Este día del trabajo del año 2024 nos despertó a los dominicanos para realmente trabajar, porque el día libre se había tomado antes, pero con la triste noticia de que dos artífices del oficio de escribir habían fallecido hacía pocas horas: el escritor newyorkino Paul Auster y la periodista española María Victoria Prego. Bajo ningún criterio eran jóvenes pues tenían 77 y 75 años respectivamente, pero la trayectoria de cada uno de ellos era tan impresionante y tan alusiva a la dimensión ética, como para lamentar la interrupción de sus labores.

Durante más de cuarenta años, Auster, un ídolo en el Brooklyn y luego en muchas partes del mundo, mantuvo una dedicación sin falla a la creación artística marcada por la preocupación existencial. Algunos analistas atribuyen esta fascinación al hecho de que en los años setenta él se dedicara a la traducción de algunos autores franceses de la posguerra.  Él mismo tendía a disentir de tanto énfasis, pero es innegable que ese esfuerzo humano por entender una mentalidad y convertirla en comprensible para otra es algo que deja un sedimento profundo. Lamentablemente, esto lo iremos perdiendo a medida en que las traducciones automáticas se hagan cada vez mejores a través de la inteligencia artificial.

El fin del camino de Prego, por otra parte, deja sin continuación años de reflexión sobre cómo su sociedad española de la postdictadura ha ido evolucionando en medio de la transición hacia la democracia, la liberalización de las costumbres, la convivencia con el terrorismo y, en los últimos años, de la efervescencia de las nostalgias corrosivas.

Toca ahora seguir la evolución a partir de lo dejado por estos magníficos y cotidianos pensadores.  Un autor anterior y mucho más profundo y erudito que ellos dos, nació precisamente un 1 de mayo, para mí una señal de que, así como este año la efeméride ha sido de pérdidas, también puede ser ocasión de nacimientos. El paleontólogo y teólogo Pierre Teilhard de Chardin escribió unas frases muy hermosas sobre la paciencia y el trabajo acumulado. Que ellas nos sirvan de consuelo ante estas tristes partidas.

Somos naturalmente impacientes en todo.

Para llegar al final sin demora

nos gustaría saltarnos las etapas intermedias.

Nos impacientamos de estar en el camino

hacia algo desconocido, algo nuevo.

Y, sin embargo, la ley de todo progreso

es que se llega a él pasando

por algunas etapas de inestabilidad,

y que este puede llevar mucho tiempo.

Y así creo que es contigo.

Tus ideas maduran gradualmente,

déjalas crecer,

déjalas moldearse por sí mismas,

sin prisas indebidas.

No trates de forzarlas,

como si pudieras ser hoy lo que el tiempo

(es decir, la gracia y las circunstancias

actuando por tu propia buena voluntad)

harán de ti mañana.