NUEVA YORK – Si no fuera ya un odiado ícono liberal británico, Suella Braverman, ministra del interior del Reino Unido, hubiera consolidado su imagen de fanática nacionalista con su última andanada de declaraciones: a pesar de las críticas que enfrenta en su propio partido, redobló la retórica antiinmigración y antirrefugiados.
Durante un discurso reciente en Washington, Braverman afirmó que el multiculturalismo fue un fracaso en Europa, que la inmigración descontrolada es una amenaza para la civilización occidental y que la Convención de 1951 de las Naciones Unidas sobre el Estatuto de los Refugiados —que el Reino Unido ratificó durante el gobierno de Winston Churchill— quedó desactualizada. Braverman continuó el discurso afirmando que los refugiados perseguidos en sus países de origen por cuestiones de identidad de género o sexual «buscan asilo por motivos falaces», por lo que no se les debe permitir el ingreso a Gran Bretaña.
Fue una combinación de insensibilidad, chivos expiatorios y estupideces. En algunos países se ejecuta a los homosexuales, en otros, las mujeres ni siquiera pueden ir a la escuela. Poca gente seria está a favor de la inmigración «descontrolada». El Consejo Británico para los Refugiados publicó en un informe que el 74 % de quienes lleguen a Gran Bretaña en barco en 2023 serán reconocidos como solicitantes de asilo. El dato se basa en estadísticas compiladas por el Ministerio del Interior, a cargo de Braverman.
La propia Braverman nació en el Reino Unido, pero es hija de inmigrantes de ascendencia india. Su padre, cristiano, emigró desde Kenia en la década de 1960, y su madre, tamil hinduista, llegó al Reino Unido desde Mauricio. Considerando la historia de su familia, podría esperarse que Braverman se abstuviera de echar leña al fuego del pánico antirrefugiados.
Pero no es esta la primera vez que un inmigrante de segunda generación intenta validarse mediante muestras hipócritas de nacionalismo chauvinista… y Braverman fue un paso más lejos en su discurso de la Conferencia del Partido Conservador, el 3 de octubre, cuando invocó la historia de la inmigración de su familia para fomentar la agenda antiinmigratoria. «El viento de cambio que trajo a mis padres del otro lado del mundo durante el siglo XX fue una simple ráfaga comparada con el huracán que se viene», advirtió.
La mayoría de los analistas políticos británicos cree que Braverman simplemente está apelando a los sectores de extrema derecha para asumir el liderazgo de su partido. De manera muy similar a lo que ocurre con el partido republicano en Estados Unidos, los Tories —que alguna vez se autoproclamaron campeones del centrismo de la clase media— se están viendo atraídos hacia la derecha por los agitadores populistas.
Aunque es posible que Braverman no sea más que una oportunista política, sus diatribas antiinmigratorias resuenan más allá de las fronteras británicas. Cuando muestra a los inmigrantes y solicitantes de asilo como criminales y amenazas para la civilización occidental, recurre a la misma corriente populista de derecha que impulsó a la Alternative für Deutschland alemana, a la Agrupación Nacional de Marine Le Pen en Francia y al Partido Republicano del expresidente estadounidense Donald Trump.
Pero, ¿implica ese aumento del populismo xenófobo que los occidentales son cada vez más racistas? Los datos sugieren otra cosa. Más del 70 % de los ciudadanos británicos cree que la amplia variedad de etnias y culturas es parte de la identidad británica, y el 75 % está a favor de las relaciones interraciales. Esos sentimientos no eran frecuentes en el Reino Unido hace 50 años.
Además, la mayoría de los británicos que temen un «huracán» de refugiados probablemente nunca se hayan cruzado con uno, dado que los solicitantes de asilo quedan confinados en campos demarcados y no se les permite trabajar ni interactuar con el público en general. Y quienes viven en las ciudades con mayor cantidad de inmigrantes no occidentales suelen ser más tolerantes con ellos que quienes residen en zonas donde hay relativamente pocos.
Pero la revuelta populista actual en realidad no tiene que ver con los refugiados. El mayor resentimiento que albergan los partidarios de la extrema derecha está reservado para las llamadas «elites liberales», quienes habitan en las zonas urbanas y tienen acceso a una excelente educación, a quienes Braverman, durante el discurso de la Conferencia, llamó «la minoría privilegiada, alerta a las injusticias sociales, con sus creencias de lujo». Por lo general se culpa a esas elites de todo, desde la pérdida de empleos industriales y el aumento de la inmigración descontrolada hasta la supuesta «tiranía» de las instituciones internacionales, como la Organización Mundial de la Salud y la Unión Europea.
