Al inicio de la revuelta popular de abril de 1965, la izquierda revolucionaria llamó a armar a la población, y para lograr tal fin, exigió al comando militar revolucionario encabezado por el coronel Francisco Alberto Caamaño Deño distribuir armas y entrenamiento militar a la población civil que brindaba su apoyo al movimiento democrático y revolucionario.

En consecuencia, militantes del Partido Socialista Popular (PSP), organización antecesora del Partido Comunista Dominicano (PCD), adoptaron el lema de “armas para el pueblo” el cual quedó plasmado junto a otras pintadas de agitación propagandística en las paredes de la ciudad de Santo Domingo, la capital del país y epicentro del movimiento insurreccional. Con el paso de los días, desde las entrañas del pueblo surgió un experimento de poder dual: los comandos populares, milicias constitucionalistas o revolucionarias bajo el mando de militares o civiles.

Entre los partidos políticos que organizaron comandos populares en los barrios se encontraban el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), organización de masas populista que respondía a la orientación del nacionalismo revolucionario latinoamericano (y más tarde a la tendencia socialdemócrata de forma nominal).

Igualmente, estaban los comandos populares de sectores radicalizados provenientes de la franja socialcristiana y de las organizaciones de la izquierda revolucionaria incluido el PSP; el Movimiento Popular Dominicano (MPD) y el Movimiento 14 de Junio ​​(1J4), policlasista, con una estupenda estructura organizativa de movilización social, el 1J4 era la organización de mayor membresía dentro de la izquierda en aquel entonces.

Y si por un lado la contienda bélica requería de la imperiosa necesidad de armar el pueblo alzado por otro lado artistas y escritores comprometidos manifestaron su interés en exigir “arte para el pueblo” organizándose en comités de acción cultural desde donde se le haría frente a la ideología conservadora y a la concepción burguesa del arte y la literatura.

Creando en libertad durante el proceso revolucionario que inició el 24 de abril de 1965 y la resistencia antiimperialista ante la invasión norteamericana del 28 de abril de ese mismo año, el arte joven, rebelde y experimental se transformó en arte combativo/colectivo.

En el fondo, se tomaba una postura firme, sin vacilaciones: arte y literatura al servicio de la revolución desde una visión radical de la vida y la sociedad que cuestionaba el rol de la cultura en tiempos de crisis política, guerra y revolución.