En la mañana del 11 de septiembre de 1977 el país cultural crítico dominicano se citó en el Cine Capitolio. La ocasión no era para menos: recordar el Chile de la Unidad Popular, a ese Chile sepultado bajo las botas militares que ya habían cumplido cuatro años de terror y tristeza. El acto fue simple: palabras de Rafael Kasse Acta, si mal no recuerdo, alguien más saludando y recordando, y a seguidas, lo principal: Pedro Mir leyendo “El huracán Neruda. Elegía con una canción desesperada”.

1977 fue el penúltimo año de los Doce Años de Joaquín Balaguer. Entonces el mundo estaba en lucha, dividido por lo demás entre los “pro-chinos” y “pro-soviéticos”. Las izquierdas eran tan consistentes como un helado antes de que lo sacaran de la nevera. Silvano Lora era símbolo de exilio, compromiso y lucha, desde el exilio. El Partido de la Liberación Dominicana era una fuerza emergente cuasi descomunal, mientras el Partido Comunista Dominicana era algo así como un Dream Team de la Summa Inteligencia. Ahí estaban los “viejos” del Partido Socialista Popular -los hermanos Juan y Félix Servio Ducoudray, Quírico Valdez, Abelardo Vicioso, con las “figuras democráticas” de José y Teresa Espaillat- junto  a los “más jóvenes”, léase, el grafista Fran Almánzar y quien firma este artículo.

Pedro Mir, Huracán Neruda, 1975

La voz de Pedro Mir era estentórea, lenta, subrayando la “z” como lo hacían aquellos viejos profesores, los suyos, los de los años 20, como zi eztuvieran en Ezpaña.

“Han pasado las horas sobre el volcán neruda…” comenzaba la larga oda. No se movían ni las cejas. A nadie lo atacaba la próstata en esa casi una hora de lectura ininterrumpida.

Por nuestros recuerdos pasaban flashes de largas jornadas de apoyo al pueblo chileno. La más notable de ellas: el concierto “Neruda: Raíz y Geografía”, por el grupo Nueva Forma, sacada del Conservatorio Nacional de Música en su primera versión y luego, muy sabiamente llevada al acetato. Las voces de Sonia Silvestre, Víctor Víctor y Claudio Cohén se eternizaron. “Versainograma a Santo Domingo” fue el gran gesto solidario del gran Neruda ante un país dominicano intervenido y malogrado por la soldadesca norteamericana. La figura de Joaquín Basanta se acrecentaba por su calidad literaria, su voz.

En 1977 teníamos, aparte del Comité de Solidaridad con el Pueblo Chileno, al Comité Amigos de Cuba, y luego tendríamos amigos de Nicaragua, El Salvador, ¡hasta uno en los 80 de Reunificación de Corea, invención del mismo Silvano Lora, y gracias al cual una serie de nuestros intelectuales, como Rubén Silié y Luis Schecker y Rafael Kasse Acta, pudieron conocer las bondades de Kim Il Sung y las teorías Zuche!

El 11 de septiembre de 1977 Rita Indiana tenía tres meses de nacida y Rey Andújar estaba a punto de nacer. Al año siguiente Frank Báez vendría a este mundo. ¡Pero Aurora y su hermano ya estaban dando carpeta en el Barrio Los Maestros!

En 1977, en ese mismo Cine Capitolio, Jimmy Hungría y yo vimos “Looking for Mr. Goodbar”, saliendo con Thelma Houston en los oídos y ese “Don’t leave me this way” que todavía sigue sonando y despertándonos. ¡Todavía Jimmy no conocía a Maritza!

Ahora que sigo tirando piedras a ese estanque, vuelvo a ese mediodía del 11 de septiembre, con medio mundo recordando a Chile, saliendo de esa audición de un poema único, el último gran poema de nuestro Poeta Nacional, don Pedro Mir.

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A la salida del acto participé de esa natural emboscada que le hacían al poeta sus amigos. Esta vez, me atreví a llevarle un ejemplar del poemario, con grabado de otro presente, Asdrúbal Domínguez, con la portada de Cuadrado, naturalmente impreso en Editora Taller, en una “edición diamante” de mil ejemplares en 1975, como reza el colofón.

Recuerdo haber comprado el ejemplar en la primera Librería Trinitaria, cuando estaba todavía en la Calle Trinitaria, de San Carlos. Todavía tiene su precio original: 75 centavos.

Al rearmar este rompecabezas que comenzó hace casi cincuenta años, veo una alfombra rota de Aladino. De todas las palabras al parecer ahora inservibles, que brillaban más que el sol de entonces, saco una: “solidaridad”. Vuelvo también a Neruda, un poeta que luego, en los 80, sería cuasi obviado por las nuevas generaciones de escritores, más preocupadas por las abstracciones borgesianas y vallejianas que por ese principio de realidad nerudiano, como si en la poesía hubiese competencia. Si algo une a los buenos poetas, eso es justamente la diversidad, la pluralidad en cada vida, visión, acto, gesto. Pero ya sabremos que cada quien establece sus altares, porque también para eso hay derecho.

A comienzos del 2025 vuelvo a este poema de hace casi cincuenta años, y todavía hay razones para el brillo. Hay muchas razones para leer este poema de Pedro Mir, y también sus otros poemas. Paso de la discusión referida al brillo o no de palabras o poemas. Amplío el concepto de solidaridad con el Chile de entonces, porque ahora también hay muchas maneras de vivir bajo el terror, el miedo, las dificultades para ser “yo”. Sé que eso de beber en la copa de la esperanza, que eso de “cuando te digo futuro”, de Silvio, suena a antigualla, a la Casa de los Monstruos, pero aún así todavía la “represión”, la “burguesía”, la “lucha”, no dejan de ser temas en nuestra vida, cincuenta años antes y tal vez para los que nos reste de vida humana.

Se vuelve a Neruda, a Mir, a la amistad, al mirar para afuera sabiéndose parte de un concierto y desconcierto, de esa palabra que se encuentra con otras palabras y genera ternura, cercanía, calor, los abrazos que nos permiten vivir en un mundo más respirable y acogedor. La poesía a veces salva, consuela, aligera. Hay fuertes vientos, todavía, en el huracán Neruda.