Puede resultar extraño asistir a un teatro de Shakespeare a ver una obra que no pertenece al gran caudal del genio inglés, pero ocurre que la Compañía de Teatro de Shakespeare de Washington DC incluye obras de otros dramaturgos –generalmente clásicos, como Eurípides, Wilde, Shaw, Schiller, Coward y Tenessee Williams- y ocasionalmente de autores modernos.

Muy grata la sorpresa que encontramos en la nueva adaptación de Joe DiPietro de la novela ‘Babbitt’, de Sinclair Lewis, protagonizada por Matthew Broderick, un actor icónico hollywoodense y que le aporta mucho dinamismo al papel.

Sin embargo, nos detenemos más que en la puesta en escena en un nombre poco conocido para los lectores internacionales: Sinclair Lewis (1885-1951). Sus obras son más conocidas en los Estados Unidos, ya que deben leerse en las escuelas por ser un autor distinguido. Su repertorio versaba sobre el capitalismo, el materialismo y sobre la mujer trabajadora, además de adentrarse en temas de fe y religión institucional, así como en el cristianismo forzudo y, en general, en muchos aspectos de la sociedad vernácula, incluidos los negocios, la medicina, la religión y la vida en los pueblos pequeños.

Lewis fue el primer estadounidense en obtener el Premio Nobel de Literatura en el año 1930 “por su vigoroso y gráfico arte de la descripción y su capacidad para crear, con ingenio y humor, nuevos tipos de personajes”, según reza la motivación oficial de la Academia Sueca. Era básicamente novelista, inventor de prosas trascendentales como Main Street (1920), Babbitt (1922), Arrowsmith (1925), Elmer Gantry (1927), It Can’t Happen Here (1935) y Dodsworth (1929). Además, alumbró cuentos para revistas, entre ellos Little Bear Bongo (1930), que fue adaptado a una película de Disney.

Sin duda la obra de Lewis sigue siendo relevante hoy en día, ya que su análisis de los Estados Unidos de la década de 1920 se puede aplicar a la actualidad. Tomemos Babbitt, por ejemplo, considerada una sátira picante, reveladora de una tramoya política en la que los representantes del gobierno no responden a nadie más que a sí mismos. Resulta sumamente interesante que se inscriba en la misma palestra de Kafka y su derivado de la pesadilla kafkiana, pues la novela de Lewis convirtió el apellido del protagonista en un sustantivo; la palabra “Babbitt” pasó a significar “un hombre de negocios materialista, complaciente y conformista”. Y va más allá, al emparentar al protagonista por su pomposa hipocresía con un individuo fraudulento, pretencioso y, sobre todo, peligroso, al intentar persuadir al mundo de que su avaricia mezquina puede llegar a ser altruista.

La novela retrata la vida de George F. Babbitt, un corredor de bienes raíces de mediana edad que vive en la ciudad ficticia de Zenith, en el medio oeste de Estados Unidos. Un hombre insatisfecho con su vida, pero tan mediocre que no se plantea luchar contra ese descontento.

Lo que más trasciende del discurso político de Lewis, soterrado entre las páginas de Babbitt, es la advertencia del peligro que asoma por el sorpresivo ascenso de George Babbitt en la política local después de pronunciar algunos discursos a favor de las empresas y en contra de los sindicatos. Cualquier parecido con la realidad actual es pura coincidencia, con los fantasmas que rondan en estos días, personajes maléficos que quieren volver atrás en el tiempo, a una época blanca y patriarcal, cuando sobresalían los intereses corporativos y la religión bloqueaba el pensamiento crítico.

Visto desde esa perspectiva, Babbitt no está lejos del atisbo de villanos shakespereanos, como Macbeth, Iago o Ricardo III.