En el año de 1955 la bestia cumplía veinticinco años en el poder y ahora estaba en la cima, en la más alta cúspide del poder y en el nivel más elevado de endiosamiento. La bestia había dejado de ser hombre para convertirse en Dios. Seguiría a caballo, en su caballo celestial, cada vez más engreído, envanecido y cada vez más sanguinario, hasta la noche en que lo apearon a balazos.
Trujillo se había hecho de tal manera adicto al poder y las adulaciones que no había un rincón del país en que no apareciera su nombre, un busto, una fotografía. Villas y parajes, carreteras, campos, avenidas y paseos, hospitales, escuelas, parques, plazas, edificios públicos, escuelas, pueblos y provincias fueron bautizados y rebautizados con su nombre o el de algunos de sus títulos o familiares. La ciudad capital llevaba su nombre, el Pico Duarte llevaba su nombre, la provincia Dajabón se convirtió en Libertador, Baní en Trujillo Valdez, Jimaní en Nueva Era, Nagua en Julia Molina. San Cristóbal, en el segundo año de su gobierno, pasó a llamarse Trujillo.
El aparato de publicidad y propaganda del régimen de la bestia era una maquinaria bien aceitada. Al frente de la misma había una cohorte de aduladores que no desperdiciaba la posibilidad de celebrar hasta los más nimios aspectos de la vida de la bestia y de sus más queridos familiares, y de la inmensidad de su obra de gobierno. Celebraban no sólo las construcciones materiales, sino también sus grandes logros como estadista y hasta sus grandes virtudes cívicas e intelectuales. El día de su cumpleaños se celebraba por todo lo alto y el de su santo también. Con gran pompa se celebraba el día en que se enganchó a la guardia, el día en que asumió la presidencia, la fecha natalicia del padre y de la madre y también la de su mujer y sus hijos.
De las imprentas salían continuamente voluminosas obras de alabanza, volúmenes conmemorativos de hechos a los que se atribuía la mayor importancia histórica, y hasta libros de poemas dedicados a la bestia a su magna obra de gobierno. La más notable de todas las publicaciones del año 1955 fue una serie monumental en veinte volúmenes titulada «La era de Trujillo : 25 años de historia dominicana».
El contenido de la obra, que estuvo a cargo de algunos de los más reputados intelectuales del régimen, es una grosera glorificación de esos primeros veinticinco años de la llamada Era de Trujillo y no tiene desperdicio:
«v.1. El pensamiento vivo de Trujillo (Antología) / Joaquín Balaguer — v. 2. La política exterior de Trujillo / Virgilio Díaz Ordóñez — v. 3. La dominicanización fronteriza / Manuel A. Machado Báez — v. 4. La política social de Trujillo / A. Álvarez Aybar — v. 5. pt. 1. La obra educativa de Trujillo / Armando Oscar Pacheco — v. 6. pt. 2. La obra educativa de Trujillo / Armando Oscar Pacheco — v. 7. pt. 1. La Era de Trujillo / Abelardo R. Nanita — v. 8 pt. 2. La Era de Trujillo / Abelardo R. Nanita — v. 9. pt. 1. Cronología de Trujillo / E. Rodríguez Demorizi — v. 10. pt. 2. Cronología de Trujillo / E. Rodríguez Demorizi — v. 11. pt. 1. Las obras públicas en la era de Trujillo / Juan Ulises García Bonnelly — v. 12. pt. 2. Las obras públicas en la era de Trujillo / Juan Ulises García Bonnelly — v. 13. pt. 1. Historia dominicana / J. Marino Incháustegui — v. 14. pt. 2. Historia dominicana / J. Marino Incháustegui — v. 15. La universidad de Santo Domingo / Juan Francisco Sánchez — v. 16. pt. 1. Historia de las fuerzas armadas / Ernesto Vega y Pagán — v. 17. pt. 2. Historia de las fuerzas armadas / Ernesto Vega y Pagán — v. 18 pt. 1. Las finanzas de la República Dominicana / César A. Herrera — v. 19. pt. 2. Las finanzas de la República Dominicana / César A. Herrera — v. 20. Bibliografía de Trujillo / Emilio Rodríguez Demorizi».
La obra de la bestia se había convertido en algo tan arraigado y trascendental en el paisaje nacional que un grupo de reconocidos intelectuales, entre los que no podía faltar Joaquín Balaguer, decidió crear el llamado Instituto Trujilloniano, «un centro cultural dedicado al análisis y difusión» de los grandes avances de la era gloriosa.
Los devotos aduladores se rompían la cabeza tratando de encontrar nuevos títulos para tratar de saciar la enfermiza megalomanía de la bestia y competían entre sí, tratando de sobresalir como lambiscones.
A lo largo y a lo ancho de su vida a la bestia le otorgaron o se hizo otorgar innumerables títulos que, sólo por casualidad, no incluía ninguno de nobleza, aunque fue una de sus grandes y frustradas aspiraciones. Así que, entre otras cosas, sería Benefactor de la Patria y Padre de la Patria nueva, Primer maestro dominicano y Generalísimo Doctor Rafael Leonidas Trujillo Molina.
En realidad, sus títulos eran demasiados para ser contados. Uno de los más curiosos era el de Generalísimo Invicto de los Ejércitos Dominicanos.
Era, además, Doctor Honoris causa por todas las facultades de la Universidad de Santo Domingo. Esto llevaba aparejado el cargo de Rector de la misma institución y la condición de Primer Maestro de la República, Primer Médico de la República, Primer Periodista de la República, Primer Abogado de la República, Primer Agricultor Dominicano.
Agréguese a todo lo anterior el nombramiento como Restaurador de la Independencia Financiera del país y el de Campeón del anticomunismo en América, Paladín de la Libertad y Líder de la Democracia Continental, Protector de Todos los Obreros, Protector de la Cultura Dominicana, Hijo meritorio de San Cristóbal, Héroe del Trabajo, Padre de los Deportes y otras cursilerías.
1955, el año del veinticinco aniversario de la bestia en el poder, fue una sola celebración una sola manifestación en todo el país. Los aviones de la fuerza aérea sobrevolaban el Malecón formando un número veinticinco. Había marchas y desfiles, todo tipo de celebración, un interminable júbilo oficial.Y además, para cerrar con broche de oro, el 20 de diciembre fue inaugurada la fastuosa Feria de La Paz y Confraternidad del Mundo Libre, una feria internacional con participación de varios países extranjeros que estaba supuesta a deslumbrar el mundo. Por si fuera poco, en 1955 se puso en circulación el billete de RD$20 en el que se podía leer «Año del Benefactor de la Patria», si acaso no lo eran todos. Semejante iniciativa, era además un acto de justicia, un reconocimiento al titán que había reconstruido la patria. Un titán que pertenecía al ámbito de la divinidad y que realizaba milagros.
De acuerdo, más o menos, con lo que dijo o quiso decir el fogoso e iluminado y fantasioso orador Virgilio Díaz Ordóñez, el país y todos sus habitantes se encuentraban por obra de un milagro en la cima de una era dorada, y el misterio divino de este milagro tenía nombre y su nombre era Trujillo, nuestro rumbo y nuestro timón, nuestra estrella y nuestra vela, nuestra brújula y nuestra fuerza motriz. La bestia y sólo bestia nos había elevado a tan vertiginosa altura.
Lo cierto es que, como dice Crassweller, no había un resquicio, un intersticio del poder en el que no asomaran las narices la autoridad de la bestia.
Bibliografía: Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator”.