Las décadas transcurridas durante gran parte del siglo XV fueron testigos de trascendentales acontecimientos protagonizados por Oriente y Occidente que darán al traste con el oscuro periodo de la Edad Media y desencadenarán la irreversible sacudida que parirá a la Modernidad. Mientras la transición del feudalismo abría las puertas al temprano capitalismo comercial y crecía la expansión ultramarina de los imperios europeos, mientras el avance otomano se apropiaba del Mediterráneo oriental y de los territorios Balcanes, Moctezuma se consolidaba como emperador azteca y poder dominante de toda Mesoamérica. Al mismo tiempo, el Humanismo y el Renacimiento traían luz a las visiones artísticas y espirituales de los habitantes de aquella tumultuosa época en una sísmica afronta que por lo demás, transformará también a la Cristiandad herida en sus mismas entrañas como resultado del renovador protestantismo luterano.
Será justo en 1440 cuando la inventiva de un humilde orfebre alemán le convertirá en indiscutible líder de la paradigmática revolución cultural provocada por una incomparable invención suya: la imprenta con tipos móviles responsable del nacimiento del libro impreso que cesará de ser códice o manuscrito incunable en los que los monjes copistas rescataban tanta historia oral, para convertirse en pieza depósito del pensamiento y del lenguaje a través de la escritura. Ya no serán la piedra, la madera, la arcilla, el bambú, ni los papiros los medios en los que el Hombre plasmará sus quehaceres e inquietudes; lo harán el papel y la tinta hechos magia gracias a ese teutón llamado Johannes Gutenberg. El libro, pues, en lo adelante se constituirá en instrumento y espejo de las contingencias religiosas, culturales, sociopolíticas, e incluso imaginarias que conformaron el devenir de los hombres y mujeres pensantes. Ya no como artefacto artesanal de producción limitada, y, por ende, de inasequible costo para las mayorías, sino como el objeto de producción masiva y rápida que sobrevivirá hasta nuestros días y que homenajeamos en este evento.
Ese breve viaje del libro ya aludido traduce accidente, periplo en el que ocasionalmente adquiere ribetes de ente amenazado, en franca extinción para algunos, y en otras, de valiosa e irremplazable pieza de arte y creación particularmente en el caso de la obra literaria. La progresiva imposición de información inmediata ofertada por internet (por supuesto, frecuentemente falsa y mediocre), la lamentable pérdida de la lectura como acto sublime y enriquecedor de nuestro existir, el impacto de las tecnologías sobre el libro-objeto transformado en audio o versión digital, la incuestionable banalización de los contenidos de la mayoría de las publicaciones, y el incuestionable carácter mercantil de su producción asumido por las grandes editoriales, son sólo algunos de los rasgos que caracterizan el libro versión siglo XXI.
Mas, tal como certeramente anunciara Saramago alguna vez, sobre un ordenador no es posible llorar, pero sobre la página abierta de un libro sí; es decir, este último estará por siempre destinado a ser refugio de la palabra no como mera comunicación, sino como sentimiento. Como instrumento de sentir y crecer, insistía el lusitano, porque sólo podemos pensar armados de las palabras. Así mismo, otro grande de las letras, el mexicano Carlos Fuentes, reclamaba antes de morir la urgencia de crear la que catalogaba como indispensable civilización de la lectura; una suerte de ejército de lectores de naturaleza transformadora diría yo. Hay motivo de celebración entonces cuando de trabajo de edición e impresión de calidad se trate, fiesta que nos ha convocado a este lugar en el contexto de la XXIV Feria Internacional del Libro Santo Domingo versión 2022 cuyos organizadores han querido reconocer al designar la sala que ocupamos como la Casa de Isla Negra Editores en el contexto de un renovado festival cultural que justísimamente ha hecho del libro su único protagonista.
El caso de Isla Negra Editores y su fundador, gestor y conductor, el catedrático, reconocido y premiado poeta y mejor amigo domínico-puertorriqueño Carlos Roberto Gómez Beras, pertenece a una estirpe de proyectos literarios de rara ocurrencia, pero de incomparable valía en tanto que desde su nacimiento abrazó una idea fundamental: el apostar a la calidad. Calidad de la obra y del autor por supuesto, trátense estos de escritores reconocidos o de aquellos ignorados por la industria del libro.
En un texto publicado en el portal de la Fundación Cervantes el también poeta y académico Médar Serrata se remonta al 1992 para contar la historia de Isla Negra Editores: fundada en San Juan gracias a la complicidad de Carlos Roberto y del artista plástico y escritor boricua Iván Figueroa Luciano, ella es bautizada en homenaje a la casa navegante de Neruda en aquella remota comunidad de su Chile natal. En sus años mozos, Isla Negra Editores atraviesa lapsos de dificultad económica, como toda propuesta de su naturaleza, para posteriormente lograr consolidarse como una de las más importantes editoriales del Caribe hispanohablante. Así, a la fecha ha publicado más de 700 títulos de decenas de autores de la región, del resto del continente americano, Europa, e incluso Asia, muchos de ellos premiados en Puerto Rico, República Dominicana, Estados Unidos y España.
No es necesario recurrir a opiniones expertas en el mundillo literario para reconocer que la vocación cultural expresada en un catálogo de calidad y rigor creativo así como el interés de descubrir nuevos talentos son dos de las aportaciones más importantes de una editorial independiente; la trayectoria de Isla Negra Editores lo ejemplifica con creces razón por la cual ha sido reconocida en múltiples instancias incluyendo la Feria Internacional del libro de Puerto Rico, la prestigiosa Feria del libro de Frankfurt, Alemania y el Kennedy Museum of Art de la Universidad de Ohio en EE.UU., por sólo mencionar algunos, sin olvidar los importantes acuerdos de coedición y distribución establecidos con instituciones académicas internacionales y librerías de prestigio.
En suma, felicitaciones a Isla Negra Editores por tres décadas de trabajo ininterrumpido contra viento y marea a favor de nuestras letras; te abrazo, Carlos Roberto, pletórico de admiración y respeto por tu muchas veces indómita tarea a favor de la literatura. Confieso que no he encontrado mejores palabras para concluir esta intervención que aquellas que empleaste mientras explicabas el origen del nombre de Isla Negra. Como algunos de ustedes quizás sabrán, en un remoto 1961 el gigante de Temuco se embarca en un proyecto que perseguía la publicación de los que él catalogaba “textos raros”; libros acerca de pequeños temas o “asteriscos” de la historia chilena. Neruda llamó a aquella aventura Ediciones Isla Negra, publicando apenas una obra bajo su sello, “El húsar desdichado”, volumen que resaltaba las ideas del humanista y compatriota José Miguel Carrera.
En esa “empresa fallida”, como tú explicas, habitaba un extraordinario sueño de solidaridad y generosidad; y te cito: “…después de todo, por qué motivo, un escritor como Neruda —ya vislumbrando su entrada a la inmortalidad— se interesó por la palabra ajena, por facilitar el paso de los demás por el difícil camino que lleva de lo inédito a la publicación”. Este particular fracaso editorial, dices, “te lleva a pensar que, a veces, callar por un segundo, por años o por toda una vida, para que los otros hablen, deja una huella muy cercana a la que deja el amor en el alma”.
Compartiendo tu asombro, me pregunto si no es acaso justamente el amor a la literatura, a la vida, a la alegría de la creación artística y al Hombre mismo, lo que utópicamente algunos soñadores perseguimos armados de la página y la palabra. De todo corazón, entonces, gracias infinitas a ti y a Isla Negra Editores por haber hecho realidad muchos de esos anhelos.