El estrato sociopolítico sobre el cual edificaremos nuestra plataforma de transformación presenta problemas en las simientes. Entre estos sedimentos porosos que lo deberán sostener podemos citar la desestructuración social generada por la emigración, la consolidación de un enclave cultural autoreferenciado que se mueve a ritmo de dembow entre el teteo y los vape, así como la impronta subterránea de la economía de las drogas. Esas fallas geológicas en la base social se combinan con las fracturas estructurales, institucionales y políticas que caracterizan el modelo de neoliberalismo aplatanado que debemos reemplazar. Un estudio topográfico elemental nos evidencia que el gran edificio que pueda alojar todos nuestros sueños deberá de esperar por su construcción. En efecto, lo que ahora podemos aspirar, plagiando a Vitico, “es a una casita chiquita y bonita con paredes en colores con cupidos, mi amor, y quizás alguna flor”.
Las campañas electorales son el espacio por excelencia donde se disparan los dispositivos ideológicos recurrentes en la ciudadanía bajo la modalidad de sentido común. En alguna vertiente sociológica el sentido común se nos presenta como sinónimo de intuitivo, de evidente, de esas obviedades obtenidas con la aplicación de la lógica deductivista que nos lleva a conclusiones válidas y socialmente aceptadas. Granmsci nos ofrece otra puerta para analizar el sentido común. Nos lo presenta como la construcción social de la cultura hegemónica que hace ver como naturales y espontáneas verdades que han sido instaladas en las mentes de la gente que sirven de legitimación a un determinado sistema de dominación.
El novedoso abordaje del pensador italiano registra el sentido común como hijo legítimo de la hegemonía. Esta a su vez la describe como el poder que construye una relación en la que un actor político es capaz de generar en torno a si un consenso en el que incluye también a otros grupos y actores subordinados. Es por lo tanto el poder manifiesto de un grupo social sobre las clases subalternas con lo cual determina el control de sus luchas, expectativas y garantiza la reproducción económica, social y cultural de un determinado sistema. De ahí la conocida fórmula gramnsciana de concentrar el trabajo político en subvertir el orden en la creación de una contrahegemonía que logre superar la enajenación del ciudadano común.
La descarnada realidad que tenemos frente a nosotros es que en este Siglo XXI estamos al frente hegemónico más consolidado que han tenido los sectores conservadores en la historia dominicana. El sentido común se ha vertebrado de forma tal que se presenta fluido, orgánico y convincente cuando un ciudadano de a pie se plantea las respuestas a las grandes preguntas de la agenda dominicana. Una cita de la revista digital Pacarina del Sur parece hecha para nuestro contexto: “los discursos críticos al capitalismo y al neoliberalismo, frecuentan e insisten en iluminar las conciencias para despertarlas, sacarlas de la distracción para advertirles sobre la distancia y la contradicción entre sus intereses reales y sus adhesiones políticas. Esto es verdad, pero no basta. En todo caso es insuficiente, pues una conciencia crítica es impotente ante un sentido común colonizado”.
La decolonización del sentido común supondría una infraestructura cultural con la cual no contamos. El capital institucional que sostiene la cultura dominante en la sociedad dominicana, léase, sistema educativo, periodismo digital, escrito, televisivo, medios de difusión, iglesias, entre otros, están muy alineados con el sistema imperante. Ese dominio ideológico nos alerta sobre la imposibilidad que en estos dos años acumulemos fuerzas para crear una fuerza contrahegemónica alterna.
Nos queda, pues, el estrecho camino de encontrar las contradicciones que se expresan en el sentido común operante en la actualidad. La confrontación radical contra los fundamentos sobre los cuales está edificada la sociedad quedará para otra ocasión. El alcance de lo que hoy podemos cuestionar no debe estar determinado por la concepción del mundo de los progresistas, si no por las incoherencias que el sistema de valores dominantes manifiesta en la República Dominicana al día de hoy.
Bajo estas premisas podemos concluir que para la participación en el próximo torneo electoral sirve de poco denunciar las empresas y los empresarios como expoliadores que viven del sudor de sus empleados. Guardemos hasta nueva ocasión y un análisis más profundo la caracterización de la familia como el núcleo de reproducción por excelencia de la ideología burguesa. De igual manera, tipificar a Estados Unidos como el enemigo del pueblo dominicano que por su lógica imperial nos tiene sumido en la miseria, difícilmente vaya a aglutinar la ciudadanía a nuestro alrededor.
De la misma manera, darle “etilla al neoliberalismo cruel y despiadado” no será un factor determinante para una grandísima mayoría de la población. Igual de inútil es nuestro sempiterno esfuerzo en despotricar contra el turismo y las zonas francas en general, como industrias inaceptables por ser las causantes del estado actual de cosas.
El esfuerzo de propuestas y discursos debe apuntar hacia el corazón de las premisas inobjetables que circulan entre nuestros conciudadanos y conciudadanas. A modo de ejemplo, me detendré en algunas de esas verdades legitimadas que sin subvertir el orden permiten un enfoque alterno, una vuelta de rosca como sugiere el programa de la televisión española.
