Una de las historias más famosas sobre el hundimiento del Titanic es la de la orquesta que tocaba mientras el buque se hundía. Según la leyenda, durante el naufragio los músicos tocaban sus instrumentos armoniosamente para que los pasajeros no perdieran la calma incluso cuando ya era seguro que el buque se hundiría.
A mí a veces me da la sensación de que, cuando se trata de la vida de las niñas en República Dominicana, somos como el director de aquella orquesta, el violinista Wallace Henry Hartley, porque intentamos actuar como si todo estuviera bien, aunque sabemos muy bien que no lo está.
Hombres y mujeres no gozan de la misma suerte (llamémosle “suerte” a la posibilidad de ejercer derechos y cumplir obligaciones). El mercado laboral, por ejemplo, beneficia mayoritariamente a los hombres incluyendo, por supuesto, la presencia masculina en los altos puestos del sector público. Tenemos un sistema de actitudes, acciones y estructuras sociales que subordina a las mujeres a un cierto rol. Desde muy pequeñas se les encasilla en roles limitantes en los medios de comunicación, en la publicidad y mediante la exposición a canciones y bailes que promueven estereotipos sexistas y discriminatorios, de los que muchas veces ni siquiera nos damos cuenta.
Pero en este tema como en muchos otros, el impacto de la pobreza también juega un papel importante. Según datos de ENHOGAR-MICS-2019, en República Dominicana el 20 por ciento de las mujeres jóvenes tiene su primer hijo antes de los 18 años. El porcentaje aumenta a 34% entre las más pobres y a 49% entre las que solo han terminado la primaria. El 2% de las niñas tiene un hijo antes de los 15 años, lo que implica además que puede haber situaciones de abuso, de incesto o de violencia sexual. El abandono paterno —tanto económico como de cuidados— también impacta en la posibilidad de que las niñas no puedan completar sus estudios puesto que, en los hogares monoparentales femeninos, el cuidado de los hermanos y las tareas domésticas suelen recaer en las niñas a medida que van creciendo, lo que a su vez incrementa la deserción escolar.
La pregunta obligada sería: ¿Seguimos tocando el violín o hacemos algo? La respuesta a la pregunta de qué podemos hacer por aquellas mujeres y niñas que viven situaciones familiares complejas, muchas veces con violencia física, psicológica, sexual, emocional o económica, tendría que ocupar buena parte de nuestro pensamiento. No podemos seguir leyendo sus nombres, comentando sus historias, tuiteando sobre ellas y, como si fuéramos Wallace Henry Hartley, conformarnos con “tocar el violín” para mantener la calma.
Algo se nos tiene que ocurrir para cambiar el rumbo. Intentemos discernir un horizonte nuevo para las niñas de hoy, que serán las mujeres de mañana. Hablemos del tema con familiares, amigos, compañeros de trabajo. Pongamos el tema sobre la mesa. Hagamos algo. Mejor dicho, unamos nuestras manos a las de aquellos que ya están haciendo algo, como Crusa y Mayra, por ejemplo, que son dos voluntarias que tienen años asistiendo al Hogar-Escuela Rosa Duarte para acompañar a las niñas y alentar un camino de crecimiento y desarrollo.
El “Rosa Duarte” es un espacio de acogida para niñas y adolescentes en situaciones de riesgo social y vulnerabilidad, cuya finalidad principal es la formación integral, educación y promoción humana. Entre lunes y viernes por las tardes, las niñas viven en “las casitas” del Hogar-Escuela y reciben cuidados, alimentación, educación, atención sanitaria y acompañamiento psicológico hasta que alcanzan el octavo grado de educación media. Durante esos años de escolarización, los voluntarios y voluntarias les proporcionan reforzamiento académico y realizan actividades lúdicas, a la vez que suscitan en ellas un proyecto de vida.
Alrededor del Hogar-Escuela Rosa Duarte encontramos mucha gente que en lugar de “tocar el violín” está salvando a otros. Junto a las religiosas y educadoras que sustentan el hogar, ellas alientan en las niñas el sueño de un futuro distinto y las ayudan a conseguirlo. De hecho, gracias a fondos de becas que se han creado para ellas y que gestionan algunos voluntarios, las niñas que destacan académicamente pueden continuar sus estudios incluso hasta completar la universidad.
Las niñas del Rosa Duarte regalan a quienes las visitan una mirada distinta sobre la propia vida. Su cercanía ayuda a los voluntarios y voluntarias a descubrirse como parte importante del engranaje que hará que nuestro país sea en verdad más justo. Quizás sea ese el regalo más importante que podemos recibir: la respuesta a la pregunta de ¿para qué estoy yo en esta tierra? Pues para eso, para hacer de nuestro país (y de nuestro mundo) un mejor lugar para toda la humanidad.