Como acepción nos señala Fernando Segado, que la palabra voto viene del latín votum, que significa promesa, (Diccionario Electoral, 2000 pagina 1165, segunda edición). En primer lugar se achaca el término a promesas solemnes a los dioses, pero que, su significado religioso, se mantiene un poco adaptado, como medio para expresar una opinión o preferencia. Se resume en el resultado de la acción de participar en un proceso de tomas de decisiones y/o selección de representantes y gobernantes-refiere sufragio, o decir dictamen que coadyuva a la máxima expresión de libertad y conduce en una asamblea deliberante, subrayado nuestro- (Ob. cit. p. 1165)
Este ejercicio es tan antiguo como la política misma. Se relaciona con la asamblea ateniense en la cual las decisiones se adoptaban, después de discutir, por vía de votación. Su vínculo histórico data de 1789, que partió luego de una crisis descomunal respecto del modo de elegir en los estados generales franceses, todo lo cual derivó que en la llamada Asamblea Constituyente para convocar a las comunidades a elegir a sus municipalidades, estas se instituyeron a través del voto, en asambleas primarias (Según la fuente, citando a Gueniffey (2001)
Prácticamente, para el mundo democrático es el modo de elegir las autoridades gobernantes. Es decir, sufragantes que son dadores del poder a través de la representación que dispone como principio básico que la democracia representativa es el del voto igual. Es decir, una persona, un voto. En esta entrega práctica refiero el voto universal, porque sobra establecer que este en la antigüedad y hasta en el pasado reciente, era una expresión discriminatoria-o sea, para determinada clase de ciudadanos según su importancia social o económica o ser libre no esclavo.
Ya un poco distante de su concepción primaria de la religión, ahora, actualmente, la expresión del voto implica que su ejercicio en cualquier institución es una conquista de los derechos humanos. Representa un derecho muy protegido constitucionalmente, de ahí que el artículo 22 de la Carta Magna Dominicana, numeral 1, lo establece como un derecho fundamental, a tal punto que constituye un delito electoral; estorbarlo, interrumpirlo, menguado o conculcarlo por cualquier vía, incluso, comprarlo o profanarlo.
A mi juicio es el arma esencial de la ciudadanía para establecer su plena facultad del cuerpo elector de poner o quitar en puestos de elección popular. También agregamos que el valor del voto garantiza que el ciudadano sea el centro de atención de la democracia y generador de políticas sociales por parte de los gobernantes. Aunque aparente imperceptible, es importante dejar bien establecido que todo lo que hace un gobierno o un funcionario y, máxime cualquier persona que ocupe un cargo electoral y/o público, es hacer todo lo posible de actuar para evitar la consecuencia del voto contrario o de castigo del pueblo. En este sentido, no pueden darse el lujo de perder votos para poder alcanzar los puestos de elección popular y, ese poder es el voto en mano del pueblo. En este sentido, ya de forma llana, que, cabe establecer que si el pueblo no tuviera ese poder, a los gobiernos le daría un comino, rendir cuenta, actuar con transparencia y sobretodo, escuchar su voz y sus clamores, en razón de que el mercado del poder en un sistema democrático radica en el ejercicio del voto. Nada más. Esta herramienta es que garantiza el control y que no surja, la monarquía, dictadura, fascismo, intolerancia y hasta abuso del poder. El sufragio es garante de que exista la paz social y el honor patrio. En efecto, aprovecho para textualizar un trozo o fragmento el poema Testamento Gaucho del Indio Duarte, que dice; ¡bueno mi hijo, según la ley, ya somos casi iguales (…), ya el juez le ha entregado el documento-cedula de identidad-, y dice en un trozo aleccionador, ¨cuando le toque votar, tenga presente, que en ese papelito deja usted lo más sagrado que tiene una persona- hombre-, porque ahí deja usted su honor, su libertad y su conciencia!.
En torno a esa sentencia lapidaria del fragmento del referido poema, cabe compartir desde mi óptica, que el voto es el poder de la mayoría. Y resulta el único mecanismo para que se pueda ejercer el poder por representación. Es decir, que aunque el pueblo elija sus autoridades, como quiera el poder radica en él, donde realmente se manifiesta la soberanía popular que implica la máxima autoridad, lo mismo designa, la llamada supremacía (Ob, cit. pag. 1025). Es de ahí que calificamos el voto como la fuerza social que ha de investir al pueblo de poder a través de la representación. Por eso es que proteger el voto es lo mismo que los sueños de la municipalidad, del ciudadano, del hombre y la mujer que claman por la justicia de la democracia.
Por efecto, defraudarlo constituye una traición a la nación. Cabe entonces decir, serían los partidos y los políticos que podrían truncar la voluntad popular por medio a sus actuaciones demagógicas y truqueras si fuera que después de haber sido favorecido con el voto del pueblo le abandonen o lo propio, jueguen con la nobleza de la expresión del sufragio.
El ejercicio del voto es la única vía para legitimar gobiernos y gobernantes. Lo cual constituye un contrato social, en el que el cuerpo electoral, delega su soberano poder a un individuo que al final resulta ser su representante. A modo de reiteración, el voto resulta la venganza o agradecimiento a cualquier gestión. Pero además es el único instrumento de papel que después de dado adquiere la fuerza coercitiva que el pueblo da a sus mandantes para a la vez obedecer sus obligaciones y deberes ciudadanos. Constituye un ritual para descongestionar pasiones, revoluciones de expectativas frustradas de un pueblo que en vez de asumir rebeldía social, asume el voto como instrumento de elegir sus gobernantes y garantizar la gobernabilidad y sosiego de su patria.
Y en este sentido, cabe subrayar que votar resulta la entrega de un voto de confianza a un candidato que le propone solución a los problemas acuciantes a la colectividad, y que en efecto, el elector asumió depositar en dicho candidato toda su esperanza de corregir los problemas que solo se resuelven a través de la administración del poder. Por tan razón este no es ni debe ser un mero ejercicio de intercambio de beneficios particulares, sino la más alta expresión de la conciencia de elegir la mejor representación colectiva para las soluciones de todo el cuerpo social. Por efecto, como el voto es, a nuestro juicio, el muro de contención a que se desarrollen distorsiones electoreras y aventureras, cuartelazos, levantamientos armados, guerras civiles y grandes trastornos a la paz social que nos ofrece la democracia, por lo tanto cabe colofonar llamando a una reflexión profunda que salga de las entrañas de la patria. No dejemos que el voto sucumba. Protejámoslo ya que es una sola vez cada cuatro años o sea, en 1440 días solo tenemos que prestar nuestra calidad de ciudadano y tomar un rato de un día y de seguro nos servirá para vivir en paz toda la vida. ¡A votar pues!