Una de esas expresiones proverbiales refiere a la relevancia y éxito del turismo como la nueva palanca del éxito de la economía dominicana: genera divisas, atrae inversiones extranjeras, crea empleos…en fin “todo risa nunca llanto”. Antes de cuestionar en sí la “industria sin chimeneas” como opción de desarrollo nos toca reflexionar sobre la modalidad con que esta se ha implementado en el país. En ese tenor cabe reflexionar, ¿porqué siendo líderes de la región con reconocimientos de todo tipo de la Organización Mundial del Turismo (OMT) es el destino que tiene los salarios más bajos de todo el Caribe? En la actualidad el salario equivale a 1.43 $USD la hora.
En el 2001, 45 mil empleados en hoteles en el país representaban un ingreso anual de 2,860 millones de dólares, en el 2022 una empleomanía que ronda los 110,00 personas en la hostelería se esperan generar en este año por encima de los 8,400 millones de dólares. Cada trabajador produce un 20% mas que a inicios de siglo.
El salario mínimo del sector turístico en el 2001 era de 3,030 RD$ al mes. A los valores presentes esto supone un salario nominal de 14,122 RD$, mientras que el salario mínimo aprobado por el gobierno de turno es de 14,000 RD$, es decir, los empleados y las empleadas del sector turístico al día de hoy tienen un poder de compra menor del que tenían a inicios de siglo. Ese 20% de incremento de la eficiencia de la mano de obra ha ido a parar de forma neta al bolsillo de las empresas inversionistas en el turismo en RD. Es una industria líder en la concentración de riquezas, en el aprovechamiento de los recursos naturales del pueblo dominicano y en perpetuar en la pobreza a la empleomanía.
Similar conducta podemos ver en las zonas francas industriales. que generan unos 188,000 empleos aportando unos 10,000 millones de dólares. El salario mínimo pasó de 2,490 RD$ al mes a principios de siglo a 14,500 RD$. Los y las trabajadoras de las empresas acogidas al régimen de zonas francas de la misma manera que sus pares de turismo han incrementado de forma notable su productividad en las últimas dos décadas. No obstante, sus condiciones salariales ni por asomo reconocen ese notable aumento en el valor agregado que hacen con su esfuerzo. De nuevo estamos frente a una realidad inobjetable: el segundo pilar de la economía es una cadena sin fin de perpetuar la pobreza. Su verdadero potencial lo podremos explorar cuando se garantice una mejora continua, equivalente a la riqueza que crean, de las condiciones de vida de las obreras y los obreros del sector.
En la misma línea de escudriñar las contradicciones que se advierten en los fantasmas que el sentido común dominante destacan como pivotes del desarrollo nos podemos adentrar al aporte de la diáspora. La comunidad dominicana residente en el exterior ha sido un sostén insustituible en la estabilidad económica por el peso de las remesas. Todas las autoridades le rinden tributo al importante monto que año tras años envían a nuestro país “los dominicanos ausentes”. Lo que no se repara en esa visión extractiva que tiene el Estado dominicano de nuestros conciudadanos es que esa categoría de remesantes se hace a contrapelo de la capitalización de nuestra comunidad, a expensas de su capacidad de ahorrar y hacer inversiones que le garanticen mejores condiciones de vida.
Por concepto de remesas han llegado al país en la última década más de 70,000 millones de dólares. Esa extraordinaria suma de dinero colocándose en inversiones hubiera multiplicado las capacidades materiales de nuestros conciudadanos. Asociado a esa forma utilitaria conque el estado dominicano se vincula con la diáspora, se destaca la indiferencia con que todos los gobiernos observan el hecho bochornoso que en ese mismo período las empresas remesadoras han retenido mas de 4,000 millones de dólares por una actividad que con la tecnología moderna puede calificarse de espuria y prescindible.
Un análisis mas allá de lo superficial de ese otro pilar de la economía, nos alerta que de igual manera como lo hace el turismo y las zonas francas, reproduce la pobreza a quienes califican de exiliados económicos mientras mantiene en una situación de desmovilización a cientos de miles de familias que dependen de esas transferencias. Convirtamos los remensantes en inversionistas, convirtamos los recursos canalizados hacia el consumo a hacer inversiones de bienes y raíces entro otras, de modo que las mismas redunden en soluciones habitacionales para el país al tiempo que evitamos que la comunidad en el exterior continúe poniendo en riesgo sus planes de retiro digno.
Temas como estos, asociados a nuestra cotidianidad y al discurso diario de nuestros gobernantes deben ocupar un rol central en la narrativa y el discurso de las candidaturas progresistas en el 2024. Son apenas ejemplos del bajadero de nuestra intervención. Similares abordajes se deben explorar en lo referido al medio ambiente, la equidad de género, la educación, la salud, la emigración y la seguridad, por mencionar algunas de las preocupaciones de la población.
El otro elemento que de igual forma resulta imperativo es el posicionamiento de candidaturas. El rostro hirsuto, combativo y denunciante suele tener cada vez menos espacio para captar afinidad entre la población votante. Hoy desde diversos foros se demandan “adhesiones políticas se sostienen desde una percepción que se vincula con formas del sentir, de la sensibilidad, del gozo y del placer”, como se señala desde algún rincón de América del Sur.
Candidaturas frescas, oxigenadas, que conecten con la población son el continente necesario donde se viertan las ideas que deberemos promover en la contienda electoral para aglutinar un proyecto en el cual se rearticule la vocación de construir una patria solidaria.