La desaparición de cientos de paquistaníes en la tragedia del pesquero en el Mar Jónico hace una semana golpea la aldea paquistaní de Noor Jamal, origen de algunas de las personas a bordo del barco, con familias entre el luto y la angustia por el fin de la esperanza que prometía la peligrosa migración ilegal a Europa.
Este miércoles en Pakistán las autoridades han comenzado a recolectar muestras de ADN para identificar a las víctimas, mientras los vecinos de esta aldea, ubicada en la provincia norteña de Punjab, mantiene la esperanza porque sus seres queridos no figuren entre los muertos o desaparecidos de la catástrofe.
300 paquistaníes a bordo
Unos 12 jóvenes de Noor Jamal se dieron por desaparecidos tras el incidente del naufragio en las costas griegas, y todavía desconocen si sobrevivieron, murieron o nunca llegaron a subir al barco.
Mian Boota es una de las víctimas en ese navío rumbo a Italia, viajaba de forma ilegal a Europa y arriesgaba su vida en busca de una mejor vida, aseguró a EFE su familia.
Esta no era la primera vez que Boota intentaba la travesía. A la edad de 15, vendió todas sus pertenencias para irse a Grecia, cruzando primero por Irán y luego por la vecina Turquía, y tras permanecer 14 años fuera de Pakistán se vio obligado a regresar.
Pero "la pobreza volvió a golpear su hogar y decidió emprender el camino de la muerte y la vida por el futuro de su mujer y de sus hijos", dijo a EFE un familiar de Boota en condición de anonimato.
Llegó a Libia a finales de mayo para subirse a la embarcación de 30 metros de eslora junto a más de 700 personas que se hundió el pasado miércoles a unos 80 kilómetros de las costas de Grecia, en una de las mayores tragedias migratorias de la historia en el Mediterráneo.
El suceso ha dejado hasta el momento 81 muertos, cientos de desaparecidos, 104 rescatados y nueve detenidos por supuesto tráfico ilícito de personas ante la Fiscalía griega y otros 15 en Pakistán.
Aunque las autoridades del país asiático no han dado cifras oficiales, se estima que unos 300 ciudadanos paquistaníes viajaban a bordo de la embarcación.
Mucho que ganar y la vida que perder
De las 20.000 personas que habitan Noor Jamal, la aldea en la que residía Boota junto a su familia, hay pocos hogares a día de hoy con que no tenga a alguien viviendo temporalmente en el extranjero para sustentarles.
A pesar de las grandes casas y los coches de lujos que diferencian la posición social entre los que tienen familiares fuera de los que no, en la zona "solo hay una escuela primaria para niñas y una secundaria para niños en todo el pueblo", explicó a EFE un residente del pueblo, Yousuf Jamali.
La falta de centros educativos, sumado a la falta de oportunidades de empleo y la división en el estatus social de las familias han aumentado recientemente la tendencia de los jóvenes a probar mejor suerte en el extranjero, especialmente a Europa.
"Los que han llegado a Europa son una fuente de motivación para que otros se vayan", aclaró Jamali.
Si bien muchos de ellos arriesgan sus vidas y vuelven con algo más que darle a su familia, hay otros que mueren en el intento por llegar a Europa.
Una atmósfera de duelo envuelve al pueblo tras la catástrofe, mientras las familias esperan que sus seres queridos estén a salvo y regresen algún día.
"La situación es como si no estuvieran ni muertos ni vivos, agregó Jamali.
A pesar de que en el pueblo tratan de hacer una vida normal, a la espera de más noticias sobre sus seres queridos, "casi todos están afligidos o se sienten avergonzados", afirmó.
Aun siendo muchas las razones por las que los 81 muertos reconocidos del naufragio se subieron al navío, el estado de pobreza en el que viven sus familiares suele ser el principal motivo para que tomen esta arriesgada decisión.
Boota "había decidido que al llegar a Europa, no solo ganaría dinero, sino que también se llevaría a su esposa, pero nadie imaginó que él no volvería", lamentó el vecino.
Amjad Ali