1.- Rafael Vidal Torres (Fello) en desgracia tras el episodio del Matum.

Uno de los primeros personeros del régimen en caer en desgracia tras el homenaje del Matum fue el veterano y astuto político santiagués Rafael Vidal Torres (Fello), principal ideólogo del ascenso al poder de Trujillo y uno de sus más cercanos confidentes desde que ambos se conocieron en la fortaleza Ozama durante el gobierno de Horacio Vásquez.

Al momento del homenaje al Lic. Federico C. Álvarez, Vidal Torres ocupaba el cargo de senador por Santiago y en tal condición concurrió al acto, en el cual ocupó posición de principalía junto a los integrantes de la mesa de honor.

Ya el día 12 de agosto de 1955, se hacía pública en el periódico El Caribe la noticia de que Vidal Torres, tres días antes, es decir, dos días después del suceso del Matum, había presentado su renuncia como senador por la Provincia de Santiago, siendo nombrado en su lugar el Lic. Porfirio Herrera Báez, escogido de entre una terna conformada, además,  por el Doctor Alejandro Espaillat y el Lic. Manuel Ruiz Tejada. .

La renuncia no era más que una salida elegante para evitar llamar a las cosas por su nombre, pues en el fondo, se trataba de una cancelación en toda regla, por instrucciones de Trujillo.

Tras su estrepitosa caída, se publica en El Caribe un artículo de Vidal Torres titulado “La ocurrencia de Santiago”, en el cual, con su proverbial sagacidad y dominio de la pluma, hilvana una  antológica apología justificativa. Expresaba, al efecto:

No es esta la primera vez que un accidente de la política me obliga a hacer declaraciones públicas. Y debo confesar que en esta ocasión experimento una verdadera sensación de alivio al referirme a sucesos que de otro modo  hubiera preferido silenciar”.

No cabe duda de que entre el numeroso grupo de personas- letrados o no- que asistimos al banquete del Hotel Matum, yo soy la que en mayor grado debió resentirse por lo que allí ocurrió, ya que los organizadores del homenaje al Lic. Álvarez observaron respecto de mí un cuidadoso secreto de la finalidad y organización. Con efecto, no fue sino hasta el sábado en la mañana cuando se me transmitió la invitación para un acto que tenía por propósito, bajo el pretexto de celebrar los 40 años de ejercicio profesional de un abogado, reunir en ambiente cordial a un grupo de intelectuales santiaguenses”.

“La escasa afinidad que he tenido, tengo y tendré siempre  para con los organizadores de ese acto, facilitaba la conducta que ellos observaron conmigo. Ello sabían, sin duda alguna, que de haber estado enterado de la forma en que iba a ser conducido el agasajo y de las personas que iban a usar de la palabra, no me hubiera limitado a no asistir, sino que hubiera tratado de averiguar el alcance que ello podría tener y de seguro le hubiera hecho oposición previa y decidida a tan injustificado y banal acontecimiento social”.

“Para mí fue todo esto un engaño y una sorpresa. Naturalmente no puedo descargarme totalmente, por esta declaración, de la responsabilidad que me cabe por haber asistido desprevenidamente al acto. No soy de los hombres que suelen escudarse en evasivas ni estoy en condiciones de escapar con un malicioso subterfugio a las responsabilidades que he contraído durante más de 25 años de política activa al lado de mi Ilustre Jefe y amigo el Generalísimo Trujillo”.

Y se preguntaba,  cual si en el homenaje hubiera sido un convidado de piedra: “ Cómo ha podido planearse un acto de esa naturaleza prescindiendo del elemento esencial de todo acto público que se celebre en el país, que es precisamente el ambiente social, cultural y político creado por los 25 años de la era de Trujillo?.

Señalaba que si previo al inicio del acto reinaba un ambiente de cordialidad, esa tonalidad emotiva cambiaría completamente tras iniciar el mismo, tornándose entonces el agasajo en “sumamente depresivo”, lo cual se justificaba, a su decir, no como resultado de la suspicacia o el temor, sino de que “…todos los allí presentes advertirnos que se había realizado una torpe y mezquina labor para desconocer todo el proceso de profunda renovación con que en la Era presente se ha venido estructurando la civilización dominicana”.

Una salida casi desconcertante, dado que al igual que Messina y Cruz Ayala y cuantos escribirían, antes o después, Vidal no hizo pública defensa de esas preeminencias de Trujillo hasta que el foro público refirió la omisión de su nombre  en el homenaje al Lic. Álvarez.

