En un capítulo de la serie La Casa del Mal, del programa ID (Investigation Discovery), presentaron el caso de Adrian O’Neill Robinson, quien fue arrestado por el asesinato de su padre y de una monja de su comunidad.

El tío del padre fue a su casa para visitarlo y cuando Adrian abre la puerta lo nota nervioso y alterado. El tío le sigue preguntando por su padre y Adrian le apunta con el rifle y le dispara, pero logra huir y comunicarse con la Policía. Adrian escapa con el rifle. Luego, acude al monasterio en el que toma como rehenes a 2 monjas. Llegan a un hotel, él ata a una de las víctimas y a la otra con un cuchillo comienza a decapitarla, cortando luego otros miembros de su cuerpo, la coloca en una bolsa y la deja en el pavimento.

Dado que la víctima logra desatarse y escapar, ésta se comunica con la Policía, y luego de unas horas, es capturado. El hecho de que anduviera en el vehículo robado que pertenecía a una de las monjas, permite a la Policía localizarlo.

Dentro del relato, estuve observando y me llamó la atención cómo un joven con un historial positivo en su escuela, campeón de lucha libre y con amistades, aparentemente sanas, quienes lo conocían por su personalidad agradable y siempre sonriente, puede de manera abrupta pasar al crimen, en especial, con tal brutalidad.

Verificando lo diferente que eran las víctimas entre sí, y lo que podría representar una de ellas, como el caso de la monja, sumado al hecho de que las escenas del crimen revelaran el nivel de violencia desplegado y que no se ocupara en no dejar evidencias, me hizo sospechar que Adrian podría estar pasando por un brote psicótico, lo que luego se mencionó en el capítulo, pero ellos se refieren a “pensamientos psicóticos”.

Por supuesto, esto tiene un impacto cuando se intenta determinar el grado de responsabilidad penal del imputado. Es decir, si en el momento del hecho el imputado tenía conocimiento entre el bien y el mal, entonces procede una condena. Pero, si se determina que mientras cometía dichos crímenes, el sujeto se encontraba en medio de una crisis, o padeciendo un trastorno mental grave sin el debido tratamiento, alterando su sentido y percepción de la realidad, entonces en estos casos se estaría frente a un inimputable y lo que correspondería fuera dictar una medida de seguridad disponiendo su internamiento en un hospital psiquiátrico. Sin embargo, Adrian Robinson recibió una condena de cadena perpetua.

Echeburúa (2018), señala lo siguiente: “las psicosis son una serie de trastornos que se inician en la edad juvenil y se caracterizan por la presencia de síntomas graves que afectan el desajuste psíquico y personal y a las relaciones con el entorno sin conciencia de su naturaleza patológica”.

Más adelante, el autor citado establece que “los pacientes con una psicosis, en función de sus delirios, llegan a perder el contacto con el mundo real (o la capacidad para establecer un juicio correcto acerca de los datos de la realidad) y pueden atribuir a los demás actitudes o intenciones hostiles, lo que eleva el riesgo de implicación en conductas violentas”.

Dentro del relato, el detective señala que en el proceso de investigación se pudo confirmar que este tenía delirios de persecución. Había indicado que era perseguido por la Mafia Polaca y por los extraterrestres. En adición a eso, una de las personas a las que entrevistan le pasan el testimonio de Adrian en el que éste decía que Dios le pedía que lo hiciese.

Dado que los trastornos psicóticos no son cuestión de que un día se comience a asesinar de manera brutal, sino que es algo que ya en la adolescencia puede hacer su aparición, atender a estos casos con la urgencia debida permite que se pueda medicar al paciente y, en caso de una crisis, disponer el internamiento evitando situaciones lamentables como estas.

Para Echeburúa (2018) “las alucinaciones y los delirios dominan la voluntad del que los padece y coartan su libertad. Por eso, la violencia de los psicóticos pertenece a la enfermedad, no a la persona”.

Es por este motivo que, en casos como estos, el juez, luego de una evaluación de un perito, puede declararlo inimputable y disponer su internamiento en un hospital psiquiátrico.

Un ejemplo de esto fue el caso de Richard Trenton Chase (el asesino vampiro), cuyo perfil criminológico fue elaborado por la Unidad de Ciencias de la Conducta del FBI. Sus crímenes fueron brutales, de una violencia inusitada, pero este mismo hecho fue lo que llevó a los investigadores a concluir que estaban frente a un asesino “desorganizado” (aquellos que padecen trastornos mentales graves). Durante el juicio, se pudo confirmar que padecía esquizofrenia paranoide, por lo que fue ingresado en un hospital psiquiátrico en el que murió por suicidio.

En definitiva, aunque existe una amplia investigación sobre la correlación entre los trastornos mentales graves y la violencia, los resultados han revelado que es más probable que sean victimizados a ser victimarios.

Respecto a lo anterior, Echeburúa (2018), manifiesta que “(…) debe quedar claro que el trastorno mental grave explica tan solo un pequeño porcentaje de la criminalidad violenta, que con mucha frecuencia se asocia al consumo de drogas, a la psicopatía y a otros trastornos de la personalidad.”