Cada enero presento una declaración sobre lo que requerirá la diáspora para colocarse como el elemento fundamental en el desarrollo de República Dominicana. Esta es mi quinta afirmación anual. Y cada vez más me acerco a la conclusión de que en nuestra nación de origen los decisores ya están comprendiendo que para el pueblo dominicano y el futuro del país la diáspora es determinante.
Para ampliar mi exposición anual, esta vez opté por consultar varias investigaciones, pero sobre todo, unos libros que tenía pendientes. Entre ellos, “Move: Las fuerzas que nos desarraigan”, de Parag Khanna. Valioso y visionario documento que me ha amplificado el tema de la movilidad humana. Texto y autor que fuera recomendado por el canciller de la Universidad Tecnológica de Santiago (UTESA), Ing. Frank Rodríguez, en mi reciente recorrido por el país, mientras presentaba mis libros y dictaba ponencias sobre el rol de la diáspora en el desarrollo nacional.
Una cita que encarriló más aun mi enriquecimiento en el tema, la encontré en la propia solapa del documento, donde fijaba que “en los 60,000 años desde que la gente comenzó a colonizar los continentes, una característica recurrente de la civilización humana ha sido la movilidad -la constante búsqueda por los recursos y la estabilidad. Los eventos sísmicos globales -guerras y genocidios, revoluciones y pandemias- solo han acelerado el proceso. El mapa de la humanidad no está resuelto, ni ahora, ni nunca.” Y fijo esa cita, porque es una ajena al único elemento con el que se valora la migración actualmente. El escape del terruño por el solo y simple hecho del mejoramiento económico y no el resto de las condiciones que motivan el desplazamiento.
Hoy día, aun y a pesar de que el movimiento de personas ocurre en todo el mundo, colocando la migración como un fenómeno global, todavía no existe una comprensión integral de cómo gestionarla a favor de sus naciones de origen, luego que estas poblaciones se definen como diáspora. Sin embargo, no podemos negar que en las últimas dos décadas, las naciones de origen de esos expatriados han aceptado que estas son determinantes para su desarrollo.
Llegar a la realización.
Un ejemplo de cómo las diásporas son determinantes, fue evidenciado en como la República Dominicana reaccionó públicamente, luego de recuperarse de la pandemia del COVID-19. Como Estado y como pueblo, se admitió que gracias a su comunidad residente en el exterior, ese periodo de cuarentena y su posterior recobro, pudo ser posible en menos tiempo.
Lo asombroso es que, así como logró impactar la recuperación de su nación de origen, esa comunidad también tuvo que recuperarse. Si, recuperarse. A pesar de que la nación dominicana fue auxiliada por sus deudos en el exterior, en específico los que residen en Estados Unidos, esa diáspora a su vez fue increíblemente impactada por la pandemia. Desde el detrimento de su salud hasta la pérdida de la vida. Desde ver su estabilidad emocional y laboral sacudida, hasta ver diluido su horizonte y con ello el naufragio de su porvenir. Esos que una vez partieron de su terruño en busca de mejoría económica, se vieron obligados a recoger y trasladarse de un Estado a otro en busca de estabilidad, de seguridad y de bienestar, como años antes habían hecho al partir de la Patria.
La comunidad que se identifica como diáspora dominicana, además de gestionar su recuperación económica y sanitaria causada por la pandemia COVID-19, también cargó con la reparación de la nación con la que se identifica. La diáspora se reinventó y asumió el rescate, aún sin ser llamada a tomarse la tarea.
¿Realmente, cuántos somos?
Por mucho tiempo, los que nos identificamos en Estados Unidos como dominicanos, hemos sido señalados como la quinta población hispana más grande de este país. Pero en el reciente Censo del 2020 de los Estados Unidos, la diáspora dominicana, además de afirmar esa posición, se mostró una interesante tendencia. Así de vertiginosa como ha crecido la población hispana, aún más lo ha hecho la población dominicana residente en ese país. Incluso a un ritmo más acelerado que el resto de la población en Estados Unidos. Prácticamente un crecimiento de 112.7% en apenas veinte años. Pocas comunidades pueden hablar de un crecimiento poblacional así.
Y para dar apoyo al registro del Censo de hace dos años, en una reciente publicación, fechada 5 de octubre del 2022, ‘Statista’, la plataforma líder en proveer información demográfica al sector privado y sus iniciativas, reveló que las personas que se identifican como dominicanos en Estados Unidos, ya han alcanzado 2,393,720.
Esos casi 2.4 millones de dominicanos citados, nos confirma como el quinto grupo hispano/latino más grande del territorio estadounidense, pero tomando en cuenta la propensión de las últimas dos décadas, es evidente que para el cierre de ésta, nos encaminamos a superar la comunidad que se identifica como cubana y la misma salvadoreña, las cuales actualmente guardan la cuarta posición con 2,400,150 y tercera con 2,473,950, respectivamente. En ese momento, alcanzaremos a ser la tercera comunidad hispana más grande de los Estados Unidos, detrás de los mexicanos y los puertorriqueños. Eso está a la vuelta de la esquina.