Pudiera decir que pensaba hablar sobre la gran crisis del agua en el planeta y que hasta Alemania, un país admirable, enfrenta serios problemas con el agua. Sin embargo, he variado el tema a fin de cumplir con esta misión de maestro universitario, a quien se le ha alojado en el alma el magisterio como sacerdocio y le persigue en cada paso del camino, jugando a escaramuzas.
Tengo fresca en mi memoria la imagen de Pedro Mir, pasándome su mano por mi cabeza, mientras yo estaba sentado en el primer asiento de una las filas de butacas en un aula de la Facultad de Humanidades, tratando de responderle al maestro de maestros su provocadora pregunta dirigida a todos los alumnos del curso.
Yo estaba a un metro de la pizarra mientras él, Pedro Mir, se paseaba por el curso, haciéndonos preguntas para provocarnos sobre temas diversos más allá del contenido estricto y cerrado de la asignatura. Recuerdo cuando me expresó: "tú estás pensando tan profundo que parece buscar la respuesta fuera de aquí".
El verdadero maestro debe provocar a sus alumnos, tal como planteaba Paulo Freire cuando se refería al método de aprendizaje en las selvas de Brasil. Su planteamiento sobre la problematización, partiendo de la realidad social de los alumnos, durante el proceso de enseñanza y aprendizaje, es sencillamente apostar a la pedagogía de la libertad y a la construcción de ciudadanía. Con la maestra Ivelisse Prats, aprendí a conocer a Paulo Freire y a amar a mis alumnos.
La cientificidad de la materia debe ir más allá de la especificidad del tema. Los seres humanos somos sujetos sociales que necesitamos repensar el mundo y nuestro entorno en cada momento en que las circunstancias nos exigen solucionar nuestros propios problemas.
Las universidades están obligadas moralmente a discutir o problematizar los problemas sociales, ambientales, políticos, filosóficos, económicos, cívicos, culturales y humanos del mundo y los del mismo contexto de la vida social y comunitaria y personal de los propios estudiantes. Ese es el sentido de la idea central de la filosofía de la UASD para formar ciudadanos con una visión crítica.
Finalizo este artículo con dos hechos conmovedores que me han ocurrido como maestro por más de cuarenta años. Era una fresca y temprana mañana de Navidad y me encontraba impartiendo un examen final en un aula del Colegio Universitario. Todos los alumnos –menos una– habían terminado el examen y entregado debidamente y se fueron a los pasillos a pasar revista a cómo les fue en la prueba. La alumna que se había quedado durante un largo tiempo para entregarme el examen, se levantó de su asiento bañada en lágrimas, y me dijo: "Profesor, yo vine un día a retirarme de la universidad, pero usted dijo una palabra y entonces no me retiré; y me fue bien en el semestre".
La segunda experiencia, entre tantas otras, es reciente y me ocurrió en mayo de este año. En la Facultad de Humanidades, a las siete de la mañana, impartía mi examen final. La primera alumna en entregarme el examen, me expresó: "Profesor, sus palabras de las siete de la mañana, me hacían falta".
Nunca nos debe faltar una semana de aliento para decirles a los alumnos que sí se puede alcanzar el éxito porque otros, en peores circunstancias, pudieron y hoy son personas exitosas que cambiaron sus vidas. Que nunca nos falte la palabra de estímulo para los alumnos; especialmente para aquellos alumnos cuya piel social refleja la exclusión y el abandono. Y el dolor.