En materia de derechos humanos, los acontecimientos políticos nos enseñan que ningún derecho está realmente adquirido. Prueba de ello es que un derecho humano básico como el derecho de la mujer sobre su propio cuerpo se tambalea al son del patriarcado y de los cambios de gobierno.
En muchas partes del mundo no se reconoce todavía que nosotras, las mujeres, tenemos derecho a tomar decisiones sobre nuestro cuerpo sin miedo, violencia o discriminación, seamos quienes seamos y vivamos donde vivamos.
El pasado 24 de junio, la Corte Suprema de Justicia norteamericana tomó una controversial e histórica decisión contra las mujeres estadounidenses, con los votos de los jueces más conservadores, provocando un retroceso de al menos 50 años en materia de derechos. Es un testimonio más de la primacía de la política sobre los derechos de la mujer como se ha visto en los últimos años en distintos países.
Al revocar una sentencia que databa del año 1973 en la que se protegía el derecho federal al aborto, el alto tribunal declaró que este derecho constitucional no existe, dejando la decisión de permitir o no la interrupción del embarazo a cada uno de los estados que conforman la federación de los Estados Unidos.
Consternados por este terremoto institucional, legado envenenado del expresidente Donald Trump, vemos poco a poco como nuevos estados norteamericanos prohíben la interrupción voluntaria del embarazo y cómo se divide el país. Se estima que el número de estados con prohibición podría llegar a 26 y que 16 estados protegerían el acceso al aborto bajo la ley estatal, ya sea garantizando el derecho a interrumpir el embarazo hasta cierto punto o -solo cuatro estados y la ciudad de Washington- protegiendo el derecho en cualquier etapa de la gestación.
Esta situación parece un tanto inverosímil en un país que pretende ser el campeón o el principal defensor de los derechos humanos y que fue el primer país donde la militante Margaret Samper creó un centro de planificación familiar en 1916 (Parenthood Federation of America Inc.).
Otras naciones han dado giros en sus prácticas en materia de derechos de la mujer. Polonia, que era un país a la vanguardia, ha retrocedido con el advenimiento de la democracia. Aprovechando la transicion del regimén comunista a la democracia, la Iglesia católica presentó las leyes existentes favorables al aborto como el remanente del “comunismos sin Dios” y, con el apoyo del Papa, jugó un papel clave en la presion política de la prohibición y criminalización de la interrupción voluntaria del embarazo.
Las organizaciones internacionales que ayudan a las mujeres polacas sostienen que cada año entre 80.000 y 120.000 mujeres buscan ayuda para abortar en el extranjero.
En los Estados Unidos se reabren las puertas a los abortos clandestinos y a sus peligrosas consecuencias sobre la salud de las mujeres, golpeando más las mujeres en situaciones precarias que son menos informadas o carecen de recursos económicos suficientes para viajar a los estados libres de prohibicion.
En Francia, donde no hay riesgo de la revocación de la Ley Simone Veil de 1975 a favor de la interrupción voluntaria del embarazo se teme, sin embargo, que el retroceso catastrófico de derechos de la mujer en Estados Unidos pueda tener un efecto contagio en otros países. Frente a esta posible situación se ha abierto inmediatamente el debate sobre la inclusión de la ley sobre la interrupción voluntaria del embarazo en la Constitución.
No se puede negar que esta inclusión tiene por trasfondo el juego político francés actual que sigue a las elecciones legislastivas del pasado mes de junio. Se beneficia del contexto de temor que genera la falta de mayorías políticas claras que dificultará el gobierno del país.
El consenso francés sobre la introducción en la constitución de este derecho simbolizaría asimismo un gesto de unión y la posibilidad de unificar los parlamentarios ante proyectos que van en el sentido del bienestar de la población.
Lo fundamental, en todos los casos, es que las mujeres aprovechemos cada brecha, cada coyuntura para blindar nuestros derechos y apoyar las batallas que van a librar las mujeres norteamericanas, las de nuestra isla y de otras partes del mundo donde pretenden pisotear los Derechos de la Mujer.