De los 2.4 millones de personas que se identifican como dominicanos en Estados Unidos, hay más de 900,000 que no nacieron en República Dominicana. Pero cuando esos logren su ciudadanía tricolor, y las cifras sean lo mismo para aquí como para allá, la diáspora será determinante en todas y cada una de las contiendas electorales.
Hay que asegurar que nuestra gente también se haga ciudadano estadounidense y participe juntamente con esos 900,000 en las elecciones locales, estatales y nacionales, porque a pesar de no tener un número de figuras electas más allá de New York, New Jersey y Rhode Island, esa posible incidencia no solo determinará poderío en Estados Unidos sino que, incluso, ejerce presión sobre el tipo de política exterior que se pudiese aplicar hacia República Dominicana. Eso es un real y determinante poder político, que además aporta al necesario vínculo entre las partes y la nación dominicana.
Pasemos a lo económico.
Anteriormente cité las remesas, las cuales parecen ser el gran termómetro del capital de la diáspora dominicana. Esa fuente apenas responde al 5% del potencial económico y las otras riquezas de la comunidad residente en el exterior, que se identifica como dominicana. Por ello siempre evito las remesas al referirme como el factor definitorio de la población en el exterior. Porque su incidencia sobre el Producto Interno Bruto -PIB es circunstancial y excluye la posibilidad de que los emisores sean relevantes más allá de ella.
A inicios del año 2022 fijé en el Periódico El Dinero que ese monto de transferencia anual se está acercando a su pico y su poderío porcentual se irá reduciendo sobre el PIB, se irá reduciendo según siga creciendo la economía del país. Cumplido el año, hemos visto como ese pensamiento se ha vaticinado. Lo que hasta ayer fue 11% del PIB, en una década podría ser significativamente menos. Además, no se puede contar con el monto de las remesas y su incidencia más allá de una tercera generación, porque depende más de factores migratorios recientes que del sentir filantrópico de sustento que proyecta.
La diáspora como inversionista, es determinante.
Lo determinante es la capacidad de inversión que presenta la diáspora dominicana. En sus reservas personales en los bancos de Estados Unidos, donde sus cuentas albergan un capital ocioso que oscila en los 6,000 millones de dólares. Añádanle a eso, el valor de sus negocios y las propiedades que lo albergan. O las mismas residencias que poseen. Todas guardan en sí, una plusvalía ansiosa de ser invertida. Esa es una enorme y accesible riqueza de la cual no se habla.
En una disertación reciente en Hostos College, cité que hay muchos más elementos de riquezas que pueden ser transferidos al desarrollo de República Dominicana desde su diáspora de manera eficiente, como lo es la interesante e ignorada capacidad crediticia personal o empresarial. Se que ya hay algunas instituciones bancarias del país que están facilitando la transferencia del puntaje crediticio personal de los miembros de su diáspora. Pero imagínese eso de manera formal, en lo personal y lo empresarial. La capacidad de transferir el puntaje crediticio de Estados Unidos, a cada esquina de la industria bancaria completa. Desde tarjetas de crédito a préstamos vehiculares, hipotecarios o para la apertura de negocios. Ahí sí que estamos hablando de riquezas económicas tangibles, entre esos dos enfoques, plusvalía y capacidad crediticia.
Los dominicanos que residen fuera del territorio nacional están listos para ser partícipes del desarrollo nacional, si los canales de inclusión e inversión son definidos claramente. Ya sea con aportes directos vía Cooperativas de la Diáspora; Bonos de la Diáspora; el Fondo Fiduciario de la Diáspora y el Fondo de Inversión de la Diáspora. Todos capaces de capitalizar proyectos de desarrollo de infraestructuras viales o de transporte masivo; de muelles, aeropuertos y líneas de trenes interprovincial, o de infraestructura física o virtual para la educación, la salud y la seguridad nacional.
Estamos en una época buena y determinante.
Los dotes intelectuales, de investigación y conocimiento creativo, científico, técnico y profesional, complementado por una ola de presencia corporativa y técnica en altos rangos de las más importantes empresas de Estados Unidos o la misma fructífera participación política y representativa de la última década, muestra un capital humano de riqueza transferible.
Pasemos de una filantropía caritativa a una de inversión y cooperación sobre la democracia, la economía y el conocimiento. Y porque no, hasta la política. Pasemos a ver la diáspora, como la principal fuente de desarrollo democrático de República Dominicana. La mayor fuente de inversión. Capaz de capitalizar cualquier proyecto de infraestructura, salud o educación, sin que el país tenga que salir a buscar prestado. Y, sobre todo, veámosla como el depósito intelectual, como la mayor fuente de posible transmisión de conocimiento, experiencia y relaciones, para fortalecer nuestras instituciones.
No se requiere que exista una crisis para que el patrimonio de la diáspora sea determinante a la recuperación o el desarrollo de República Dominicana. La diáspora dominicana está en una etapa donde quiere y puede. Y en el país se visualiza un interés por parte de los sectores decisores de la nación, de crear espacios o canales para capitalizar ese patrimonio en favor del desarrollo nacional. Porque ya estamos reconociendo, que es determinante.