“Un aforismo es una novela de una línea” (Leonid S. Sukhorukov, aforista ucraniano, 1945-2014)

La palabra “aforismo” recala en el latín al provenir del griego y significa, en amplitud, “definir, separar”. Habiendo nacido con Hipócrates o con Heráclito de Éfeso, “el Oscuro”, acaso se justifique la naturaleza críptica que lo caracteriza. Se habla de reglas y principios, cuando se trata de explicar en qué consiste este género (subgénero según algunas opiniones). Dícese que expresa pensamientos de carácter doctrinal. Se le asocia a palabras como axioma y apotegma. Aforista se llama a quien practica con exclusividad esta escritura, pero también es propia de poetas, filósofos y novelistas. Nietzsche los llamaba “dardos”, Novalis “polen”, Baudelaire “cohetes” y Cioran “pensamientos estrangulados”.

Dígase lo que se diga, yo lo veo como una máxima a la mínima expresión. Pero la primera parte del originario vocablo griego aphorismós, apho, significa “fuera”, de modo que un aforismo es en esencia un “afuerismo”: se refiere al mundo, al ser, a la existencia, a la naturaleza de las cosas. Yo, irremediablemente perdido como todos los poetas, dejo los “afuerismos” para los aforistas y solo escribo “adentrismos” –para ver si así me encuentro.

Viajar en libro y regresar de noche, con el intelecto intacto.

Las cuerdas del sentido se sueltan del relato y los trazos inoculan anestesia.

Mis textos reproducen, con cada contracción, mañanas voluptuosas de un sol de doble filo, y noches de un tumor gramatical.

Zurcir conceptos para evadir tu veda si te encuentras vis a vis con un bisonte.

Me desperté en un párrafo, y esto fue lo que soñé: borrasca en seco.

La pluma emprende un vuelo rapaz de trama en trama y luego, en las alturas, desparrama los renglones.

La zorra realidad siempre regresa. Parábola del libro pródigo.

En teclados percutivos escribir a quemarropa: máquina de apostrofar al otro.

Sintagmas son estigmas.

Mear meandros de sintaxis terrenal en un claro de la prosa.

El párrafo de hoy (la carroña de mañana) se procrea en un circuito de silencio.

Para escribir poemas de contenido oscuro usar pluma de cuervo. Para poemas trágicos utilizar cuchillo, que escribe malogrando.

Se puede no escribir o escribir que no se escribe: decir es un vacío no venal.

Para alcanzar meseta el pensamiento debe descender al subconsciente.

Apaga la lucidez para que puedas ver películas en página lenta.

Me llamaba una palabra cerril en la pradera, pero Lezama Lima la domeñó primero.

Ejecuta tu poema con salvas de sentido y contra el paredón de los significados.

Palabras: larvas: balas.

Devuelta la memoria sobre el hecho nebuloso: una ráfaga de hielo en fotogramas.

Hay trastornos que deambulan, expansivos, por el aura y que tienen su preludio en un conflicto, y se sueldan en residuos intentando hacerte suyo.

Escribe un libro para enlatar retórica, conservas de bazofia, falsa afasia.

Del dictado a la inferencia, de la lira al mineral: la materia insustancial en los legajos.

Un verso es una fécula incapaz de replicarse en el campo semántico, en un árbol semántico de lógica.

Palabras expansivas de una prosa de racimo.

Lo digo con estratos de alguna lengua extinta y lo escribo en un renglón guillotinado: mi épica caduca en un aullido.

Corregir es corroer.

A crecida de fonemas sequía de sentido, cada vez que estés al borde de tu decir desierto.

Expreso con resinas los detritus de las letras y la lepra permanente de la prosa.

No huyas: oye. No corras: narra.

Remolinos de silencios corrosivos; las aristas de las letras los arrastran.

Yo sólo cuento escoria con puños conturbados, ficciones que fisuran: claroscuros de cerebro.

Disecciona tu silencio con la navaja de Ockham. Esta limpia, fija y da esplendor a tu escritura.

¿Y cómo se deshace lo que se desconoce? Yo oculto en recovecos los ecos de los otros.

Un poema se encasquilla en la cabeza, y origina un agujero en mi discurso.

¿Me quedo en mi oquedad o escribo ahora aquello que no digo y baila en mis amígdalas?

Atributo de la letra: suscitar contrasentidos y accidentes de expresión.

Un texto existe para cauterizar cicatrices de mentira.

Costillar de resonancia de mi voz de ruido blanco, sin profundidad dramática.

La poesía es un laxante para el estreñimiento del léxico en la prosa.

Como un libro de vidrio en la pedrea, como una voz en busca de la boca que la diga.

