Con Gaza en el corazón, por el fin del genocidio

Las consultas filosóficas se iniciaron oficialmente en 1981, cuando el filósofo alemán Gerd Achebanch abrió la primera reconocida en esta materia en la ciudad de Bergisch Galdbach, cerca de Colonia. No fue algo aislado, al contrario, muy pronto otros filósofos en Francia, Estados Unidos, Países Bajos o Argentina hicieron lo mismo. Se buscaba un restablecimiento de la utilidad de la filosofía para abordar inquietudes y conflictos personales.

En este caso, no se trata de solucionar problemas de salud mental, sino de reflexionar sobre cuestiones filosóficas profundas, como el sentido de la vida, la ética o la libertad. Es la aplicación práctica del conocimiento. Una de las condiciones requeridas es tener una base de conocimiento filosófico del ser humano, que es necesario en estos momentos. Salir del pensamiento propio, de nuestro más vulgar “yo”, para aplicar los conflictos colectivos éticos a la sociedad en la que nos desarrollamos. Es decir, abandonar nuestro individualismo para intentar comprender el sentido colectivo de nuestros conflictos más íntimos.

Actualmente, en las consultas médicas el síntoma que más escuchamos es: “Doctora, estoy cansada”. Se trata de un agotamiento psíquico con reflejo físico cada vez más frecuente, que sería, en el fondo, una necesidad de búsqueda del sentido filosófico de nuestra existencia. Juan Torres Macho, jefe de servicio de Medicina Interna del hospital Infanta Leonor de Madrid, explica que, aunque el cansancio es un síntoma real, no existen buenos tratamientos para combatirlo, por lo que a menudo el sistema sanitario pasa por alto a estos pacientes. No hay marcadores diagnósticos y los pacientes están desesperados.

En casos como estos, que solo se observan en sociedades desarrolladas con las necesidades básicas medianamente cubiertas, el análisis debe ser individualizado y se debe considerar también la comorbilidad, es decir, la existencia de dos o más trastornos o enfermedades en una misma persona. Y donde la medicina no encuentra sustento se podría insertar la filosofía, aunque es verdad que estos pacientes podrían no ser permeables, ya que buscan la píldora que trate su síntoma; se sienten enfermos, es lo primero que tenemos que pensar.

Y volvemos entonces al pensamiento desde el “yo”, al individuo enfermo que no levanta la mirada, que solo es capaz de sentir su propio dolor. Es la sociedad del “yo” enfermo, sin sentido, agotado por las circunstancias… En fin, todos a la consulta del filósofo…