Con la muerte del radiodifusor Manuel María Pimentel, este 21 de junio, a los 92 años, se esfuma otro de los pilares de la mejor radio informativa de todos los tiempos en la República Dominicana.

Habían partido los Brea Peña, los de Radio Comercial y su Noti-Tiempo; y a Rafael Corporán de los Santos, de Radio Popular y su Noticiario Popular.

Pimentel era dueño de Radio Mil, la emisora matriz de Radio Mil Informando, que transmitía desde el quinto piso del edificio Metropolitano, en la avenida Máximo Gómez esquina San Martín, Distrito Nacional.

Otras estaciones del influyente circuito eran Radio Landia (Santiago de los Caballeros), Radio Clarín, Fiesta FM, Radio Estereofónica (Milenio).

Fue fundador y presidente de la Asociación Dominicana de Radiodifusoras (Adora) y propulsor y colaborador permanente del Círculo de Locutores Dominicanos; vicepresidente del Banco del Comercio Dominicano y del prestigioso periódico estándar El Siglo; y accionista principal de los hoteles El Napolitano y Naco, entre otras empresas.

Pero Radio Mil, sobre todo Radio Mil Informando, era su gran orgullo. Lo vivía. Y se esforzaba permanentemente para que mantuviera la hegemonía de la audiencia. El reclutamiento de personal de calidad era, para él, de alta prioridad. Y afanaba para que se sintiera bien. No eran fortuitas las fiestas para los días del Periodista y del Locutor. El seguro médico y los tres salarios entregados a final de año, entre otras facilidades, resultaban atractivos.

El colmado y el burro

Le vi por primera vez una mañana de 1988 en su oficina del hotel Napolitano, en la avenida George Washington (malecón), en el D.N.

Había llegado hasta allí por una petición que el director del vespertino tabloide El Nacional, Radamés Gómez Pepín, había hecho a la editora de la sección Temas, Emely Tueni.

En un pósit verde dejado bajo el pisapapel de la maquinilla Olympia que yo tenía asignada en mi primer trabajo como periodista, en letra azul decía:

“Turka (así le llamaba el legendario periodista a Emely), quiero que ese muchachito que tienes ahí me le haga un trabajo, de esos que él hace, a ese hombre… Manuel Pimentel. Él está en El Napolitano”.

La semana siguiente estaba yo, allí, frente a don Manuel. Él, próspero empresario, muy conocido en el ambiente, pese a que era de bajo perfil; yo, reportero en ciernes que, por inquietud académica, estrenaba los subgéneros perfil y semblanza en la sección Temas del rotativo Hoy.

Estaba ante un hombre menudo, de abundante cabellera canuca, semicojo, que habló resuelto todo el tiempo, pese a sus frenillos, sobre historia de emprendedor desde sus días de muchacho en Baní, provincia Peravia, hasta sus momentos de gloria en el mundo empresarial.

Él habló con nostalgia de su colmado y de su burro, con lo que comenzó a descubrirse como empresario.

“Todavía está ahí, vivo, el colmado; lo tengo como recuerdo, para no olvidar mis orígenes”, comentó y rio de buena gana.

Y refirió con orgullo su vieja amistad con el presidente Salvador Jorge Blanco, Hatuey De Camps y el fogoso líder del Partido Revolucionario Dominicano, José Francisco Peña Gómez.

Contó si titubeos su vida familiar y empresarial. No escondió momentos malos. Se sabía exitoso en varios emprendimientos, ya solo, ya con alianzas.

Pero su sueño era Radio Mil. Radio Mil Informando era cosa sagrada para él. Porque no solo redituaba dinero, sino que ya era parte de la vida dominicana, por el compromiso de informar con apego a la verdad y sin miedo. Y por defender los intereses de los más vulnerables.

Tras finalizar la entrevista y agradecerle la atención, me preguntó: “Ven acá, por casualidad, ¿eres locutor?

-Sí, trabajo en Radio Radio. ¿por qué, don?

-Porque tienes buena voz y se parece a la de mi emisora. ¿Te gustaría trabajar allá?

Quedé mudo por unos segundos; yo rondaba los 27 años. Emocionado e incrédulo, asentí. Como casi todos los jóvenes locutores de la época, soñaba con trabajar en Radio Mil. Me atrapaba el estilo y la manera como la estación estaba enraizada en el imaginario de los oyentes. Fue así desde mis días de mozalbete en Pedernales y luego como novel locutor de la única emisora del pueblo: Radio Pedernales. Percibía que representaba demasiada coincidencia, o era un simple cumplido de alguien que había sido entrevistado.

La entrevista saldría publicada a página completa en el diario matutino del Pepín Corripio. El impacto fue superior al esperado. El director de El Nacional, el recio Gómez Pepín, se sintió satisfecho.

Una semana después, el director de Radio Mil, el locutor Wilfredo Muñoz (f) me llamaba por instrucción de don Manuel.

“Debes ir a Radio Clarín para grabarte una prueba y afinar estilo; no se hará allá en Radio Mil porque se complica la cosa, puede haber bloqueo”, me advirtió.

La primera grabación había quedado excelente, según Muñoz. Pero a la hora de evaluarla, “no aparece”. Una segunda, días después, fue necesaria. Fue bien guardada. Y de allí salió la designación para leer noticias. Fueron días duros. La resiliencia se puso a prueba…

Yo alternaba la locución noticiosa y el ejercicio periodístico. Ya había salido de Hoy tras ser reclutado para formar parte del primer equipo de profesionales de la Comunicación que fundó El Siglo.

Una noche, mientras redactaba una historia, fui llamado repentinamente a una reunión en la dirección. Estaban sentados en círculo, el director, personal de seguridad de Bancomercio y del periódico… Don Manuel estaba allí.

No entendía el porqué me convocaban a esa reunión de alto nivel, y menos a esa hora (pasaban las diez de la noche).

El tema para debate era un rumor de “corrida” en el banco. Me solicitaron la opinión sobre cómo detenerla.

Y, al terminar, don Manuel intervino: “Excelente. ¿Tú no eres el muchachito que yo tengo en el noticiario? No sabía que también eres periodista y, mucho menos, que trabajaras aquí”.

Le confirmé. Y ahí me preguntó si yo estaba en la disposición de también dirigir el departamento de Prensa (de noticias) de la emisora, además de ser locutor, “porque tengo muchos problemas ahí y se está cayendo la audiencia y la publicidad; el noticiario sale primero en el DNI”.

-Sí, con gusto, señor; pero con la condición de que se respete mi trabajo, porque hay que readecuar el noticiero, y me permita mejorar los salarios al personal.

Respondió:  -Cuente con eso. Ya verá. Te harán un hielo, pero es una decisión mía.

Los ataques y el boicoteo fueron recurrentes. Las amenazas y las tramas, también. Las visitas de políticos y aliados periodistas a la oficina de El Napolitano para cabildear el cambio de director no faltaban. Los frentes eran múltiples. Don Manuel me llamaba para advertirme sobre tales travesuras y animarme a seguir sin pausa. Sabía que había interés de control ideológico del noticiario. Jamás cedió.

“Tranquilo, Tony, creo en resultados, y, con los cambios, vamos muy bien en términos de posicionamiento y de publicidad. Yo tengo una encuesta Gallup”, repetía el Manuel que ahora ha muerto sin haber sido reconocido por sus aportes a la buena radio.