“Para entender el cine, es imprescindible amar el arte cinematográfico”.
Esta frase que constantemente repetía Arturo Rodríguez Fernández puede ser un gran recordatorio de lo que significaba para él el cine, un arte que revela muchas de las ilusiones y motivaciones tanto para quien lo realiza como para quien lo aprecia.
Los que tuvimos la oportunidad de entender lo que él entendía, de visualizar que en una simple toma o un delicado movimiento de cámara se puede transmitir una infinidad de emociones a ese público, sabemos que la disposición para ver una película no viene tanto de que nos guste tal o cual género, es tener que agudizar todos los sentidos para prepararnos a vivir una experiencia sensorial única que sabemos nos marcará por el resto de nuestras vidas.
El hecho de que el pasado miércoles 13 de diciembre de este año se haya inaugurado en los espacios de la Cinemateca Dominicana una Mediateca que lleva su nombre, es una clara realidad (quizás metáfora fílmica), del rigor que tenía Arturo sobre los conocimientos que se deben tener sobre este arte.
Un rigor que lo llevaba hasta los extremos por saber el dato preciso, la fecha exacta, el director adecuado, las películas referenciales, los temas casuísticos y hasta los chismes presentes sobre la intimidad de cada actor o actriz.
Todo lo tenía presente y esto era lo que lo distinguía, por tener ese sello personal de cómo veía el oficio y cómo lo expresaba en cada uno de sus artículos que realizó en los diferentes medios donde ejerció, casi monacal, la crítica cinematográfica.
Sabemos que esa casa, la Cinemateca Dominicana, le está dando una nueva bienvenida a una institución donde también le dedicó horas de su vida y que hoy le rinde homenaje proponiendo su nombre a un espacio de saberes, de instrucción, de conocimientos y de apreciar la maravilla de un arte que todos disfrutamos.
Gracias a Dios por permitirnos haber estado presente en este encuentro de cinéfilos, hacedores de cine, críticos, amigos y familiares para celebrar también a este incomprendido oficio puesto que, como decía François Truffaut: “El crítico debería ser, en general, el intermediario entre el autor y el público, explicando al segundo las intenciones del primero y dando a conocer al primero las reacciones del segundo, ayudando a uno y a otro a ver más claro”.