Con el claro apoyo que ofreció este miércoles para que fueran reelegidos presidentes del Senado y la Cámara de Diputados dos líderes conservadores que renegaron de Jair Bolsonaro tras llegar a coquetear con el bolsonarismo, el Gobierno del progresista Luiz Inácio Lula da Silva se aproximó aún más al centro y a la centroderecha en Brasil.
Sin mayorías en el Congreso de predominio conservador que asumió este miércoles y con el que tendrá que lidiar durante sus cuatro años de mandato, Lula viene haciéndole concesiones a los partidos de centro incluso antes de asumir su mandato, el 1 de enero, para intentar garantizar respaldo en el Parlamento.
Pese a que inicialmente había dicho que no se inmiscuiría en la elección de las nuevas directivas del Congreso, el líder progresista fue decisivo para que Rodrigo Pacheco fuera reelegido hoy miércoles como presidente del Senado y para que Arthur Lira obtuviera otros dos años como líder en la Cámara baja.
Lira fue reelegido con 464 de 513 votos posibles gracias a que tejió el respaldo de 21 de los 23 partidos con representación parlamentaria, desde los de izquierda hasta los de extrema derecha, y Pacheco venció con mayores dificultades, por 49 votos contra 32 de Rogerio Marinho, candidato apoyado por Bolsonaro.
Lula no solo anunció su apoyo a los dos parlamentarios conservadores sino que instruyó a los partidos de su alianza oficialista para que los respaldaran y determinó que sus once ministros con mandatos legislativos reasumiesen hoy sus cargos provisionalmente para que pudieran votar por sus candidatos.
Los sectores más izquierdistas, como el Partido Socialismo y Libertad (PSOL), cuestionaron el apoyo del líder progresista a dos legisladores que durante mucho tiempo fueron fieles a Bolsonaro pese a que se desmarcaron del líder ultraderechista cuando comenzó a cuestionar la fiabilidad de las elecciones.
"Lira empoderado, con casi 500 votos, representa un "Centrao" (el conjunto mayoritario de partidos de centro) fortalecido como nunca y un chantaje permanente sobre Lula", advirtió el diputado Chico Alencar, candidato perdedor a la Presidencia de la Cámara baja por el PSOL y que tan solo obtuvo 21 votos.
Durante los cuatro años de Gobierno Bolsonaro, Lira tuvo amplio poder para distribuir recursos del presupuesto, incluso con mecanismos poco transparentes, gracias a que se ganó al apoyo del líder ultraderechista por archivar las cerca de 140 peticiones para que el Congreso le abriera un juicio político.
El empeño del líder del Partido de los Trabajadores (PT) por la elección de dos dirigentes con los que tiene poco en común no solo obedeció a su necesidad de ganar apoyos en el Parlamento sino al temor de que el Partido Liberal (PL), la fuerza ultraderechista liderada por Bolsonaro, asumiera el comando del Senado.
El PL salió de las urnas como la mayor minoría en ambas cámaras, aunque ya no lo es en el alta, y postuló un candidato competitivo a la Presidencia del Senado, Marinho, que puso en aprietos no solo a Pacheco sino también al Gobierno. La disputa por el comando del Congreso, por lo mismo, era considerada como una tercera vuelta electoral entre Lula y Bolsonaro y ganó el actual presidente.
Incluso antes de asumir, Lula ya había iniciado un acercamiento a las fuerzas de centro que no lo apoyaron en la segunda vuelta de las presidenciales y les hizo algunas concesiones para intentar minimizar la influencia del bolsonarismo en el Parlamento.
En su gabinete de 37 ministros, incluyó a nueve dirigentes de los partidos Movimiento Democrático Brasileño (MDB), Unión Brasil y Social Democrático (PSD), todos del espectro conservador.
El ministro de la Secretaría de las Relaciones Institucionales, Alexandre Padilha, admitió que el jefe de Estado pretende ampliar sus alianzas partidarias y que puede ofrecerles cargos en el segundo escalón del Gobierno a miembros de las fuerzas más bolsonaristas, como el Partido Progresista (PP) de Lira o el Partido Republicanos de los líderes evangélicos.
Hasta ahora los partidos representados en el Gabinete, incluyendo los tres nuevos refuerzos de centro, le permiten al Gobierno contar con 287 de los 513 votos en la Cámara baja y 47 de los 81 en el Senado, que le garantizan mayorías, pero que no son suficientes para aprobar enmiendas constitucionales (308 y 49 votos respectivamente).
Padilha admitió que el Gobierno necesitará del apoyo de tres quintas partes de ambas cámaras para aprobar la reforma tributaria y un nuevo mecanismo de control del déficit fiscal, que son las prioridades de Lula en su primer año de gestión.
El interés del jefe de Estado de ganarse como aliados a los presidentes de Cámara y Senado obedece a que ambos son responsables por la marcha de los trabajos en el Congreso y pueden colocar en votación o postergar por meses los proyectos de interés del Ejecutivo.
El jefe de la Cámara baja, además, tiene el poder de abrirle juicios al presidente, algo que hizo en su momento el diputado Eduardo Cunha, a quien la entonces mandataria Dilma Rousseff (2011-2016) no quiso apoyar cuando se reeligió, una divergencia que concluyó con la destitución de la sucesora de Lula. (EFE, Gran Carlos Moreno)