El Día Mundial de la Población fue establecido por el Consejo de Gobierno del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en 1989 y ratificado por la Asamblea General como celebración oficial en diciembre de 1990, bajo el influjo de la celebración del 'Día de los cinco mil millones' el 11 de julio de 1987, a propósito de que en esta fecha la población mundial alcanzaría los 5000 millones de habitantes, un verdadero hito en la historia demográfica.

En el pasado remoto, el tamaño de la población mundial se mantuvo estacionario en unos pocos millones de habitantes durante más de cien mil años, tardando cerca de diez mil años para llegar a los 252 millones del inicio de nuestra era y más de 1800 años adicionales para los primeros mil millones en el primer cuarto del siglo XIX. Pero para llegar a los 5000 millones se necesitaron apenas 155 años, y en sólo 36 años alcanzará en el próximo 2023 los 8000 millones de habitantes.

La población humana crecía a un ritmo muy lento hasta la Revolución Industrial  (RI) que inicia en el siglo XVIII en Europa, debido principalmente a la elevadísima mortalidad endémica -sobre todo en la infancia-, que se traducía en una corta duración de la vida (apenas 22 al inicio de nuestra era y 27 en los inicios de la RI); y a las reducciones sistémicas causadas por el aumento repentino de muertes provocadas por los denominados por Malthus “frenos positivos” (epidemias, guerras, hambrunas, desastres naturales,), eventos catastróficos de tales magnitudes que alteraban profundamente uno de los términos de la relación población-medio ambiente que tiende, en el largo plazo, a un cierto “equilibrio” permanente, aunque precario. Esta típica respuesta malthusiana era todavía importante hasta mediados del siglo XIX: el equilibrio recursos/población se restauraba mediante la mortalidad, cuyo descenso permanente se retrasó hasta la segundad mitad del siglo XIX y más allá. la población humana

Es a mediados del siglo XVIII cuando se inicia el crecimiento elevado y sostenido de la población mundial -de apenas 771 millones en los inicios de la RI-, cerrándose un larguísimo ciclo de epidemias recursivas. Es el fin de la época de las pandemias y hambrunas catastróficas y el inicio de la era del denominado crecimiento demográfico moderno. Este crecimiento tiene tres características que lo distingue del ocurrido en épocas anteriores: su dimensión exponencial, su continuidad y su duración, sin interrupción durante casi tres siglos.

La RI puso a la humanidad en una senda de progreso en términos de condiciones materiales de vida, impulsando un cambio revolucionario en los patrones demográficos. La revolución tecnológica que trajo consigo produjo cambios que hicieron posible el abatimiento generalizado y sostenido de la mortalidad endémica por enfermedades infecciosas al mejorarse las condiciones sanitarias y del medio ambiente, la alimentación, y las condiciones higiénicas y terapéuticas en menor medida. La apertura del hemisferio occidental amplió considerablemente el suministro de alimentos. La regularidad del suministro de alimentos se aseguró aún más por el aumento de la productividad agrícola en Europa y mediante el desarrollo del transporte, tanto transoceánico como interno, con canales, carreteras mejoradas y luego ferrocarriles. Hubo una mejora significativa en el saneamiento y aseo personal: la gente comenzó a bañarse y a lavarse las manos. Más tarde, se proporcionó un suministro de agua limpia, se construyeron plantas de eliminación de aguas residuales y, en general, se mejoró el saneamiento ambiental urbano.

Pero es en la segunda mitad del siglo XX que se produce la llamada explosión demográfica por el descenso sostenido de la alta mortalidad endémica y de aquella provocada por episodios epidémicos y pandémicos en el mundo no desarrollado, cuando comienzan a aplicarse avances de la tecnología biomédica en inmunización y antibióticos, la quimioterapia y la cirugía, acompañado de mejoramiento en las condiciones de higiene y salubridad ambiental. Sólo el descubrimiento de los antibióticos provoco un descenso simultaneo de la mortalidad catastrófica y endémica.

Este espectacular descenso sostenido en la mortalidad significó un aumento significativo en la duración de vida al nacer y una aceleración en forma exponencial del crecimiento demográfico a un ritmo no registrado antes de la RI, marcando los inicios de las transiciones demográfica y epidemiológica. En sólo medio siglo la población casi se triplicó. De acuerdo a las proyecciones de población de Naciones Unidas, la población de las regiones menos desarrolladas en 1950 era de 1,721 millones, que representaba el 67.8% de la población mundial. Treinta años después dicha población ya se había casi duplicado, al ascender a 3,374 millones, y al final del siglo se elevó a casi 5,000 millones, el 80.6% de la población mundial. En sólo 50 años la población total del continente de Asia se incrementó de 1,405 a 3,741 millones; la de América Latina se triplicó de 169 a 522 millones y la de África se cuadruplicó, aumentado de 228 a 811 millones.

En la actualidad la evolución de la población y la dinámica demográfica a nivel mundial están entrando a un punto de inflexión. El crecimiento de la población se está ralentizando de forma notable. La población mundial está creciendo más despacio y envejeciendo a un ritmo sin precedentes. Su ritmo o velocidad de aumento vienen reduciéndose desde los años 90. De una tasa de crecimiento demográfico de 1.78% anual a mediados del siglo pasado, se ha pasado a una de apenas 1.32% a fines del siglo. En el presente lustro 2020-2025 caerá por debajo del 1% (0.98% anual).

En una perspectiva futura, la población mundial continuará creciendo durante todo el presente siglo, de acuerdo con las proyecciones de Naciones Unidas. Si bien hoy se considera poco probable que la población mundial se vuelva a duplicar, al año 2050 habrá casi dos mil millones más de seres humanos, y en los próximos 50 años se agregarán 1,412 millones. De no retroceder a la época de las pandemias catastróficas, se espera que a mediados del siglo la población llegue a 9.772 millones, y al final, en el 2100, supere los 10.000 millones, con un crecimiento de casi cero en la última década (ONU, 2019).

El momento en que la población mundial empezará a decrecer -teniendo en cuenta el crecimiento natural y la migración- constituirá un importante hito de la nueva era demográfica. La población de América Latina dejará de crecer muy cerca del año 2060, lo mismo que ocurrirá en Asia. Por su parte, Europa dejaría de crecer durante 2020, mientras que África, Oceanía y América del Norte lo harían más allá de 2100; en el caso de África por conservarse altos niveles de natalidad, mientras que en el de América del Norte y Oceanía como resultado del saldo migratorio positivo.

En síntesis, los cambios demográficos ocurridos a nivel planetario en el pasado siglo XX y en las dos primeras décadas del presente XXI y los cambios esperados en el presente siglo constituyen una auténtica revolución demográfica, pues han transformado radicalmente -y lo seguirán haciendo- el volumen y ritmo de crecimiento de la población mundial, regional y nacional, su distribución espacial, y su estructura por edad y sexo. Dichos cambios son el resultado sobre todo de grandes adelantos demográficos: el progresivo aumento de la supervivencia humana y de la prolongación de la vida, el fenomenal descenso en el número de hijos que en promedio tienen las mujeres y la intensificación y diversificación de las migraciones internas e internacionales. Las tendencias demográficas actuales y futuras reflejan los éxitos del pasado ​​en el desarrollo: el empoderamiento de las mujeres; la educación mejorada; mejor salud infantil, materna y reproductiva; y mayor longevidad.