Uno de estos días, algún historiador persistente o periodista curioso dedicara su tiempo a investigar la fortuna del Senador Félix Bautista (reelecto representante y prominente dirigente de la FUPU; aparte de indispensable amigo de Leonel Fernández).  Sin mucho temor a equivocarme, puedo afirmar que tendrá que ponerse las manos en la cabeza cuando termine de investigar.

Ese político, y muchos de su calaña, tienen asegurados un espacio permanente en la revista Forbes, pues son dueños de tal cantidad de dinero como para colocarse  en el ranking  de cualquier multimillonario famoso. Dinero que consiguieron sin el sudor de su frente, sirviendo al Estado de un país pobre. Nadie ignora de dónde salieron, ni los expedientes que llegaron a los tribunales por su origen.

Mucho menos lo desconoce la jerárquica católica, aunque se hagan de la vista gorda.  Esos prelados están conscientes de cuántos orfelinatos de calidad y servicios educativos para niños, niñas y adolescentes, pueden costearse con esas riquezas. Conocen de las clínicas infantiles, centros de atención materna, servicios nutricionales, asistencia familiar, y hospitales pediátricos, que estarían funcionando con esas fortunas.

Evitaríamos innumerables embarazos precoces; natimuertos que no tendríamos que lamentar; incalculables infantes traumados y desvalidos que podríamos asistir. Con esas sumas secuestradas por el robo es posible rescatar a muchos jóvenes del crimen y las psicopatías. En otras palabras: pudiéramos llevar respeto a muchas vidas. Y no hablo solamente de la vida física, sino de la psicológica también. Si dispusiéramos del efectivo y las propiedades de esos desfalcadores, sería más fácil respetar vidas a través de una adecuada asistencia.

Las necesidades emocionales de niños que vienen al mundo a regañadientes, obligados, indeseados, y frutos de incestos y violaciones, son enormes. Criaturas traumadas por el abandono, hogares putativos, y familias disfuncionales. No pocos terminan deformados psicológicamente por esas carencias afectivas y económicas.  Basta acercarse a las biografías de jóvenes delincuentes para comprobar, en estas carencias, la etiología de sus retorcidas personalidades.  Etiología bien conocida por las ciencias de la conducta.

No hay que pensárselo dos veces: cada desfalcador por los que mandó a votar la Iglesia entra en la categoría de gran pecador. Han reventado altares y derretido ostias con sus pecados. Beneficiar unos cuantos, a expensa de las necesidades urgentes de una sociedad, es falta grave en cualquier religión.

Al parecer, el fundamentalismo cristiano reinterpreta a Moisés y escoge a conveniencia a quien perdonar. Todo indica que ahora el gran pecado, la madre de los pecados, el que no se puede perdonar, es favorecer las tres causales. De modo que, apartándose del aborto, cualquiera grave pecador queda convertido en un pecadorcito venial.

No importa si sus delitos irrespetan la vida de millones de personas, ellos esperan tranquilos su beatificación. Eso sí, siempre y cuando se opongan a las tres causales.  Si se portan bien en el senado y en la cámara de diputados, quedaran selladas y firmadas sus visas celestiales. Félix Bautista, y unos cuantos más, han sido favorecidos con indulgencias plenarias.

Pero ese absurdo de la ortodoxia cristiana no es solo nuestro: el movimiento evangélico de Estados Unidos presta su apoyo irrestricto a Donald Trump, a cambio de prohibir el aborto. Mandan a votar por un confeso adultero, evasor fiscal, desfalcador, estafador, y sedicioso.  Un personaje que se burla de ellos vendiendo biblias como pasta de dientes, con el confeso propósito de pagarle a sus abogados. Trump es otro que disfruta de indulgencia plenaria.

La jerarquía cristiana parece actuar como el Fausto de Goethe: vende su alma a Mefistófeles. Quiere, a como dé lugar, triunfar en esta tierra. Sin embargo, esos lideres religiosos tendrán que preguntarse si Dios- como lo hiciera con Fausto- querrá rescatarlos de las garras del demonio o dejará que el diablo disponga de ellos.