Y como temiendo el astuto político que, haciendo leña del árbol caído, sus enemigos dentro del mismo entorno trujillista aprovecharían la ocasión para ensañarse contra él, como de hecho ya había ocurrido, culminaba de forma sentenciosa su defensa:

En cuanto a las consecuencias que hayan podido sobrevenir, en lo que a mí respecta, tengo que declarar, que discípulo de Trujillo, sé por su perenne enseñanza, que la política es movimiento, acción constante y renovación permanente, y que los accidentes que vienen a interrumpir a ratos el apacible disfrute de una posición en el Gobierno, no hacen sino recordar a los hombres que es necesario mantener una activa vigilancia `para prevenirse de las tramas que puedan urdir los contrarios infiltrados en las filas de los compañeros y contra las contingencias en que puedan envolvernos nuestras propias debilidades”.

El artículo de Fello Vidal en su defensa, recibiría, al día siguiente,  una dura reacción  del periódico “El Caribe”, en la pluma de su jefe de redacción y  entonces Senador, Germán Emilio Ornes, respondiendo a sus justificaciones, bajo el título “No Hay Justificación Señor Vidal”.

Le enrostraba “su total indiferencia, rayana en deslealtad, ante la atroz infidencia de  los licenciados Sánchez Cabral y Federico Álvarez y de los demás asociados en la burda trama de la cena del Matum”.

Y reafirmaba: “No, señor Vidal. A un político ducho y avezado como Usted no se le puede engañar, como pretende Usted haber sido engañado por un grupito de amateurs de la política que, en su pequeñez e insignificancia, no han podido comprender que el pueblo dominicano en estos momentos, posee una conciencia alerta y que no tolera en forma alguna, que se trate de desmedrar una obra que, como la del ilustre Padre de la Patria Nueva, por su aquilatada pureza, brillo inmarcesible y ciclópea grandeza, constituye la página más limpia y grandiosa de la historia dominicana”.

Le recriminaba, además : “cómo puede pretextar ignorancia, además de una trama burda y vulgar el hombre que como representante ante el Senado de la provincia de Santiago, se había jactado, hacia sólo unos cuantos días, de ser la persona mejor enterada de las cosas que sucedían en su jurisdicción?”.

Si Vidal no recuerda su jactanciosa afirmación en ese sentido, le refrescaremos la memoria. En muy reciente conversación con el Jefe del Servicio de Inteligencia, este le dijo a Vidal: “Tú nunca sabes nada de Santiago”.

“Yo soy el hombre mejor enterado de lo que sucede en Santiago”, fue la respuesta rápida y tajante de Vidal.”

Por tanto, “había que convenir frente a la fría realidad de los hechos, de que en esa cena hubo más de un Judas”, y más aún, le acusaba de que extremando hasta niveles inusuales su efusividad durante el acto, “se excedió en sus afectuosas y excesivas demostraciones de cordialidad hacia su vecino de la derecha, Eduardo Sánchez Cabral. Y un observador tan calificado, como Andrés Nicolás Sosa afirma que esas deferencias llegaron por parte de Vidal hasta prestarse a servir el vino de Sánchez Cabral. ¡Como si no hubiera sirvientes en el Matum!”.

Culminaba recomendando a las autoridades del Partido Dominicano, que ante la gravedad de lo ocurrido, se realizara “una necesaria labor de depuración, con el fin de desprenderse definitivamente de la escoria que aún quede y que es capaz de producir enojosas situaciones como las que recientemente se produjo en Santiago”.

2.- Un artículo de Balaguer y las cartas del Lic. Federico Carlos Álvarez y el Lic. Eduardo Sánchez Cabral.

Ya estaban cerca los fastos del 16 de agosto de 1955, en que nada podía opacar la centralidad de la omnímoda figura del tirano, “Padre de la Patria Nueva”,  no obstante lo cual, continuaron los denuestos  contra los participantes y el homenajeado del Matún así como las edulcoradas apologías de quienes de esta forma procuraban esquivar el inminente castigo por  su “omisión imperdonable”.

El día 13 de agosto de 1955, Balaguer publica en “La Nación” su artículo “Trujillo si fue mencionado en Santiago”, en el que expresaba: “Trujillo sí fue mencionado en Santiago. Como el nombre de Bruto, presente en el ánimo de todos, aunque su estatura haya permanecido cubierta durante los funerales famosos, el del reconstructor de la patria, tenía que estar presente en la conciencia de cuantos se reunieron recientemente en Santiago con el propósito de agasajar en la persona de un hombre de leyes la majestad de la justicia”.

