Salir con amigos, familiares y relacionados a darse una vuelta por nuestra geografía es agradable, sorprendente y, en muchos casos, hasta indignante, al ver tanta riquezas naturales y culturales mal manejada, sepultadas entre desechos.
Alguien en un grupo que me tocó acompañar a un lugar de visitación, de una manera confianzuda y dándome en la cabeza de manera pueril me dijo: “Lo mejor es no venir…”, refiriéndose al lugar donde fuimos, porque indigna ver tanta insalubridad en la conducta de la gente, tal vez no de la mayoría, pero si de una gran parte de los visitantes que dicen gustarle el paisaje visitado y sus recursos naturales.
Es común ver a persona lanzar una botella plástica de las usadas para el agua o la vidrio, después de disfrutar de una cerveza; tanto desde un “motoconcho” o pasola, como desde una yipeta de la clase media, y quien sabe si conducida -cosa común-, por un individuo que pasó 5 o más años en una universidad o de una persona que predica el “respeto” a la ley.
Hace unos días, a principio de este mes de diciembre, tuve que llevar a un grupo familiar a conocer parte a los pueblos de Constanza y Jarabacoa y dentro de mi itinerario estaba hacer una parada, casi obligatoria para todo aficionado al paisaje de montaña, en la carretera que conduce desde el Cruce del Abanico, Bonao hasta la Virgen de La Altagracia, en la loma de Cazabito; antes de llegar a la virgen, existe un mirador que permite presenciar lo que es el nacimiento del río Jatubey, ver el lago artificial de la presa de Rincón, que recoge las agua de la cuenca del río Jima y aquellos pueblos que están a la vista y los otros que no se ven, pero donde la geografía nos indica en el horizonte donde se encuentran.
Al tratar de detenerme una persona que por primera vez visitaba la zona, me dijo: no, sigue, es mejor no pararse ahí. Me dijo que no había condiciones para detenerse, y gracias que así fuera, porque lo que vi a lo lejos era un basurero.
Pero es penoso ver aquellos miradores abandonados, la inconducta de muchos de los que transitan por el lugar, los que se detienen a ver aquel paisaje extraordinario y dejan los desperdicios en el mejor de los casos, ya que otros, los lanzan contaminando a las diferentes fuentes de agua que forman el Jatubey.
Bueno, nos paramos en la virgen, respondí remordido por el interés que tenía de que percibieran aquella belleza escénica y donde uno pudo haber indicar por donde la geografía nos enseña donde se encuentran pueblos como Macorís, Moca, Salcedo, La Vega, Cotuí, la cordillera septentrional, las lomas Quita Espuela y Guaconejo; la hermosa y productiva presa de Hatillo que atrapa al río Yuna aunque no se puede ver se puede señalar por lo menos desde ese balcón que nos da la loma de Cazabito entre las provincias Monseñor Nouel y La Vega.
Sobre todo poder señalar lo que ha sido la recuperación de la cobertura vegetal de la reserva científica Las Neblinas, el gajo de Matapuerco, subiendo a la derecha de la vía y toda la montaña de Sabana del Puerto por los efectos de la reforestación y la regeneración natural de los últimos 25 años.
Del cruce del Abanico a la Virgen solo hay un mirador cuidado que al mismo tiempo es un establecimiento comercial, porque los pocos miradores públicos, donde se puede estacionar uno o dos vehículos, son basureros (que me perdonen los ofendidos). Por suerte que en el mirador de la cima de Loma de Cazabito, ¡gracias a la virgen!!!, es un lugar para compartir con los visitantes.
Cualquiera, cual si fuera un cristo crucificado (un cristo sin estar clavado en el madero, pero si como si lo estuviera, por lo antes visto) puede exclamar con los brazos abiertos: hacia allá, indicando con el brazo izquierdo donde se encuentra la Reserva Científica Ébano Verde (que se ve a pocos metros), Monumento Natural Salto de Jimenoa y volteando hacia la derecha, y decir que si trazamos una línea en dirección al brazo derecho, nos entramos a la Reserva Científica Las Neblinas y los parques nacionales Loma La Humeadora, Valle Nuevo hasta llegar a la otra Reserva Científica: La Barbacoa, en Baní; estamos ante uno de los corredores ecológicos de mayor riqueza biológica de la isla, después de la Sierra de Bahoruco, según nos dice el Atlas de la Biodiversidad de la Republica Dominicana (MMARN, 2012) y del Caribe.
Ahí, entendimos lo que me decía Rafa Almonte, un campesino de la Sierra, a quién acompañamos en la reforestación de su propiedad, que nunca dejo de mencionar por lo que expresó en una ocasión: “Pedro, tenemos 500 años destruyendo este país y no lo hemos logrado…”