Casualmente, la propia Braverman se graduó en Cambridge, forma parte del círculo de consejeros del rey (juristas eminentes designados por patente real) y estudió, becada por la UE, en la Universidad París 1 Panteón-Sorbona. Pero las quejas que aprovecha no son completamente infundadas: históricamente, tanto las elites de izquierda como las de derecha alentaron la inmigración; la derecha en busca de mano de obra barata y la izquierda, por idealismo multicultural. También es cierto que las políticas de libre comercio mundial abrazadas por los líderes occidentales perjudicaron a veces a los trabajadores de muchos países desarrollados. La propia UE es considerada por muchos como un producto de las élites europeas.
En la mayoría de los casos, sin embargo, el resentimiento se debe a una pérdida de estatus, real o percibida, en un mundo en rápido cambio. Es posible que los trabajadores industriales y los mineros hayan enfrentado duras condiciones laborales, pero podían enorgullecerse de su sindicatos, grupos sociales y actividades culturales… muchas de esas instituciones han desaparecido.
De manera similar, así como muchos estadounidenses crecieron creyendo que EE. UU. era el mejor país del mundo, los ciudadanos británicos alguna vez fueron súbditos orgullosos de un imperio global. En EE. UU., a veces el enojo popular incluye también un elemento racial: la gente de raza blanca, especialmente en los estados del sur, siente que su dominio sobre la gente de color se desvanece. Y a menudo se culpa a las elites liberales, no a los inmigrantes, por reducir «nuestra» estatura, «menospreciarnos» y destruir los valores y tradiciones que tanto significan para «nosotros».
Esa sensación de pérdida es la que alimenta la política actual del resentimiento. Es prácticamente irrelevante que los demagogos que aprovechan esos sentimientos sean hijos de inmigrantes indios del África, o empresarios deshonestos y estafadores. La gente les dará su apoyo siempre que logren articular una furia compartida.
Durante un discurso reciente en Washington, Braverman afirmó que el multiculturalismo fue un fracaso en Europa, que la inmigración descontrolada es una amenaza para la civilización occidental y que la Convención de 1951 de las Naciones Unidas sobre el Estatuto de los Refugiados —que el Reino Unido ratificó durante el gobierno de Winston Churchill— quedó desactualizada. Braverman continuó el discurso afirmando que los refugiados perseguidos en sus países de origen por cuestiones de identidad de género o sexual «buscan asilo por motivos falaces», por lo que no se les debe permitir el ingreso a Gran Bretaña.
Fue una combinación de insensibilidad, chivos expiatorios y estupideces. En algunos países se ejecuta a los homosexuales, en otros, las mujeres ni siquiera pueden ir a la escuela. Poca gente seria está a favor de la inmigración «descontrolada». El Consejo Británico para los Refugiados publicó en un informe que el 74 % de quienes lleguen a Gran Bretaña en barco en 2023 serán reconocidos como solicitantes de asilo. El dato se basa en estadísticas compiladas por el Ministerio del Interior, a cargo de Braverman.
La propia Braverman nació en el Reino Unido, pero es hija de inmigrantes de ascendencia india. Su padre, cristiano, emigró desde Kenia en la década de 1960, y su madre, tamil hinduista, llegó al Reino Unido desde Mauricio. Considerando la historia de su familia, podría esperarse que Braverman se abstuviera de echar leña al fuego del pánico antirrefugiados.
Pero no es esta la primera vez que un inmigrante de segunda generación intenta validarse mediante muestras hipócritas de nacionalismo chauvinista… y Braverman fue un paso más lejos en su discurso de la Conferencia del Partido Conservador, el 3 de octubre, cuando invocó la historia de la inmigración de su familia para fomentar la agenda antiinmigratoria. «El viento de cambio que trajo a mis padres del otro lado del mundo durante el siglo XX fue una simple ráfaga comparada con el huracán que se viene», advirtió.
