La línea es un mundo. La línea en el mundo.

Para Sacha Tebó (1934-2004), la teoría es un evento mítico.

La mano creadora ilumina la materia artística.

Sacha pensó el mundo como signo, sueño y presencia mágica.

El dios de Sacha Tebó es el arte. Su búsqueda fue el espíritu de la forma.

Origen, piedra, evolución y especie visual se convierten en fuerzas de un imaginario astral, dibujístico y pictórico.

La certeza de la línea se disuelve en la mirada.

El espacio creado por este artista es una entidad totalizante.

Figura. Color. Tiempo. Estructura. Inconsciente. Constituyentes de la visualidad.

En su obra, el poema es la esfera del pintar y lo pintado. El “ergo” toca la pasión por la forma. La obra se hace trascendencia.

Nada se quiebra en la obra de Sacha Tebó. El mundo se hace huella en su imaginación mítica.

Es un nuevo camino estético lo que me lleva a su obra entendida como pensamiento y verdad.

La nada y el todo evocan en su obra un pensamiento estético-vital.

La especie visual se impone como sentido de una creación laberíntica.

Tierra y memoria se convierten en obsesión en su obra.

Ruptura y trascendencia conforman el acto visible de la forma y el sentido. En su lenguaje visual, la vida es latencia y diferencia estética.

Sacha puso en la experiencia pictórica su destino creador. De ahí su vínculo con aquello que se pronuncia en la forma neofigural.

El plexo de su creación se vuelve surco, huella y pregunta de la otredad.

La limpieza de su dibujo y su pintura aspira a la transparencia del sentido, al deseo de afirmar su estética del vivir en tiempo y circunstancia.

En su obra, el tiempo se percibe como cara y gesto del espacio. El contexto de su creación fue su poder de encontrar y soñar entidades y fuerzas de lo visible. La cifra creacional motiva en su obra una estética del signo y un trayecto posible de la visión.

Caos y orden justifican su ontología visual en tiempo y sentido de la obra.

Lo sensible se revela en cada gesto pronunciado por su estética de la mano y el mirar.

La escultura es cuerpo, gesto y pulso en su mundo visual.

Desde la presencia poética fundada en la línea se hace visible y posible el deseo de gestación y el cuerpo del ojo. La escultura, en su caso, posee soplo y temporalidad.

Sacha Tebó crea sus tonos existenciales desde el cuerpo del dibujo abstracto y su pasión por la pregunta ontológica, donde se advierte la creación visual orgánica.

Lo que se legítima como ente en la pintura, la escultura y el dibujo de Sacha Tebó es su capacidad de crear vínculos con el gesto y la huella del asombro.

Nace de esta manera el punctum y el doble de la pintura, la escultura, el concepto mediante el ser de la presencia.

Si la nada y el ser de su pintura revelan su experiencia creadora, eso se debe a la coherencia interna y externa de su mundo-lenguaje.

Para Sacha Tebó su propia ontología creacional se extiende en la "cosa" visual, esto es, aquello que lo hacía volver a sus orígenes insulares.

El artista nunca renunció al rigor del trabajo artístico. En su caso, el arte de la instalación nunca perdió su capacidad simbólica ni semiótica.

Su obra es ritmo y visión de la presencia que asegura el aura en su cuerpo escultórico. La cosa. La pregunta. El peso de las cosas. He ahí su filosofía intensa del arte.

El artista hace de sus objetos estéticos una senda que se abre al pensamiento.

El trazo.

El centro.

El orden material y formal.

El universo abierto.

Las huellas de su creación.

Son los testigos de su creación.