Cuando se habló allí del decoro profesional, se mencionó a Trujillo que es quien, en 25 años de formidable acción constructiva, ha creado las condiciones de orden económico y de orden moral indispensables para el ejercicio digno y remunerado de todos los profesionales liberales…”

Cuando se piensa en lo que Trujillo ha hecho por el país, de lo que representa su obra inmensa no sólo para el presente sino para el futuro el futuro del pueblo dominicano, resulta ridículo, por decir lo menos, que a nadie se le tributen homenajes o que se exalten los méritos de cualquier otro ciudadano. La estatura de todos los dominicanos era más o menos igual antes de 1930. Pero después de esa fecha todo el país ha quedado reducido a un hombre que llena toda la nación con las dimensiones gigantescas de su genio y de su obra. Olvidar esa realidad es incurrir en algo peor que una infidencia: en una torpeza deliberada e involuntaria”.

Y se preguntaba: “¿Qué ha hecho Federico Álvarez, qué han hecho los dominicanos de las generaciones presentes para merecer un acto de reconocimiento público?. Si se agasaja a un ciudadano, por haber ejercido su profesión, con más o menos éxito, durante cuarenta años, ¿Qué homenaje se reservará para Trujillo que durante su vida entera ha ejercido la más alta la más alta y la más digna de todas las carreras: la del ciudadano dedicado íntegramente al servicio de la República y a los intereses de su pueblo?

¿Se ha querido enaltecer a un abogado? Pues nadie tiene en ese campo méritos tan excelsos como los de Trujillo que sólo ha defendido la causa del país y que ha hecho ante los estrados internacionales, las únicas defensas de los fueros de la dignidad nacional que recordará siempre la historia: la de la nacionalización fronteriza, la del artículo tercero de la Convención Dominico-Americana de 1907-1924, la del Acuerdo Trujillo-Hull, la de Cayo Confites, la de Luperón y, finalmente, la del comunismo conjurado no sólo contra la soberanía de la República sino también contra sus instituciones cristianas”.

Con fecha del 14 de agosto de 1955, el Lic.  Federico Carlos Álvarez y el 16 el Lic.  Eduardo Sánchez Cabral, dirigen por separado sendas misivas a la redacción del periódico El Caribe, el primero, y al  periódico La Nación, el segundo. La escrita por el Licenciado Álvarez se publicaría dos días después, es decir, cuando se entregaba a Trujillo el Gran Collar de la Patria al conmemorarse el 25 aniversario de su ascenso al poder. La de Sánchez Cabral, el 23 de agosto.

Ambas misivas eran un  odioso y humillante  tributo explicativo ante el tirano por parte de quienes tuvieron por única falta no hacer mención de su nombre en un acto privado.

En la suya comenzaría afirmando el Lic. Álvarez que “se requería mucha capacidad imaginativa para ver en su discurso o en el acto que le fuera ofrecido, gesto alguno de deslealtad hacia Trujillo”. Y afirmaría:

Siempre he sido un admirador consciente del Generalísimo Trujillo y de su ingente obra de gobierno. Mis elogios han sido espontáneos, sinceros, desinteresados. No he sabido jamás acumular adjetivos para no decir nada. Por mi temperamento soy razonable, sereno, acaso frio, pero he intervenido siempre que ha habido oportunidad para enaltecer el nombre del Generalísimo Trujillo y su obra inigualada, con un motivo preciso, en ocasión de hacer destacar la excelsa magnitud de un aspecto determinado de sus actuaciones.”

En la misma hizo reseña de varios momentos en que le correspondió referirse en términos encomiásticos  a Trujillo, a partir de 1932, para concluir afirmando: “cada quien leerá mis palabras con sus propias luces y con su propia alma, y, si no quiere o no puede entenderlas, verá reproducidas en el fondo de ellas sus propias intenciones”.

Sánchez Cabral, por su parte, manifestaba haber tomado la pluma, “tras oír emocionado, el discurso magnífico y sereno que usted pronunció en el Baluarte al recibir el Gran Collar de la Patria, la máxima que le tributa su pueblo agradecido”.

Tras reseñar el acto, hacía profesión de fe de su lealtad trujillista, destacando haber servido "con insospechable lealtad los cargos con que Ud. me honró”, así como haber pronunciado el discurso en el homenaje que en 1936 le ofrecieron los abogados.

Refutaba el parecer de quienes le acusan de ser desleal a Trujillo al no pronunciar su nombre en el acto en homenaje al Lic. Álvarez al tiempo de afirmar: “…olvidan los que así piensan que allí se estaba festejando a un compañero y no exaltando la obra de un gobernante. Quien pretenda dar otro sentido a mis palabras lo único que hace, torpemente, es atribuirme sus propios e innobles pensamientos”.

Continuará.