud, la vida cotidiana, hasta nuestra salud física y mental. Se sigue insistiendo que no todas sus consecuencias aún han aflorado de manera explícita.
¿Qué hacer? Es una pregunta difícil de responder y no menos compleja de encarar. No parecen existir propuestas claras al respecto. Sin pretender de ninguna manera echar un ropaje de pesimismo a la situación, sería interesante recordar lo dicho por Epicteto, aquel filósofo griego enmarcado dentro del Estoicismo, en su libro Manual de vida, en que abre con una clasificación de aquello que depende de nosotros y aquello que no. Según él, los acontecimientos externos a nosotros escapan a nuestro control, como incluso, nuestros impulsos y nuestros deseos, pudiendo tener mayor control sobre nuestros juicios, cuya importancia es obvia en la determinación de nuestra manera de actuar. El problema se complicaría solo si nuestros juicios estuvieran supeditados a nuestros impulsos y deseos. Pero en sentido general, pongámonos en la actitud juiciosa del estoico y pensemos qué hacer y por dónde empezar. Para ello quizás haga falta enfrentar y cambiar nuestros esquemas mentales, que como bien señala Howard Gardner en Mentes flexibles, es posible aprovechando los acontecimientos del mundo y, de esa manera, pensar de manera disruptiva. A este propósito, pienso que las instituciones de educación superior, las comisiones nacionales e internacionales de bioética, los comunicadores sociales, las organizaciones no gubernamentales no comprometidas con el estatus quo, así como cualesquiera otras organizaciones que sientan la urgencia del momento, deberían abrirse al debate público acerca de todas estas cuestiones. Esta situación se torna más complicada, con el inmenso cúmulo de desinformación o de información interesada que pulula por los medios y las redes sociales. Hace falta que se ofrezcan explicaciones y surjan propuestas provenientes de mentes comprometidas con el bienestar colectivo.
Con el ánimo de contribuir con ello, lanzo algunas preguntas que pudieran servir de orientación:
- ¿Cuál o cuáles son nuestras apreciaciones sobre la realidad que vive el mundo hoy?
- ¿Qué explicaciones pueden darse racionalmente que generen alternativas que fundamenten soluciones posibles?
- ¿Cuáles dilemas éticos se nos plantean en la situación actual? ¿Cuáles valores? ¿Cuáles actitudes?
- ¿Cómo nos definimos frente a tales situaciones? ¿Desde qué perspectiva analizamos la realidad?
- ¿Responde la visión y misión estratégica de nuestras organizaciones a la realidad que hoy enfrentamos?
- ¿Cuáles son los intereses que nos guían y los cuáles sostendría como estandarte del accionar?
- ¿Cuál sujeto para cuál sociedad?
- ¿Cuáles valores son primordiales y que sirvan de soporte esencial a un accionar comprometido con el bienestar de todos?
- ¿Cuáles son los aliados nacionales e internacionales con los que se cuenta?
No son solo estas preguntas las que tendríamos que hacernos, cada grupo humano, cada organización tiene que ser capaz de plantearse las cuestiones más relevantes a responder en aras de comprometerse por la recuperación del sentido humano que debe caracterizar nuestro accionar y la construcción de una sociedad centrada en el bienestar colectivo.
No solo me niego a perder las esperanzas, por más complicada que la realidad se me presente, sino que, además, también me niego a permanecer callado. Hoy más que nunca, la idea expuesta por Marcos Villamán en la introducción de su libro “Trastocar las lógicas, empujar los límites” cobra fuerza:
“… el convencimiento de que sólo transformando las lógicas socialmente dominantes en los en los diferentes ámbitos de la vida y, en consecuencia, empujando los límites estrechos que esa lógica impone, será posible superar los problemas más acuciantes del mundo que hemos construido y nos está tocando vivir, sobre todo, en lo referente a la pobreza y la exclusión social…”.
Tras plantearse la necesidad de visualizar nuevos caminos, nuevas lógicas, Villamán sugiere algunos temas importantes, como son:
“Pasar de una planificación económica alejada de la ética y la cultura de la solidaridad, que solo entiende de la lógica exclusiva del mercado y, en consecuencia, asume a las políticas sociales desde la perspectiva de la compensación, a una que coloque la reproducción real de las condiciones de vida de la gente en el centro de ese proceso de planificación atreviéndose a colocar la solidaridad y el derecho a la vida de todos y todas como centro y norte orientador de la planificación económica.
Pasar, como señalan con pasión algunos, de la exclusiva lógica de la competencia, que nos convierte en gladiadores mercantiles en un absurdo todos contra todos, a la colaboración como núcleo fundamental de la lógica de reproducción de la vida social.
Pasar de la violencia como estilo de vida, a la consideración de la posibilidad de establecer relaciones amigables, generosas y serviciales entre los seres humanos como base de la convivencialidad necesaria para reproducir la vida y la ternura.
Pasar de la lógica de los planes de lucha contra la pobreza a la lógica de la defensa de los derechos ciudadanos que asume la pobreza como violación de esos derechos ciudadanía y exige su superación por la vía institucional del reconocimiento, y no como un plan adicional.
En este contexto, pasar de la lógica de “los favores y las lealtades” a la de los “deberes y los derechos” y, en consecuencia, a un ejercicio de la política que la asume como proceso de ciudadanización y no de ampliación de la clientela para el mantenimiento del poder”.[2]
Apostemos por el desarrollo de una cultura democrática en el hogar, la escuela, las universidades, las iglesias y organizaciones de la sociedad civil, las organizaciones productivas y políticas, como las del propio gobierno, que nos envuelva a todos y haga posible que nuestras capacidades creativas para la vida solidaria y la convivencia afloren y se constituyan en el estandarte de nuestra vida futura.
[1] Recuperado en “El COVID-19 no sólo cambió nuestra forma de vivir, sino también la forma de morir” | UNICEF
[2] Villamán, M. (2003). Trastocar las lógicas, empujar los límites: democracia, ciudadanía y equidad. Instituto Tecnológico de Santo Domingo. Santo Domingo.