Esas personas que se ignoran están salvando el mundo (J.L.Borges)

Los vemos en el Metro temprano en la mañana rumbo al trabajo. Los hay periodistas, contadores, o expertos en logística. Los encontramos detrás de un escritorio o en una escuela. Los hay funcionarios públicos, también los hay emprendedores. Otros están jubilados.

Son mujeres y hombres sencillos, a los que pocas veces notamos. Tienen un nombre, un rostro y una historia. Tienen sueños para ellos y para sus hijos. También tienen miedos. No es que les cause ansiedad pensar en una enfermedad catastrófica, es que les da terror la aplicación de la tarifa técnica de la electricidad, el copago requerido por un ginecólogo en caso de cesárea o la posibilidad de quedarse sin empleo. Para ellos, la cotidianidad es una aventura de alto riesgo.

Hablo de ustedes, cuya esperanza en el futuro no está puesta ni en el gobierno, ni en la lotería ni en una ley, sino en sus propias manos.  Ustedes, los que  no se quedan paralizados. Los que salen de su propio interés y se ponen en movimiento por un mejor país, encontrando en los más vulnerables compañeros de camino para la vida. Descubren que mientras no hagamos del otro un hermano, se seguirán elaborando políticas públicas desde el Excel, alimentando una sociedad que “lucha contra la pobreza” mientras ignora a los pobres. Saben que nuestra sociedad es resiliente, alegre, trabajadora, pero también injusta: como cuando reacciona de manera distinta ante los delitos de infractores de cuello blanco y los delitos de los pobres o cuando empuja a dos jóvenes a colarse como polizones debajo de un avión rumbo a Suramérica, porque aquí no encuentran futuro.

Ustedes, los que deciden hacer algo para que las cosas cambien, los invisibles que son también, los indispensables de nuestra sociedad. Hacen esfuerzos conscientes para mejorar la vida de los demás, luchan por los derechos sociales, mejoran las capacidades de lectoescritura de los niños, y de mil  formas distintas se hacen hermanos de aquellos a quienes sirven, a través de gestos tan tangibles como, por ejemplo, enseñarles a cocinar.

Esto es precisamente lo que hace la chef Ivelisse Soriano en el Centro de Corrección y Rehabilitación Najayo Hombres: les enseña a ser chefs y les regala un futuro, les abre la posibilidad de soñar con una vida digna, reparando un poco lo que la sociedad ha destruido al privar de oportunidades a los jóvenes más pobres.

Ivelisse fue reconocida hace poco con el Premio Nacional Voluntariado Solidario 2022 —en la categoría educación— que otorga el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo. La cercanía de Ivelisse permite a los internos pensar con optimismo en el camino de regreso a casa y, con un poco de suerte y voluntad, emprender algún proyecto que los mantenga alejados del centro penitenciario una vez que recuperen la libertad.

Antes de iniciar su programa en Najayo, Ivelisse recibió formación como voluntaria. Esa capacitación la ayudó a mirar de manera distinta nuestra realidad social y económica y, cómo no, también a los internos privados de libertad, no para justificarlos, sino para reconocerlos como sujetos de derechos que también debemos defender.

Salvaguardar derechos es, en definitiva, lo que hace el voluntariado. Cuando una persona acompaña a otra en un hospital, protege el derecho a la salud. Cuando ayuda a un estudiante a superar deficiencias, defiende su derecho a la educación. Cuando reclama un techo digno para los habitantes de un barrio, vela por el derecho a la vivienda.

Por eso a ustedes, los que no se dejan vencer por el pesimismo, los que encuentran tiempo para acompañar a los más vulnerables, los que vencen sus miedos y se atreven a caminar por senderos de fraternidad, a ustedes, los “Quisqueyanos valientes” de hoy que de verdad aman este país nuestro, los indispensables, una y otra vez, “¡gracias!”.