Cuenta la tradición, en el evangelio de Mateo, que "unos magos", sin aclarar su número, ni que fuesen reyes y ni siquiera sus nombres, "Melchor, Gaspar y Baltasar", acudieron desde Oriente a "otorgar regalos" al recién nacido Niño Jesús…

Solo Mateo los menciona. Luego, en el siglo III, se establece "que fueron tres"; en el VI se les da sus nombres y en el XV, se agrega la piel oscura de Baltasar para que represente a África, Melchor a los europeos y Gaspar a los asiáticos…

Una "estrategia calculada" para que la iglesia cristiana "nos represente a todos"… De todas maneras, "la fábula, cuento o invento" de nuestros antepasados ha servido para brindar alegría a todos nosotros.

Y es que "hay mentiras buenas" que otorgan más beneficios que calamidades… Fue en el siglo XIX, exactamente en el 1866, que a los españoles se les ocurrió designar el 6 de enero, día anterior a la "epifanía", otra tradición añeja en la que se "revelan visiones más allá de este mundo", como día de los Reyes Magos, donde se otorgarían regalos a los niños, tal y como otras tradiciones hacían en otros lugares.

Casi todos los países latinoamericanos asumieron esta tradición de la madre patria, ya que nunca pudieron liberarse "totalmente" de su influencia. Nunca consideraron rechazar al Dios impuesto, más bien lo tomaron a pesar de que toda la conquista y las matanzas cometidas se hicieron a nombre de este… bueno…

En mi niñez, como en la de todos en mi barrio, las fiestas de Navidad siempre fueron momentos esperados con muchas ansias, ya que la alegría de todos parecía ponerse de acuerdo en esas semanas de bienestar.

Uno recorría el barrio entre luces de colores desprendidas de casi todas las casas decoradas con elementos navideños, y sentía un impulso en su corazón que lo ayudaba a vivir.

Íbamos contando el orden de la tradición: Nochebuena, Año Nuevo y el día de Reyes. Todo ese orden fue cambiando a medida que íbamos creciendo, ya que uno de los más esperados por los niños, el 6 de enero, se perdía cuando uno alcanzaba los 12 o 13 años.

Pero también se perdían las tres estrellitas en el cielo, "que solo se veían" en diciembre, ya que nunca se nos ocurrió mirarlas en febrero o cualquier otro mes ajeno a las Navidades.

El banquete de la Nochebuena pasó a sustituir "la mentira piadosa" de los Reyes Magos. Nos olvidamos de ese cuento al adquirir una consciencia de jovencito y nos concentramos en los suculentos platos "únicos" de esa noche.

Pasteles en hoja, ensaladas rusas, arroz con gandules, cerdo al horno, pastelitos de harina y carne. Manzanas y uvas que milagrosamente solo aparecían en esos días, además de los deliciosos postres de pudin de pan, arroz con leche y turrones españoles, ¡por supuesto!

Ya cumplidos los 15, la Nochebuena se tornó en un compromiso tedioso en donde anhelábamos que se terminara rápido para irnos a disfrutar con nuestros amigos.

Al arribar a los 18, ya los reyes andaban lejos, la Nochebuena pasó a un segundo lugar y el día más esperado se convirtió, precisamente, en el último día del año. Salíamos a derramar la noche hasta verla desaparecer en la madrugada.

Hoy, a mis 62 años, recuerdo aquellos tiempos como los más felices de mi vida. Sé que "cada felicidad" tiene sus límites y que varían y se transforman en muchas cosas, pero la nostalgia siempre se nutre de un pasado, reciente, mediano, lejano.

No puedo obviar que aquellos días de Reyes todavía creíamos en un mundo de magia y ensueños, donde nuestra vida terrenal estaba atada a "otras dimensiones" y al universo mismo.

Nuestras pasiones carnales y de vicios y ambiciones estaban dormidas. No existían y, en consecuencia, estábamos ajenos al dolor y a los deseos. Pero traemos tanta mierda atada a nuestra espalda, que nos enseñan a poseer, apropiar y pensar que la libertad tiene un límite y que "el compromiso" es un sentimiento que no puede doblarse.

Estoy hurgando el cielo desde el patio de mi casa. Solo me queda "la epifanía", donde los chamanes, profetas, oráculos y demás sabios puedan iluminarme y revelarme, así sea una vez más, aquellos días de la infancia, en donde las noches oscuras, como esta, ayudaban a iluminar las tres estrellitas en perfecta cabalgata, una detrás de la otra.

Donde la noche del 6 de enero, dormíamos temprano e impacientes y curiosos nos despertábamos buscando presurosos los regalos que "esos seres generosos" nos habían dejado, gracias "a una buena conducta".

Donde la ignorancia e ingenuidad infantil nos permitió ser felices por lo menos una vez en la vida. ¡Salud! Mínimo camellero.