Las ideas de los líderes populistas demagogos, la ciudadanía las rechaza o las acepta, completamente. El contexto económico, social, político y estructural determina la elección de uno de estos extremos.
La vulnerabilidad institucional, las crisis y los problemas económicos, la inestabilidad política y los desastres naturales son, entre otros, caldo de cultivo para este tipo de populismo.
La historia está llena de estos líderes que teniendo medios para producir cambios favorables han corrompido su función en el poder. Esto porque en esencia no dicen la verdad, por lo que no son tan reales sus intenciones de resolver los problemas.
Este populismo se alimenta de las excepcionalidades, de luchas monumentales y de lo confuso, culminando en una crisis política, por no poder sostener lo prometido, una vez desenmascarado. Todo porque padece de megalotimia -deseo de ser reconocido como superior, iluminado-, que es una característica fundamental de este tipo de liderazgos.
Los todo lo puedo y todo lo sé escogen causas de tal magnitud, como la defensa de la Constitución, el terror dictatorial y, entre otras, la escalada alcista de los precios, por situaciones naturales o internacionales incontrolables internamente, escondiendo detrás de ellas sus reales propósitos, como la reelección eterna, con el consiguiente abatimiento de los liderazgos emergentes y en capacidad de emprender con nuevas visiones la causa de la democracia y el desarrollo.
Lo anterior nos indica que el populismo no es una ideología; sino una estrategia de asunción al poder y permanencia permanente en este. Esta ideología es el producto de un sistema que continúa fallándole en muchos aspectos a la gente. Populista es un político que piensa sobre todo en su aprobación por parte de la ciudadanía y en ser elegido y reelegido indefinidamente para mantener su poder y recursos, en lugar de pensar auténtica y sinceramente en lo que es bueno para el país, que no es lo mismo que el apaciguamiento de la población por razones estratégicas que benefician la paz social y la estabilidad del país.
Solo una ciudadanía preocupada, atenta, educada, con recursos suficientes y mecanismos institucionales eficientes puede evitar que el país se vea siempre gobernado por falsos mesías, redentores y salvadores, aun después de gobernar durante varios períodos.
Más aun, se pueden adoptar estrategias individuales para prevenir que este mal llegue a influenciar en la población. La manera de hacerlo es que cada uno asuma la responsabilidad de entender, asimilar y desnudar la verdad que está detrás de las defensas institucionales y constitucionales y salvaciones aparentes propuestas por estos precandidatos populistas.
Quizás la fórmula Nietzsche ayude, pues, se debe ir al corazón de lo que se estudia sin intentar repeler nada, dejarlo que te contamine completamente, aceptarlo todo para desenmascararlo con la razón última. Es solo de esa manera que se desarrolla el conocimiento real de las cosas y se camina hacia una democracia más sana.
También puede ayudarnos a pensar la idea de Oscar Wilde sobre la necesidad de ejercer la influencia sobre eventos o personas como una actividad humana única que no tiene comparación con ninguna otra, teniendo en cuenta el hecho de proyectar nuestra visión en otros viéndola como se dispersa y se hace eco de atención de grupos más grandes, infectar nuestro temperamento en otro como si fuera un perfume, una sensación llena de éxtasis que destaca sobre las demás sensaciones humanas.
Esto adquiere mayor trascendencia en una época como esta en donde el individualismo excesivo y un colectivismo mal dirigido nos dejan a la merced de grandes ilusiones que se esfuman rápidamente. Dejar atrás la pasividad conformista y el solo deseo son los grandes retos de nuestra democracia y de quienes desde el pueblo podemos provocar el gran cambio democrático, para convertir nuestros deseos en “quereres”, pues solo lo el querer implica una decisión, determinación y puesta en marcha de un trabajo intenso, que tenga por base las ideas fuerzas que permitan tener la claridad de nuestros objetivos y metas transformadoras, para superar el decimonónico populismo de corte demagógico.