Es sencillo, estamos en el medio, y digo estamos porque las estadísticas me incluyen. Yo nunca me he identificado como de clase media, aunque los parámetros que se han establecido dentro del sistema capitalista indiquen que cumplo con todos los indicadores necesarios para pertenecer a ella. Estas líneas no pretenden ni romantizar al pobre y condenar al rico. Es apenas una tímida mirada a esto de las clases sociales.
En nuestro país ser llamado clase media ha venido adquiriendo toda cantidad de significados e interpretaciones. La primera apreciación es que no eres pobre. Sin embargo, ¿qué significa ser pobre en una sociedad donde las líneas que separan los límites del poder de consumo cada día están más desdibujadas? Y al mismo tiempo, ¿qué significa ser clase media en la misma sociedad donde se vive en una casa alquilada con dos autos de millón y medio cada uno estacionados en el parqueo?
En este instante recuerdo discursos del expresidente Danilo Medina, cuando decía que bajo sus gobiernos habían salido tantos o cuántos de la pobreza. Yo miraba mi entorno social y trataba de entender semejante declaración. De hecho, de acuerdo a los indicadores a los que me refiero más arriba, la población de clase media sí se ha extendido. Aunque a algunos les de prurito compartir(se) el lugar con otros. Sea que nos encontremos en un restaurante de moda o no, el concepto clase media implica muchos segmentos distintos y entretejidos.
En una ocasión, cruzando el puente Juan Bosch desde la Zona Oriental, observé parte del sector de Villa Francisca y reparé en varios de sus edificios. Las azoteas destacaban por las parábolas rojas de la famosa compañía telefónica, entre sábanas y toallas tendidas. Pensé, ahí está el progreso y parte de los indicadores de desarrollo económico del que nos habla el Banco Central. Esos son parte de los números del Presidente.
Según los parámetros del capitalismo moderno, -hay quien le llama rampante y voraz- si tengo servicio eléctrico contratado, acceso a Internet -cajita y todo; no se vale si me robo el del vecino-, televisión por cable -idem-, un auto estacionado en el garage, uso una lavadora para lavar la ropa, tengo un celular con Internet, salí de la pobreza. Si no estoy en pobreza pero tampoco soy rica definitivamente pertenezco al medio, con todas sus realidades y características.
Siéntase clase media todo lo que usted quiera, sin embargo, si usted necesita levantarse de lunes a viernes a las 5:30 de la mañana para estar en la calle antes de las 7:00, sea en auto privado o transporte público, si necesita de su salario mensual o quincenal para llevar comida a su mesa, pagar sus estudios, ir al salón, pagar servicios básicos y servicio privado de salud, comprarse un pantie o un pantaloncillo, usted pertenece a la clase trabajadora. Punto. Es un término que recoge mucho mejor la realidad de la que hablo. Que esta clase esté entre ese universo gigantesco que es pobreza y riqueza, pues es otro asunto. Parece que la evocación del trabajo da rasquiña a algunos. O será que al escuchar "clase trabajadora", algunos piensan más en el hombre que está en el tendido eléctrico reparando un transformador, en la mujer que hace rolos en el salón de belleza de la plaza, y no en la ejecutiva del sector bancario, aunque los tres sean trabajadores. Pura construcción social de clases dentro de las clases.
Poco importa si tengo internet 5G, o si vivo en Gazcue. Si yo no lleno de agua tanques y galones, no tendré el preciado líquido al menos por dos o tres días, pues en mi cuadra el agua solo llega dos veces por semana, y parece que somos privilegiados. Una lavadora automática importa muy poco si, además de no tener agua los sábados, estoy disfrutando de un apagón de 4 horas un domingo. Así que no, los indicadores podrán decir lo que quieran, las estadísticas igual. Sin un capitalismo más social y menos tabulado los reportes semestrales oficiales y el discurso de un Presidente serán solo eso: números y palabras.
Y sí, conozco a muchos que trabajan como locos para sostener un estilo de vida "highclass". No necesariamente necesitarán lo que ganan para llevar comida a la mesa, pero si dejan de trabajar como lo hacen, no podrán cambiar el auto cada dos años, ni pagar el préstamo del piso en la torre donde viven. Ellos también están en ese mar de entre pobreza y riqueza, y son golpeados por el sistema tributario. Y creo que ahí radica la diferencia entre los dos polos, porque la pobreza no se sienta en la mesa a tomar decisiones fiscales, la clase media tampoco. Mientras uno subsidia al otro, arriba está el rico como pieza de un sistema que se alimenta a sí mismo.
Así pues, por mucho que los indicadores lo reflejen, un sujeto de barrio con Internet y celular pero sin las garantías sociales necesarias -salud, educación, seguridad ciudadana, justicia- bien puede permanecer en el nivel en el que está, creyendo su paja mental de que avanzó de nivel solo porque compró un auto usado, confundiendo progreso con desarrollo, o puede descender casi sin darse cuenta a un nivel de pobreza, con todo y lavadora. También el dueño de empresa mediana, pequeña, fajador incansable, puede que gravite casi eternamente en un sistema diseñado para, sino evitar al menos ralentizar la creación de riqueza, porque el capitalismo en el que vivimos está creado para consumir y pagar por muchas cosas de precio, no necesariamente de valor, y justamente por nosotros, los que circulamos en el gran medio.
Y no, la culpa no es del sujeto rico, ni del pobre, ni de la famosa clase media. Es el diseño, está armado así. Y a menos que personas con acceso a escenarios de poder cambien las reglas y muevan las fichas, -por presión de una mayoría organizada, o por implosión natural- nos mantendremos agotando el rol que nos tocó donde el sistema nos colocó, más allá del libre accionar de cada uno y más allá de lo que digan las estadísticas, -con una que otra excepción a la regla-. Los más ilusos serán felices cuando cambien el celular a uno más moderno, cuando se endeuden para adquirir una lavadora de un solo hoyo, y cuando la pantalla plana sea de 55″.