Recientemente, muchos términos del discurso político han perdido su significado original transmutando en nociones ambiguas que carecen de valor lingüístico, dejando a quien los escucha en un limbo conceptual. Términos como "socialismo", "izquierdismo", pueden querer decir nada, sin decirlo todo hoy en día. El origen histórico de las expresiones “izquierda” y “derecha” se remontan a la Revolución Francesa y tenía que ver con dónde estaban asentadas las facciones en la Asamblea. Saint-Simon, teórico positivista francés, tuvo gran influencia en el origen moderno del término "socialismo". Tanto Saint-Simon como Fourier, Owen y Thomas Spence fueron figuras influyentes en el movimiento obrero británico.
El término "socialismo" por ejemplo significó "control de la producción por los productores, eliminación del trabajo asalariado, democratización de las esferas de la vida social; control de los ciudadanos sobre sus comunidades". Eso se entendía por socialismo hace más de 100 años, y claramente, no significa lo mismo hoy en día.
En el pasado reciente, los llamados ‘países socialistas’ como la URSS y China, fueron más bien sistemas antisocialistas, donde una élite intelectual (Lenin, Stalin, Trotsky y otros) estaba situada en la cúpula del partido y desde allí dirigía las decisiones del Estado. Era tanto así, que para la época, los trabajadores en los Estados Unidos tenían más derechos que los de la URSS, y las libertades individuales estaban mejor garantizadas en Inglaterra que en el bloque "socialista". Pero de alguna forma malsana y propagandística a eso se le llama "socialismo", como de igual manera a los estados que practican el bienestar social se les llama socialismo.
De hecho, cuando Bernie Sanders, ex candidato por el partido demócrata, habla de "socialismo" para los Estados Unidos, a lo que se refiere es al liberalismo del "New Deal" promulgado por el presidente Roosevelt entre 1933 y 1939. El hecho de que, en los últimos 50 años, cualquier idea que cuestione el statu quo, sea estigmatizada con el epíteto discriminatorio de "comunista", "izquierdista" o "socialista" es evidencia de cuánto tan hacia la derecha se ha movido todo el espectro político. Claramente, se ha tornado popular la ignorancia histórica de estos hechos, ya que al arrojar estos títulos – sin contexto – una legión de idiotas útiles pueden bailar al son del que los profesa únicamente para sembrar miedo y ganar espacios.
Destaquemos que no es casualidad que desde los años 50 hasta la caída de la URSS, los dos principales sistemas de propaganda estuvieron enfocados en una fantasía que nunca llegó a existir: el "socialismo". Desde sus orígenes, el Estado soviético intentó aprovechar las energías de su propia población y de los pueblos oprimidos del mundo para consolidar su poder e influencia y se llamaron a sí mismos socialistas. Tomando esto como cierto (lo fuera o no), Estados Unidos aprovecha difundiendo el miedo y el odio contra el enemigo, enfocando los títulos que los propios soviéticos se adjudicaron. Dos sistemas de propaganda opuestos, sin embargo, ambos enfocados en una falsa imagen de lo que en verdad es el socialismo.
Es así como la etiqueta de "socialismo" se blande como un arma ideológica importante empleada por los dos imperios, americano y soviético, que en realidad fue una mentira gigantesca como la historia ha revelado. Ese devenir arriba desde los últimos años como un torrente, a Chile. Un torrente que no surge desde las entrañas de las desvirtuadas concepciones ideológicas de los partidos comunistas, sino del proceso de reclamos de los movimientos activistas que procuran un estado de bienestar social, democracia, equidad, garantía del derecho, menos desigualdad; encarnado en una figura carismática joven de 35 años como Gabriel Boric, presidente electo de Chile, e identificada con la tradición más noble de los socialistas libertarios que, dicho sea de paso, estuvo incluso opuesta a Marx desde la época de Bakunin y Rosa Luxemburgo. Precisamente, Gabriel Boric es, ideológicamente hablando, más cercano a Noam Chomsky; con una lejanía estrepitosa de los pensamientos leninistas.
Por tanto, hay que felicitar a los chilenos, pues en pleno 2021 y de forma brillante han identificado una ruta, que en su práctica, está llamada a negar las pretensiones antidemocráticas y totalitarias de Daniel Ortega y Maduro; una práctica que se manifiesta en el activismo político de jóvenes que se sienten defraudados por un sistema neoliberal que los deshumaniza y una izquierda desfasada que nunca pudo dar respuesta democrática y participativa a esas realidades. El Chile de hoy no cree en dictaduras, ni siquiera en la del proletariado. El Chile de hoy no emana desde practica de partidos dogmáticos rezagados, sino desde las entrañas mismas del activismo, fundido en una sola voz, feministas, ambientalistas, pacifistas, LGTB, Seguridad Social Digna, No+AFP, obreros, campesinos, estudiantes y otros tantos; un ejemplo que los activistas políticos dominicanos deberían emular fuera de sus zonas de confort. Chile es una alternativa nueva decidida a no invertir su energía en odiar a los que odian, sino en amar a los que aman.