Cuando un “nacio” se infecta, internamente, dice el pueblo, que se va “madurando”, llenándose de pus y explota en cualquier momento, el cual al salir la misma, el paciente  se sana y se recupera para el cambio. Su transformación ha sido un parto doloroso, donde se eliminó lo “viejo” para dar espacio a lo nuevo. ¡Así pasa en la historia!

Entre nosotros, desde el principio, todo fue igual. Una sociedad de pillaje, inmunidad, exclusión y opresión. Desde su inicio la división estuvo mal hecha: una élite voraz e insaciable y una mayoría explotada y despojada. La angurria y la envidiaba se encargaron de envenenar a quienes debieron de ser ejemplo para todos. Estoy hablando de los imperios de ayer, España, Francia e Inglaterra, y de hoy, Estados Unidos.

La dictadura Trujillista fue igual, con la diferencia de que el saqueo, la impunidad y la opresión fueron sistematizadas en su personalidad. El robo disminuyó el número de actores y brilló el mundo delincuencial familiar. ¡El contenido era el mismo, aunque las formas fueron diferentes!

La eliminación de la dictadura trujillista implicó la lucha por el Poder y redefinió la estructura de clases sociales en una pirámide desigual.  Una oligarquía afloró con definiciones de permanencia, en la formación de una nueva élite de Poder, que no llegó realmente a cuajar.

Tres caminos históricos marcaron la dominicanidad: La ocupación haitiana y la Independencia Nacional, la Anexión y la epopeya de la Restauración, así como la primera y la segunda intervención norteamericana, mostrando el coraje y la definición de un pueblo amante de la libertad y de la soberanía nacional.

De todas ellas, la epopeya más grande y trascendente de la historia dominicana en los últimos años es sin dudas la revolución de abril que vive con intensidad en la memoria colectiva, donde el pueblo fue su protagonista principal y donde cada participante tiene su “historia”.

La élite podrida militar trujillista, los más nefastos y sacrílegos miembros de la jerarquía de la iglesia católica, los más reaccionarios de la camarilla oligárquica y los más oscuros  intereses del imperialismo norteamericano decidieron destruir el ensayo democrático de un pueblo, encarnado en el inmaculado presidente Juan Bosch.

El nefasto golpe de Estado al profesor Juan Bosch fue un desastre histórico porque gestó el desnudo, los apetitos y la desvergüenza de esa nueva élite delirante del Poder y destapó las dimensiones de dignidad y de orgullo de la dominicanidad de los sectores populares.

El 24 de abril del 1965 fue el enfrentamiento y la ruptura con la oligarquía que se gestaba como protagonista, en contra de los más trogloditas militares trujillistas, con los más atrasados y desfasados miembros jerárquicos de una iglesia católica alienada y las botas políticas-militares de un imperio insaciable y voraz, que solo tiene intereses de expansión y de dominación.

Los militares de la oligarquía, de la iglesia y del imperialismo, dieron desesperados un golpe de Estado contra un gobierno que encarnaba los intereses de los sectores populares, pensando que con las metralletas y los tanques estaban aseguradas sus fechorías y la dominación contra el pueblo.

El coronel Caamaño.

Pero los héroes de la patria no mueren, no desaparecen jamás.  Regresan históricamente. Duarte, Sánchez, Mella, al igual que los guerrilleros restauradores, los Gavilleros del Este,  los patriotas  del 14 de junio, los héroes del 30 de mayo, Liborio Mateo, Cayo Báez, Manolo, las Mirabal, Amaury y sus compañeros, rencarnaron en Caamaño, Claudio, Montes Arache y en un pueblo lleno de dignidad, donde sus calles y sus barrios se llenaron de dominicanidad.

Los militares golpistas subvaluaron la capacidad de resistencia y de lucha de los militares constitucionalistas y del pueblo, confiados en su poderío bélico militar  y en la protección del imperialismo. Pero fallaron, no contaban con la valentía de un pueblo enaltecido, olvidaron que no importan las armas cuando hay estrellas en la frente, como decía Amaury. A pesar de todo, el pueblo pudo ser vencido, pero no derrotado.

Los barrios se transformaron en trincheras de dignidad. Los combatientes se multiplicaron y las mujeres fueron heroínas de la patria, muchas de ellas, con el fusil en las manos. Fue la epopeya de un pueblo hecha para la gloria. El 24 de abril vive en la memoria del pueblo dominicano, está escrito en las páginas de la historia y es una estrella que vive en el corazón del pueblo.

El 24 de abril debe ser la identidad del Malecón, al igual que la Zona Norte y Ciudad Nueva. La Torre del Homenaje debe ser el monumento a los héroes de abril y el Edificio Copelo la sede del “Museo del 24 de Abril” (todavía hay tiempo) para que esta epopeya y estos héroes y heroínas estén visibles en una lucha contra el olvido.  Hay que llenar los sitios históricos de tarjas y de informaciones, como el parque  Eugenio María de Hostos, la sede de la escuela de los combatientes, para que los que pisen las calles, nacionales y extranjeros, sepan que están llenas de gloria, héroes, heroínas, dignidad.

Pasa el tiempo, queda abril en la memoria, pero en el corazón y la conciencia del pueblo está vigente la determinación expresa en el himno de la revolución de abril:

“No cedamos un paso marchemos

por sendero de gloria y honor

y otra venceremos al traidor

y otra vez al grosero invasor”.