Antes de recibir en Oviedo, España, el premio Príncipe de Asturias, el celebrado músico, escritor y cantante canadiense Leonard Cohen, con su voz de espectro específico de bajo inconfundible, puesto a evocar la figura señera de Federico García Lorca, había dicho, con el timbre pausado de quien no quiere que se olvide una sola letra de lo que dice: "No entiendo cómo España no ha excavado con sus manos todo el campo de Granada para recuperar el cuerpo de su poeta. No entiendo una nación que no le haya dado un castigo histórico a sus asesinos".
Carezco desde luego del vigor exclamativo de Leonard Cohen, pero me resisto a entender cómo quienes han sido mis compañeros de lucha durante medio siglo les pueden dar la espalda a una pared del podio de la cual cuelga una falsa foto de Juan Bosch, y no advertirlo. No entiendo cómo pueden acceder a un buscador de la red, escribir como objeto de búsqueda: foto de Juan Bosch, y que aparezca en pantalla un cuadrilongo dividido en diez cualilonguitos, cada uno de los cuales, hasta el ordinal sexto, contentivo de sendas fotos auténticas de nuestro maestro y líder, y los cuatro cuadrilonguitos restantes contentivos de la misma falsa foto de Juan Bosch.
No puedo entender que la apabullante proliferación de la falsa foto constituya una abominable insinuación para que quien no estuviera familiarizado con la inconfundible imagen que siempre proyectó el rostro de Juan Bosch, se sienta tentado de usar la falsa foto, porque es la única que aparece cuadruplicada en el cuadrilongo de marras. De mí sé decir que ya me duelen los carcaños de reclamar que se descuelgue de locales y de podios improvisados la falsa foto de Juan Bosch, así como las falsas esculturas de su efigie.
Llegado a este punto, debo mencionar la visita que ha Puerto Rico hiciera el compañero Juan Bosch ya entrado el primer lustro del noveno decenio del pasado siglo XX. Una comisión de la seccional del Partido de la Liberación Dominicana en San Juan se personó al aeropuerto de Isla Verde, hoy Luis Muñoz Marín, a recibir al presidente del Partido. Para entonces no había canas en las cabezas directivas de la Seccional, como no fueran las del compañero José Fondeur, por cierto, no muy válidas porque canas peinó José desde temprana edad.
Inserto el detalle para resaltar que a aquella comisión de bienvenida al líder dominicano en la cual predominaban los jóvenes veinteañeros, se sumó ya octogenario el emérito educador y patriota puertorriqueño don José Ferrer Canales, quien por encima de las cordiales y agradecidas sugerencias de los jóvenes peledeístas, le tomó posesión al equipaje de Juan Bosch tan pronto las poleas mecánicas del aeropuerto lo pusieron al alcance de sus manos. Pero el profesor Ferrer Canales rechazó una por una, y todas a la vez, las atentas sugerencias de los jóvenes militantes dominicanos para que caminara al lado de su querido amigo recién llegado a la isla, y les permitiera a ellos cargar el equipaje.
Sin embargo, como buen catedrático de literatura, el eximio profesor puertorriqueño se valió de una figura retórica inapelable para defender su derecho a cargar el equipaje del líder dominicano, y fue entonces cuando acudió a la inexorable antipáfora que lo convertía en dueño legítimo de la respuesta a su propia pregunta:
—¿Que el maestro Juan Bosch ha pisado suelo puertorriqueño? ¿Es eso lo que acaba de suceder? Así las cosas, ningún joven me disputa el honor de cargar su equipaje.
Me veo inclinado a engarzar este reclamo con otro similar protagonizado en Carolina, Puerto Rico, por el propio Juan Bosch, frente a una estatua develada en su presencia, de la insigne poeta Julia de Burgos: “Esa no es Julia de Burgos. Yo la voy a esculpir de mi propia mano cuando regrese a mi país”, comentó Juan Bosch en voz blanda y apacible, pero quejumbrosa hasta su más acabada totalidad.
Para la época en que el ideólogo y líder histórico del Partido de la Liberación Dominicana externó su profunda disensión de la imagen que de su amiga puertorriqueña presenciaba, yo estaba muy lejos de imaginar que años más tarde me ocurriría lo mismo frente a la propia imagen del objetor de conciencia de aquella tergiversación escultural. Si bien es cierto que Bosch se abstuvo de hacer la promesa de manera pública, no es menos cierto que musitó el resabio con palabras perceptibles al oído de los compañeros que lo circundaban en aquel momento.
No hacía falta mayor compromiso para que a mí me preocupara desde NYC, donde entonces vivía, la materialización de la preindicada promesa. Creí, con acierto o sin él, que una detallada ilustración de la falsa estatua de Julia de Burgos develada en un parque de Carolina, Puerto Rico, y objetada por Juan Bosch, podía servir de pie para que el Comité Político del PLD contratara a un escultor amigo del Partido que esculpiera la estatua prometida donde pudiera supervisarlo a menudo el doliente ojo de Juan Bosch, quien a no dudarlo carecía para la época del tiempo y de la necesaria concentración para poner por obra su promesa.
