“Se sentó un rato con la cara hacia el río que estaba corriendo profundo. Mientras estaba sentado allí, los ojos de su entendimiento comenzaron a abrirse; aunque no vio ninguna visión, entendió y supo muchas cosas, tanto espirituales como de fe y aprendizaje”. Ignacio de Loyola, san. Autobiografía (no. 30).

 

Hay quien ama el país como quien ama a alguien que ha conocido por Tinder, porque ha visto fotos que han pasado por mil filtros, porque ha leído lo que escribe quien inventa o exagera en su perfil las virtudes para lucir atractivo o interesante. Luego, el enamorado tiene que decidir si conoce personalmente a quien cree amar para entonces comprometerse con ese amor, o si sigue aferrado a una mentira o a una verdad a medias, a riesgo de sufrir decepciones, ansiedades y muchas frustraciones. Los consejos que se ofrecen para ese tipo de relaciones aplican también para el ejercicio de un patriotismo auténtico: no idealizar, sino más bien conocer la realidad, con todo lo que ella tiene para darnos, incluyendo la verdad de nosotros mismos, porque a veces ese proceso de descubrir quién es el otro, revela también quién es uno.

 

Muchas de las ideas que se tienen sobre la República Dominicana —su belleza, riqueza, pobreza y desarrollo— cambian si las miramos desde una perspectiva distinta, como la que ofrece una casa en Gualey, Los Guandules o La Ciénaga, en la orilla del río Ozama.

 

Somos bombardeados por un estilo de vida que seduce, fascina y engaña. Si te pasas un par de horas al día en las redes sociales dominicanas parece que la pobreza fuera fruto de la pereza y la desidia. A la vez, parece que la prosperidad económica o es una bendición de Dios o el fruto exclusivo del esfuerzo y el talento. Ninguna de ellas es una verdad absoluta. Son los filtros con los que nos muestran el país. Hay sin embargo algunas circunstancias en las que se cae el velo que cubre lo que somos: un huracán es solo una de ellas.

 

El primer domingo después del Huracán George, en septiembre de 1998, visité La Ciénaga por primera vez. A nivel nacional ese huracán dejó más de 260,000 damnificados, 112 puentes quedaron dañados y más de 1,400 centros educativos se vieron afectados. Más de 60,000 viviendas quedaron destruidas en todo el país, un 24% de ellas en la ciudad de Santo Domingo.

 

No sé cuántas de esas viviendas estaban en La Ciénaga, pero por su fragilidad y cercanía al río seguro que eran muchas. Cientos de damnificados del sector se refugiaron en la Escuela Virgen del Carmen y para llegar hasta allí tuvimos que recorrer un buen tramo del barrio y bajar empinados escalones. En el camino podía ver los rostros de hombres, mujeres y niños que lo habían perdido todo o al menos gran parte de sus pertenencias, pero sabían que aún conservaban lo que no podrían quitarles ni mil huracanes: dignidad y fuerza para luchar por la vida.

 

Vidas despojadas de derechos y sin embargo llenas de sentido, iluminan la realidad que habitamos. Si nos damos el tiempo suficiente para conocerlas, veremos que enriquecen y conquistan esa realidad. Acercarnos a las vidas más vulnerables es el modo de mirar detrás de y más allá: detrás de los que ocupan los primeros lugares, los triunfadores, y más lejos, allá en las periferias de la sociedad.

 

La orilla del río Ozama es un poco como la del río Cardoner, en la que Ignacio comprendió muchas cosas. Vemos lo que no siempre es tan evidente cuando nos asomamos desde una de las casas que tienen el Ozama por patio. Comprendemos mejor la falta de utilidad de ciertas políticas públicas, nos indignamos con algunos de los proyectos de ley que conoce el Congreso Nacional y nos angustiamos de un modo distinto con el problema del medioambiente.

 

Pero no solo eso. También agradecemos de un modo diferente la celebración del Día del Padre cuando sabemos de un vecino en el barrio que ayuda con la crianza de los niños, o de un colmadero que fía la leche para los muchachos o cuando notamos que hay un comunitario que da ejemplo de honestidad y compromiso a los más jóvenes. De algún modo empezamos a ver nuevas todas las cosas.

 

La mirada desde allí tiene una fuerza capaz de perforar la corteza de la publicidad y desvelar lo oculto. Es la mirada del que huele, del que mira, escucha y se deja afectar. Es la respuesta de quien se compromete con aquellos que lo han acogido, que le han enseñado “TheRealDR”, la verdadera República Dominicana. Entonces inicia proyectos, fortalece lo bueno que encuentra y aprende de los nuevos maestros que encuentra en el camino. Su mirada, crítica y compasiva, finalmente hace posible el milagro de la fraternidad.