La victoria electoral de Luís Abinader en las elecciones del año 2020 marcó el inicio del cierre del ciclo político que se abrió en la República Dominicana con las elecciones de segunda vuelta en el 1996, pero, al propio tiempo, el comienzo de una nueva era en la vida pública dominicana.

Después de la muerte de Trujillo el país se vivió una traumática transición hacia la democracia, superando el golpe de Estado de 1963, la segunda intervención de los Estados Unidos en suelo patrio en el siglo XX, así como los avatares del régimen de los doce años de Balaguer, en el que las opciones de izquierda fueron arrinconadas y disminuidas.

La victoria del Partido Revolucionario Dominicano en el 1978 y 1982 implicó no solo la apertura y el inicio de consolidación de la democracia, sino el comienzo de un segundo ciclo en la política local, caracterizado por el retorno de Balaguer – quien gobernó por otros diez años-,  mayores libertades públicas y el creciente fortalecimiento del propio PRD y del Partido de la Liberación Dominicana; mientras los dilatados liderazgos del propio líder reformista y del ex presidente Juan Bosch, compitieron por las adherencias partidistas con José Francisco Peña Gómez, en medio de los protagonismos coyunturales perredeístas de Salvador Jorge Blanco y Jacobo Majluta.

Esa segunda etapa comenzó a cerrarse con la victoria del PLD en el 1996, explicada por muchos por el apoyo reformista a través del denominado Frente Patriótico.  En menos de una década, Peña Gómez, Bosch, Balaguer, Majluta y Jorge Blanco habían desaparecido del escenario político.

La momentánea vuelta al poder del PRD, entre 2000 y 2004, marcó el inicio del tercer ciclo político dominicano después de la muerte de Trujillo, caracterizado por el período de dominio político del PLD, con cuatro mandatos consecutivos. Los dos principales dirigentes peledeístas se alternaron en el poder gobernando ocho años en forma consecutiva cada uno de ellos, al tiempo que el PRD se dividía -una vez más-, quedando una minoría de líderes y militantes entre sus filas, mientras el grueso de la militancia blanca se congregaba en el Partido Revolucionario Moderno.

La victoria del PRM

El triunfo de Abinader en las elecciones del 2020 obedeció a factores tan evidentes como la división del PLD, y el surgimiento de Fuerza del Pueblo, pero también a otros tan diversos como el deterioro de la imagen del partido morado, el hastío de sus gestiones, la frescura de la candidatura de Luís Abinader por del PRM, así como por una adecuada política de alianzas del quién resultó electo en los comicios presidenciales.

A treinta y seis meses de su gobierno, Abinader se ha consolidado como el político más popular del país, con porcentajes de aprobación de su gestión por encima del 60% y una intención de voto que, de mantenerse en los niveles de los últimos meses, le auguran una victoria electoral en las elecciones de mayo del 2024.

Factores como la lucha contra una corrupción insospechada de los gobiernos anteriores y sus asomos en esta administración, el éxito del combate contra el Covid-19, la apertura y recuperación de la economía en tiempo récord, la ampliación de todos los programas sociales, así como el notable crecimiento con estabilidad macroeconómica y adecuado manejo fiscal, han contribuido al fortalecimiento de la imagen pública de Abinader y potencializado sus posibilidades electorales.

Un presidente disruptivo, abierto, que ha dejado atrás la acartonada formalidad del saco y la corbata a toda hora, que no teme responder preguntas y que es capaz de reconsiderar una decisión ante los reclamos del público, la sociedad civil y la clase política, comienza a concitar simpatías y apoyo más allá del partido que lidera e intenta fortalecer junto a un grupo de jóvenes y una pléyade de veteranos de tradición perredeísta.

Después del 2024 …

La probable victoria de Abinader en las elecciones de mayo del año venidero, a juzgar por lo que registran las principales firmas encuestadoras, implicaría el cierre del tercer ciclo o etapa de la democracia dominicana que se inició con el relevo de Balaguer en el poder en el año 1996.

Líderes como Leonel Fernández, Danilo Medina y muchos otros contemporáneos, si bien pudieran hacer opinión durante el próximo mandato presidencial, verán su influencia política reducirse con el paso de los días por la emergencia de nuevos liderazgos como los de David Collado, Carolina Mejía, Faride Raful y Eduardo Sanz, en el PRM; Abel Martínez y otros jóvenes del PLD, así como del heredero del partido de Fernández, su hijo Omar.

Pero también porque la política en la tercera década del siglo XXI es completamente diferente a la que realizaron, con innegable éxito electoral, los principales líderes del antiguo PLD y que hoy insisten en seguir practicando -quizás porque no la entienden de otra forma- los seguidores del expresidente Fernández, convirtiendo a esa “nueva” organización política opositora en una réplica tintada de verde del que (desde esa acera) denominan “el viejo partido”.

Pero la etapa política dominada por el presidente Abinader, en la medida en que adecenta el ejercicio del poder, dejando atrás prácticas clientelistas, le ha otorgado la independencia necesaria al Ministerio Público para que desmantele los entramados de corrupción erigidos por familiares, allegados y ex funcionarios de gestiones pasadas; ha mejorado los planes sociales y las coberturas médicas del seguro de salud público, ha fomentado la estabilidad macroeconómica y el crecimiento del turismo y los demás sectores generadores de empleos y divisas, desarrollando extraordinarias obras de infraestructura vial y soluciones habitacionales para los sectores de bajos ingresos, está cavando la fosa donde deberán sepultarse las tramposas y antidemocráticas viejas prácticas de la política tradicional.

Asegurar la victoria de Abinader en las elecciones presidenciales de mayo venidero es la tarea inmediata de todos los dominicanos que hemos decidido romper con esa vieja política, con ese pasado de tolerancia de la peor corrupción y de la impunidad sin límites, con esas prácticas partidarias negadoras de la democracia interna, excluyentes e instrumentalizadoras de los jóvenes y las mujeres, y con la eternización de liderazgo que, al plantarse por décadas, han truncado el desarrollo de nuevas generaciones de hombres y mujeres con un alto interés en el servicio público.