El verbo encarna en el lápiz que lo acosa con sus ondas expansivas de borrones.

De par en par abiertas las piernas de las páginas que amo con pasión en este libro lúbrico.

Sujeto es lo que un cuerpo ha predicado.

Lacrado cuanto he escrito o expelido por la mano, extrapolando polvo.

La página produce un balbuceo, extraviada en un poema potencial.

Batahola de burbujas, oraciones erosivas: un poema derivado de la niebla.

No sé cómo se narra un equinoccio ni cómo la razón se vuelve astillas, la mariposa un pasmo, la arteria un tubo estéril, la verdad de la mentira en la verdad final.

Argumentos de anarquía, disonancia en la cabeza, que penetran por mi frente a pernoctar.

Un lápiz que macere y convierta en cataplasma los bagazos de los versos.

Sigue el rastro de mi baba endecasílaba. Yo me desplazo lento en mi escritura caracol.

El telar del subconsciente se teje con discurso, y la poesía es prosa, pero cosida a ciegas.

Sólo un ósculo en la lengua produce un buen espasmo al desvirgar un libro.

Palabras acarrean palabras expansivas, bumeranes que ya nunca volverán.

Páginas compuestas por páginas en blanco, un flujo compactado entre piel y pergamino.

El vocablo “cuchillo” deviene de un aullido, pero éste va después.

La mente es como láminas de lodo simultáneo y escribiendo reconstruye sus estigmas.

Corregir lo corregido, destruir la destrucción, como el árabe Averroes.

Signos en campos de concentración semántica, mutilados en un párrafo campal.

Las páginas solubles, en sus evoluciones, componen argumentos, expoliadas por tu lápiz.

Palabras que deponen su reposo, semántica sin fin desenroscándose.

Escritor de lo que cribe, aunque no escriba.

El canto es lo que explica la inestabilidad del pájaro en la cuerda.

Poesía es dislocar, enrarecer la prosa en el ámbito uniforme de los párrafos.

Soy un tardopoeta que se acuesta a descansar en la estación del texto en que termina exhausto.

El libro acabará en un gran crujido de prosa que, borrosa, confundas con poesía.

¡A todo trapo, tropos, a chocar con la pared de la paranomasia!

El intento de este libro (que no va a ninguna parte): esclarecer un hueco con el otro.

Madera de lírica seca para alimentar la pira, las neuronas desprendidas de sus ramas.

La poesía es soltar el manubrio de la bicicleta cuando la niña más linda del barrio está mirando.

Las puntas hipodérmicas de los lápices existen para inyectar silencio a los globos de los diálogos.

Cuando se escribe se cultiva un cacto que tal vez acabe en flor.

Escapar por un renglón descarrilado, manuscribir borrando en retroceso.

Si tomas cualquier hueco y lo llenas con arcilla ya tienes un instante de poema.

Así desaparecen mis apuntes purulentos: sopesándolos mejor, pensándolos.

El encéfalo se enfanga, atrapado en treponemas, se dilata y vuelve astillas las ideas.

Si uno lee lo que no debe, escribirá lo que no quiere: párrafos de polvo oscuro.

La poesía es la gallina de los huevos de plomo.

Este es un canto de cocodrilo, como quien llora páginas de sangre falsas.

Se llama “prosa densa”, pero tiene cavidades, como la realidad en realidad es granulada.

Trazar sobre papel lo que habrá de ser reescrito por las trazas.

Del encéfalo se filtra la corrupción retórica y los próximos corpúsculos de su deconstrucción.

¿Tienes pantanos mentales como focos de ficciones? Esquiva la deriva y vete al vórtice.

La punta de mi lápiz crea un cráter expresivo, porque escribo las esquirlas incrustadas en mi tráquea.

Papeles sin lenguaje, pero en código de polvo, libélulas en vuelo de vocablos.

La poesía es el perfume de la flor llamada (p)rosa

Una tromba de vocales encrespando lo que digo como légamo que invade el paladar.

Habría que escribir nada más maculaturas, o hablar emasculándose la lengua.

La lírica da lodo, la épica pantanos; la lógica no tiene nunca nada que decir.

Rubricaré bramando mi balada baladí, relegado de su isla gutural.

La lírica se cura con pólvora y limón, y cápsulas de un léxico más laxo.

Como si nada, así: como sinapsis, orificios de poemas con entradas y salidas.

Se tiene que decir las cosas como cactos: extraños al lenguaje y, sin embargo, escritos.

La mitad del libro muerta por derrame intelectual.

Escribe un libro que no diga nada: átono, monótono, pura secesión, caída.

Ni canto ni tampoco.

Poesía: si es posible, aparta de mí este lápiz.