Una aproximación al mayor general Smedley Darlington Butler (1881-1940) y su revelador ensayo La guerra es un latrocinio (1935), permite apreciar las vías transitadas por Estados Unidos para erigirse en soberano del mundo, y mantenerse en el pedestal desafiando la teoría de los ciclos largos de Kondrátiev.

Pese a los años transcurridos, los testimonios y confesiones de Butler siguen causando asombro, sobre todo porque se trata del desahogo de un malvado salido de las entrañas del monstruo, y curtida en sus “hazañas”.

Al término de 30 años de una carrera militar que lo llevó a intervenir en tres continentes: América, Asia y Europa, se retiró de la vida militar y poco después publicó su ensayo, en el que vierte acerbas reflexiones sobre el rosario de sus tropelías como miembro de numerosas unidades de intervención USA.

Es de creer que con todo y los reconocimientos recibidos, y la popularidad de que gozó entre los suyos, el mayor general sería hoy poco conocido de no ser por el rapto de emociones displacenteras plasmadas en su obra.

Como todoterreno de las agresiones del Tío Sam, Butler hizo “méritos” en América Latina, donde holló a Honduras repetidas veces; a Cuba, Nicaragua, República Dominicana, Haití, Guatemala, Panamá y México, en una clara expresión de  la truculencia despiadada de una potencia (EEUU) en frenética expansión.

Su eficiente acatamiento de las órdenes de agresión no pasó desapercibido para las instancias decisivas, y en reciprocidad recibió ascensos, medallas y condecoraciones que lo convirtieron en el militar más galardonado del “Norte revuelto y brutal”.

En Asia, años 1990, sería miembro del contingente estadounidense que, junto al de otras potencias colonialistas, ocupó Pekín tras el asesinato del embajador alemán Clemens August von Ketteler, obra de los bóxers chinos, aguerrida reminiscencia de las Guerras del Opio (1839-42, y 1856-60). Allí se ocuparía de que nadie molestase a la Standard Oil.

En Europa, en el marco de la Primera Guerra Mundial, Butler ganó varios reconocimientos, incluida la Orden de la Estrella Negra, otorgada por Francia, país donde habría dirigido un regimiento.

En Latinoamérica y el Caribe fue protagonista de primer orden en las Guerras Bananeras (Banana Wars, 1898-1934). En este ámbito, sus “proezas” llevaron al Congreso de EEUU a otorgarle dos Medallas de Honor: una, por su acusada contribución en la defensa de los intereses petroleros arrebatados a México, amenazados por los revolucionarios aztecas, tras desbancar la dictadura de Porfirio Díaz (1911….), y otra, por su “valentía” en la represión de los Cacos de Charlemagne Peralte y Benoit Batraville en Haití (1915…).

Es de suponer que, ya en el ocaso de su vida, al hacer el balance de sus infinitas ejecutorias abusivas y sangrientas, Butler sentiría un profundo sentimiento de culpa; un profundo “dolor psíquico”, como diría Freud, bien próximo a la neurosis.

Con probable asco de sí mismo, haría catarsis con el desfogue de sus perversidades y crímenes; desfogues recogidos en un opúsculo revelador, que preserva la memoria del malhechor, y evidencia la ruindad de sus amos.

Sin vergüenza, afirma de sí: “no he sido más que un matón con clase a sueldo de la gran empresa, Wall Street y la banca. Dicho en pocas palabras; he sido un extorsionador, un gangster del capitalismo”.

Y agrega: “ayudé a que Cuba y Haití fueran sitios tranquilos donde los chicos del National City Bank pudieran recaudar su dinero. Ayudé también a destruir media docena de repúblicas centroamericanas por el bien de Wall Street”.

De 1902 a 1912 dice habérsela jugado en la “pacificación” y “limpieza” de Nicaragua, en beneficio del banco internacional Brown Brothers Harriman. Igualmente, resalta su participación en República Dominicana, 1916, en interés de los grandes azucareros USA.

Confiesa que en beneficio de los dólares del Tío Sam defendió gobiernos corruptos contra movimientos nacionalistas locales, y “enderezó”, “pacificó” y “civilizó” otros….

En una confesión cúlmine, expresa: “Pensándolo bien, me da la impresión de que podría darle unos cuantos consejos a Al Capone. Al fin y al cabo, él montó un tinglado en tres barrios. Yo, en tres continentes”.