Vivimos en un mundo distópico, donde nuestra realidad está impregnada por una sensación de incertidumbre y caos, un futuro incierto, negativo,  alienado e indeseable que  forma parte de nuestra cotidianidad; y que ya no sólo es referente de la literatura o  de la cinematografía de ficción.

Existe muy poco por lo que estar complacidos, en el año 2022  presenciamos   los efectos de la  pandemia del Covid 19 y   la guerra  en  Ucrania que afectaron  numerosas vidas y    las economías nacionales y  globales de nuestro planeta. Aún sin estos dos referentes,   la humanidad estaba siendo afectada por importantes recesiones económicas, eventos metereológicos extremos, irresponsabilidad política y social sobre el impacto de la pobreza, el cambio climático, seguidos de  terrorismo, corrupción organizativa, fanatismos, violencia de toda índole, conflictos bélicos, negacionismo, radicalismo de la izquierda “progresista”,  racismo;  así como de una gran impresión de pérdida de los valores éticos y morales.

El año 2022, no fue bueno, y en términos generales este año 2023 no vislumbra ser mejor. Experimentamos una realidad contaminada por los bulos de los medios de comunicación y las redes sociales, una narrativa de la historia; falseada por el internet de las cosas, lo cual no excluye lamentablemente el populismo y la desinformación sobre temas políticos- ideológicos, de salud física o mental   de numerosos “influencers”, la supremacía del hedonismo, las amenazas del robo de identidad y ciberataques, las inconsistencias de la percepción y la realidad virtual, la propagación de la degeneración social;  todo esto masificado a través de las tecnologías de la información y la comunicación.

Somos partícipes de una sociedad enferma, la cual ya ha sido diagnosticada incontables veces desde siglos atrás; los síntomas y  componentes patógenos  todavía persisten a través de la intolerancia, el odio, la envidia, el irrespeto, la soberbia…

Estos tipos de afectados intensificados en la humanidad, no decrecerán en este 2023.  Recordemos lo que ha sucedido durante toda nuestra historia humana, y más recientemente sobre los eventos catastróficos  de la II Guerra Mundial.

Cuando no podamos crear puentes de diálogo, cuando no podamos tolerarnos los unos a los otros,  cuando los intereses políticos y económicos estén por encima de las necesidades espirituales y materiales de los pueblos, cuando sigamos con la competencia y sobrevivencia deleznable del más fuerte, estallarán los conflictos organizacionales y bélicos a gran escala;  posiblemente hasta una tercera guerra mundial.

Sin ánimos de ser pesimistas, mientras en nuestras mentes y emociones no podamos encontrar  un camino alternativo para la  agresividad y la violencia; seguiremos cometiendo los mismos errores, perdiendo cada día nuestra propia libertad para pensar y actuar con objetividad, amor y bondad.

Tenemos el deber de insistir en construir una nueva humanidad, a través de nuestras familias, las organizaciones a las que nos afiliamos por vocación o por  nuestro quehacer laboral; nuestro destino dependerá de nuestras acciones.

Será necesario, insistir en fomentar  la cultura de la cooperación y el diálogo, a través de todos los medios a nuestro alcance;  con la finalidad de evitar nuestra propia destrucción.