“¡Hazme normal, por favor, yo quiero ser normal!” Le rezaba de niña al retrato de Jesucristo que colgaba en el pasillo de las habitaciones de la casa de mi abuela. Era un hombre de piel blanca que parecía, o más bien parece porque sigue ahí, de porcelana, con pelo largo y una barba arreglada. Negociaba en silencio con aquella pintura buscando alivianar el peso de sentir atracción por mi mismo sexo y le proponía una solución que percibía como un privilegio: “o hazme hombre”.
Descubrí desde muy pequeña la abrumadora realidad de que la homosexualidad no sólo no era lo común sino que era tan rechazada a mi alrededor que parecía inexistente. Me sentía como la única persona gay en el mundo, la soledad era insoportable. Así que cerré el telón y paré de existir. Abrí el telón y ya yo no era yo. No por arte de magia, ni por obra del señor Jesucristo, era el simple y humano propósito de sobrevivir en una sociedad con una extraña lealtad a su doble moral.
Al terminar el bachiller abrí el telón y finalmente salí a la luz con cinco personas cuya amistad, amor y apoyo continúa hoy intacto. Con el resto del mundo seguía escondida. No podía levantar sospechas. Estaba en alerta 24/7. Quería desaparecer.
Me enamoré a los 23 años de un amor correspondido. Mi corazón alzó la bandera de una libertad revolucionaria y valiente, finalmente había llegado el momento que más esperaba. Queríamos contarle a todo el mundo la alegría de nuestro amor. ¡Qué ingenuas! Al poco tiempo de enterarse, su madre la amenazó con suicidarse si nuestra relación continuaba.
Cerré el telón. Mi amor propio ya no era mío sino de su madre. Me odié por ser mujer. Me odié por ser yo. Me odié por existir. Quise que me gustaran los hombres, ser hombre o morir. Tantas veces quise morir. Me odié por amar.
Desde llamarme “el demonio” hasta posibles querellas, año tras año coleccioné los insultos y las amenazas que venían con cada intento de amar y así fue muriendo la fe de tener una vida normal como la que goza una persona heterosexual. La sociedad dominicana, abrazada ciegamente al heteropatriarcado y a la iglesia, nos aconsejaba al oído: “cásense con un hombre y quédense juntas en secreto”.
Sintiendo vergüenza y culpa, viviendo en esas sombras concluí que tener una relación con una mujer era igual a arruinarle la vida y causarle sufrimiento, que amar a una mujer era destruirla. Como consecuencia confieso que regalé mi corazón a quien lo quisiera. Cuántas veces asumí que era todo mi culpa y hasta me disculpé. Eso te rompe. Eso te mata. Me sentía un monstruo y muchas veces me definí así en voz alta: “soy un monstruo”.
Luego de tantas luchas, mas sin darme por vencida, como buena guerrillera, fui avanzando poco a poco desde aquella oscuridad y a mis 38 años tengo novia por primera vez. Una que me toma de la mano y me besa en público. ¡Qué privilegio es un beso público! Los días me despiertan con olor a café, atardeceres acompañados del canto de las cotorras y noches con una luna sonriente de anfitriona. El sueño de un hogar se vuelve realidad. Saboreo la dulce miel de tener una segunda familia con brazos que abrazan y no que alejan.
A mis 38 años tengo novia por primera vez y pienso en tantas mujeres lesbianas que murieron sin poder amar como merecían, en quienes viven hoy escondidas mientras los congresistas con la boca llena de ignorancia continúan intentando volvernos invisibles afirmando que la orientación sexual es una moda y promueven leyes que discriminan y torturan.
¡República Dominicana, despierta! Somos tus hijas, somos tus esposas, somos tus madres, somos tus amigas, somos tu familia. ¿O prefieres que nos suicidemos todas? ¿A dónde te ha llevado la irresponsabilidad de no ser un Estado laico? ¿A casar niñas? ¿A ser de los pocos países en el mundo que no defienden los derechos de las mujeres? ¿A dónde te ha llevado tu afán de aparentar tener la familia perfecta? Una familia perfecta no existe, pero eso ya lo sabes. ¡Dominicana, despierta!
¡Congresista! Te lo canté con Inka: “lo que necesita terapia de conversión es tu engaño, lo que necesita terapia de conversión es tu corrupción”. Míranos a los ojos, la lucha sigue, la resistencia vive y cada beso es una protesta. Amar así es una revolución y así amaremos. Ser felices es nuestra batalla y triunfaremos.
A mis 38 años tengo novia por primera vez. La victoria de ser mujer, amar a una mujer y ser amada por una mujer en República Dominicana, para mi es desde ya inmortal.