Al acariciar yo con vehemencia la idea que, por escrito acabo de externar por primera vez en mi vida, conseguí por teléfono que el compañero José Martínez visitara el lugar donde se yergue la estatua de Julia de Burgos y tomara con su cámara tantas fotos de ella como ángulos estimara importantes: “Me costó esfuerzo acceder hasta el lugar de
la estatua porque el parque está en obras”, me diría con júbilo José Martínez una vez materializado el trabajo, “pero usé un rollo de 36 disparos”. Los que fotografiaron alguna vez antes de la digitalización de la fotografía, saben a qué me refiero.
Otra constancia que puedo dejar escrita es que las fotos tomadas por José llegaron al despacho del compañero Juan Bosch, según pude constatar luego por teléfono.
El propio José Martínez había visitado un año antes a Juan Bosch para entregarle de su propia mano una foto de sus nietos que había tomado en la ciudad de La Habana. Al producirse la nueva visita de José, el abuelo agradecido lo esperó con el regocijo intenso y desbordante de un niño de a pie que estrena patinetes recién adquiridos, y la mano derecha oculta sobre su espalda: “Adivina, José, lo que tengo en la mano que no me ves”.
Las mentes más despejadas en torno a lo que cuento, y más enteradas del acendrado sentido de gratitud del que siempre hizo galas Juan Bosch, ya se habrán imaginado que se trataba de la foto de sus nietos que José le había regalado en su visita anterior, y que el abuelo clueco ya había enmarcado en madera preciosa con marialuisa de cartulina blanca detrás del vidrio transparente.
También dejo constancia de que he perdido hace años contacto con José Martínez, pero no porque no haya preguntado por él a los compañeros de Puerto Rico 100 ó más veces, sino porque todo indica que en la actualidad no vive en República Dominicana ni en Puerto Rico. El compañero Tondelayo Tony Soto supo de él hace cosa de 10 años que vivía en Houston, Tejas, EEUU. Y aclaramos que José, aunque viva en Houston, no es astronauta, si bien le sobra valor y méritos de toda clase para serlo.
Hemos pues de despedirnos esta vez del tema de la falsa foto de Juan Bosch con la reiterada advertencia de que no es posible alterar en un solo pixel la foto de una persona que haya exhibido en su rostro durante más de 90 años el sentido de honestidad, de sensatez y de honradez que exhibió Juan Bosch toda su vida. La adustez de su rostro, cuando la ocasión lo exigía, no excluía en modo alguno la esplendidez de su sonrisa que aparece recogida en cientos de fotos de él, para cualquiera que se tome la molestia de buscarlas. Porque cuando la presencia de un niño feliz, o el relato oportuno de buena acción puesta por obra por otro compañero le arrancaba una sonrisa, o la risa misma, se iluminaba su rostro con tanta intensidad, que otras veces hemos sostenido que una chica que echara al viento abundante cabellera, podía peinarse con holgura en el rostro de Juan Bosch cuando sonreía.
Ni pudo entender jamás el compañero Juan Bosch que no hubiera recursos materiales y dominio de las técnicas esculturales para esculpir la imagen de Julia de Burgos; ni el notable escritor y músico canadiense Leonard Cohen pudo nunca entender por qué España no ha podido excavar con las manos todo el campo de Granada para hallar los restos de su poeta; ni podré yo entender jamás por qué hemos difundido tantas veces la falsa foto de una sonrisa tan auténtica como fue siempre la de Juan Bosch. Y para que ninguna persona bien intencionada pueda decir en español universal que este reclamo es un remilgo mío, o para repetirlo en español dominicano un periquito mío sin importancia política, he citado en la ocasión que nos ocupa reclamos similares en las voces consagradas de nuestro propio maestro y líder histórico, y del reputado músico y poeta Leonard Cohen.
Y como discípulos de Juan Bosch somos todos los que nunca hemos tenido, ni tenemos ni tendremos planes políticos de tipo alguno a despecho de sus enseñanzas y consecuente ejemplo, no hace falta que repita que este reclamo no constituye una pulla política en contra de nadie, sino una interpelación a todos mis compañeros boschistas sin ningún propósito escondido. Hecho por nosotros, este reclamo no sirve para que nadie lo aproveche con fines politiqueros, sino para que quienquiera que lo interprete bien, se sirva descolgar de la pared la falsa foto de Juan.
Una vez hechas las precisiones arriba indicadas, y armada la concurrencia de la certidumbre de que no se puede ser boschista y politiquero a un tiempo mismo, que lo imperante en derecho en el caso que nos ocupa es que el impetrado se decida entre una cosa y la otra, quedan pues los concurrentes en libertad de poner por obra el propósito primordial del presente coloquio virtual, que no es otro que el análisis crítico de la obra narrativa de Juan Bosch. Y hemos querido antes poner de manifiesto la manera en que Juan Bosch ejerció la actividad política partidista durante 62 años consecutivos, justo porque hace poco un distinguido amigo me reclamaba que si esperaba yo a un posible mal de Alzheimer para entonces poner por escrito mi largo andar político cerca de Juan Bosch.
Sabedor de que soy el peor abogado que jamás he tenido, y de que me va muchísimo mejor siempre que otra persona asume mi defensa, afirmación esta que equivale a declararme autoindefendible; pero si se quiere, susceptible de ser defendido por amigos, compañeros de lucha y familiares queridos, no aparté una sola oración para defenderme de la acusación de ágrafo que me hacía mi amigo, ni sumé en defensa propia los cientos de páginas que en mis artículos y ensayos, y hasta en mi única novela, he dedicado al infatigable y meritísimo trabajo político y literario de Juan Bosch.