Aquel año de 1996, a un año de haber entrado a estudiar a la UASD, quizás la mejor época de nuestra vida, ganaba las elecciones el presidente Fernández. Aquello llenó de esperanza a muchos que, como nosotros,  vimos al verdadero cambio a punto de comenzar:  el presidente que chateaba por internet, como se decía en los pasillos de los laboratorios de física.

Luego vinieron los túneles y -si la memoria no nos falla- luego vinieron los elevados, y aún no pasaban 4 años de gestión. Sentíamos que la capital dominicana, Santo Domingo, era una especie de clase práctica de construcción. Teníamos mucho que aprender y a veces nos parecía que casi daba igual si lo hacíamos en las aulas de la escuela de arquitectura o en una cristalera de Plaza Central y mirando hacia la 27 de febrero y sus retroexcavadoras (las llamadas comesolas).

Ver todo aquello era un torbellino de emociones para un grupo de jóvenes que estudiábamos arquitectura en una de las mejores escuelas de Dominicana. Incluso -si la memoria no nos hace una jugada- conocimos un renacer del transporte urbano (efímero como siempre) con la llegada de la OMSA y los implacables agentes de la AMET. Nos gustaba cómo se vislumbraba el futuro y nos gustaba mucho ver que la capital de nuestra modesta, pero sólida ciudad tomaba visos de contemporaneidad.

En aquella primera juventud, apenas 20 años, incluso alguno menos, nos sentíamos muy orgullosos de que nuestra nación crecía por encima de muchos en América Latina y a la par de países como Chile; que nuestro Banco Central era una prestigiosa institución cuya admiración era compartida por muchos en esa América.

Ciertamente teníamos una predisposición positiva familiar hacia los contemporáneos de nuestros padres, que a su vez eran compañeros de círculos de estudio entre sí, e incluso maestros de que quien escribe, que también fue circulista; y todos atentos a los textos del más grande pensador político del siglo XX de nuestro país.

Es probable, debemos reconocerlo, que fuera esa predisposición la que nos llevara a admirar mucho todo cuando hacía el discípulo que había llegado a ser presidente.

El día 30 de junio se celebraron 114 años del nacimiento de Juan Bosch; el día 1 de julio se celebraron 97 años del nacimiento de María Espinosa. Ambos nos marcaron, la segunda, mi abuela, me lo dio casi todo en términos vitales; el primero, el maestro, me lo enseñó casi todo en cuanto a la interpretación de las necesidades y aspiraciones de un pueblo.

Quiera Dios que quien escribe pueda conseguir poner ese casi todo al servicio de las mejores causas y que cuando nos toque poder hacer sentir orgullosos a la generación que nos precede, tal como ocurrió con nosotros con respecto a los discípulos de 1996 cuando estaban en su mejor momento.