La mayoría de los analistas políticos británicos cree que Braverman simplemente está apelando a los sectores de extrema derecha para asumir el liderazgo de su partido. De manera muy similar a lo que ocurre con el partido republicano en Estados Unidos, los Tories —que alguna vez se autoproclamaron campeones del centrismo de la clase media— se están viendo atraídos hacia la derecha por los agitadores populistas.
Aunque es posible que Braverman no sea más que una oportunista política, sus diatribas antiinmigratorias resuenan más allá de las fronteras británicas. Cuando muestra a los inmigrantes y solicitantes de asilo como criminales y amenazas para la civilización occidental, recurre a la misma corriente populista de derecha que impulsó a la Alternative für Deutschland alemana, a la Agrupación Nacional de Marine Le Pen en Francia y al Partido Republicano del expresidente estadounidense Donald Trump.
Pero, ¿implica ese aumento del populismo xenófobo que los occidentales son cada vez más racistas? Los datos sugieren otra cosa. Más del 70 % de los ciudadanos británicos cree que la amplia variedad de etnias y culturas es parte de la identidad británica, y el 75 % está a favor de las relaciones interraciales. Esos sentimientos no eran frecuentes en el Reino Unido hace 50 años.
Además, la mayoría de los británicos que temen un «huracán» de refugiados probablemente nunca se hayan cruzado con uno, dado que los solicitantes de asilo quedan confinados en campos demarcados y no se les permite trabajar ni interactuar con el público en general. Y quienes viven en las ciudades con mayor cantidad de inmigrantes no occidentales suelen ser más tolerantes con ellos que quienes residen en zonas donde hay relativamente pocos.
Pero la revuelta populista actual en realidad no tiene que ver con los refugiados. El mayor resentimiento que albergan los partidarios de la extrema derecha está reservado para las llamadas «elites liberales», quienes habitan en las zonas urbanas y tienen acceso a una excelente educación, a quienes Braverman, durante el discurso de la Conferencia, llamó «la minoría privilegiada, alerta a las injusticias sociales, con sus creencias de lujo». Por lo general se culpa a esas elites de todo, desde la pérdida de empleos industriales y el aumento de la inmigración descontrolada hasta la supuesta «tiranía» de las instituciones internacionales, como la Organización Mundial de la Salud y la Unión Europea.
Casualmente, la propia Braverman se graduó en Cambridge, forma parte del círculo de consejeros del rey (juristas eminentes designados por patente real) y estudió, becada por la UE, en la Universidad París 1 Panteón-Sorbona. Pero las quejas que aprovecha no son completamente infundadas: históricamente, tanto las elites de izquierda como las de derecha alentaron la inmigración; la derecha en busca de mano de obra barata y la izquierda, por idealismo multicultural. También es cierto que las políticas de libre comercio mundial abrazadas por los líderes occidentales perjudicaron a veces a los trabajadores de muchos países desarrollados. La propia UE es considerada por muchos como un producto de las élites europeas.
En la mayoría de los casos, sin embargo, el resentimiento se debe a una pérdida de estatus, real o percibida, en un mundo en rápido cambio. Es posible que los trabajadores industriales y los mineros hayan enfrentado duras condiciones laborales, pero podían enorgullecerse de su sindicatos, grupos sociales y actividades culturales… muchas de esas instituciones han desaparecido.
De manera similar, así como muchos estadounidenses crecieron creyendo que EE. UU. era el mejor país del mundo, los ciudadanos británicos alguna vez fueron súbditos orgullosos de un imperio global. En EE. UU., a veces el enojo popular incluye también un elemento racial: la gente de raza blanca, especialmente en los estados del sur, siente que su dominio sobre la gente de color se desvanece. Y a menudo se culpa a las elites liberales, no a los inmigrantes, por reducir «nuestra» estatura, «menospreciarnos» y destruir los valores y tradiciones que tanto significan para «nosotros».
Esa sensación de pérdida es la que alimenta la política actual del resentimiento. Es prácticamente irrelevante que los demagogos que aprovechan esos sentimientos sean hijos de inmigrantes indios del África, o empresarios deshonestos y estafadores. La gente les dará su apoyo siempre que logren articular una furia compartida.
Traducción al español por Ant-Translation
Fuente: https://www.project-syndicate.org/commentary/right-wing-populists-stoke-xenophobic-panic-by-ian-buruma-2023-10/spanish