Haití se asemeja en estos día más que nadie al coronel aquel que no tenía quien le escribiera. Por si acaso y antes de proseguir, ¿lo recuerdan?

Su artífice, Gabriel García Márquez, nos presenta detrás de ese doble “no” – no le escriben, no recibe su dilatada pensión- a un hombre bueno, ingenuo, esperanzado. En algún lugar que no recuerdo reconoce que el punto de partida de su escrito es la imagen de un hombre esperando una lancha en el mercado de Barranquilla. Ojo; la lancha no es la del otro viejo pescando una gigantesca carnada en alta mar, sino la del que discute con su mujer debido al valor de un pobre gallo.

Pero no interesan aquí los pormenores. Lo decisivo es el parecido de un país del que tanto se habla, pues es indiscutible fuente de noticias en y fuera de sus fronteras, pero sin que por ello alguien le escriba preocupado por su penuria y profundo malestar. Y precisamente esa es la cuestión: no es lo mismo escribir y reproducir lo que sea sobre dicho país, que dirigirse a él en tanto que destinatario de alguna buena (o mala) nueva a propósito de sus recursos y pensión.

En los meses que completan el primer semestre del año 2022, mucho se habla y escribe a propósito de Haití. Desde su territorio fluyen -además de dimes y diretes- noticias que son todas tan similares como las gotas de agua del mismo río. La más sonora, las bandas.Esas agrupaciones informales, tan cortoplacistas y acomodaticias, como invertebradas y laxas, están activas en cada milímetro del hacinado territorio urbano y pueblerino que es Haití. Por doquier demuestran que el vacío de poder no existe en ninguna sociedad humana que se maneja a la fuerza. Y por eso se dan a la tarea de desarticular lo poco o poquísimo que queda de institucionalidad en dicho conglomerado poblacional en el que pocas piedras quedan montadas una sobre la otra.

La inseguridad ciudadana, así como la escasez de oportunidades, fuentes de trabajo y de alimentación, y la sempiterna penuria de servicios públicos, se confunden en la arena sucia e infructuosa del todo contra todos: siendo este último “todos”  actores políticos, hombres de negocios y/o influyentes notables con menos que más autoridad moral.

En tan crítico coliseo, puede apostarse con plena seguridad a que lo peor es lo que pregonan la prensa y las encadenadas redes sociales, pues repiten lo que oyen decir a un funcionario de la Organización de Naciones Unidas: “Bandas criminales reclutan cada vez más niños en Haití”. El reclutamiento de la futura generación asfixia el porvenir de una Haití impedida de llegar.

Temo que si Alejo Carpentier regresara a ese reino de este mundo diría que es una realidad tan encantadora como incapaz de superar su propio acto de magia. Y no por aquello de que vanidad de vanidades, todo es vanidad, sino porque ese aglomerado poblacional ha llegado a ser lo que era: divisisión de divisiones, todos son divisiones intestinas del mismo cuerpo social. A tal punto llega la situación hoy día que, por primera vez en la historia, el alto empresariado dominicano se ve precisado a informar que opta por valerse de dos barcos mercantes para cumplir sus compromisos comerciales con el vecino isleño. Y todo por la inseguridad que atenta contra los transportistas en carreteras y caminos haitianos. Igual amenaza que la que recae sobre particulares y funcionarios de ellos caer en manos de secuestradores ávidos del dinero de cada rescate.

Pero que quede claro, aquella realidad no explica su propio embrujo. Y por eso, bajo el prisma internacional, la visión se nubla por la distancia, como en el desierto, a consecuencia del espejismo. Esta figuración siempre es sobresaliente cuando se achaca toda la responsabilidad de lo que acontece en el empobrecido país a la causa haitiana, sin ponderar adecuadamente la envergadura del esfuerzo propio de la población de a pie. Un dato sustentado por el informe del Banco Mundial sobre inmigración y remesas, avala lo dicho. El monto de transferencias en el año 2021 fue de US$4,400 millones; y, debido a una tarifa promedio vigente de envío a Haití de 5.5%, las compañías intermediarias y el Estado haitiano obtuvieron de ese esfuerzo más de US$250 millones.

Antropólogo y filósofo, miembro de la Unidad de Estudios de Haití, UEH, y del Centro de Estudios Económicos y Sociales, P. José Luis Alemán, SJ, de la PUCMM. Escrito tomado de la publicación de la Unidad de Estudios de Haití: Memoria Analítica de Datos e Informaciones, Año 2, No. 2, Abril-Junio 2022: 4-8.

Pero si Haití salió de la caja del olvido internacional la misma semana en la que se hablaba del costo de bandas, secuestros y remesas eso se debió a la página principal del New York Times a finales del mes de mayo. (Ver, https://www.nytimes.com/2022/05/20/world/americas/haiti-history-colonized-france.html; https://www.nytimes.com/es/2022/05/20/espanol/haiti-deuda-francia-reparaciones.html; https://www.nytimes.com/2022/05/22/briefing/haiti-france-slavery-investigation.html) ¿Por qué la iniciativa periodística y el docto altercado entre historiadores que despertó el influyente medio estadounidense?

La mejor respuesta hipotética me parece ser esta: desempolvar -con su característico espíritu inquisitivo- la onerosa carga financiera que la metrópolis francesa impuso sobre los hombros neófitos de una América negra recién independizada e irreversiblemente liberada de la esclavitud colonial, en un rincón de las Antillas mayores, en medio del Gran Caribe.

Dos cuestiones envuelven aquella publicación: el foco de atención de la información suministrada y la fecha escogida para dar la clarinada. La atención fue centrada, no en el por qué de una decisión francesa que -dicho sea de paso- bien puede ser considerada como bochornosa mácula para los verdaderos hijos de la Revolución Francesa de 1789 en todo el mundo, sino en sus consecuencias.

La fecha fue escogida con predeterminación. Se trató del 20 de mayo recién pasado, es decir, a poco más de dos semanas para el incio de una Cumbre de las Américas -6 a 10 de junio recién transcurridos- que según más de un analista sería un puente colgante hacia ningún lugar. Es cierto que la información levantó la crítica de historiadores mantenidos en el anonimato, pero lo decisivo fue que miles de lectores alrededor del mundo vieron y leyeron lo acontecido en los albores del siglo XIX, a raíz del surgimiento de la segunda república independiente en el hemisferio americano. (https://www.politico.com/news/magazine/2022/05/23/new-york-times-historian-haiti-authoritative-source-00034511)

El golpe de efecto estaba dado. O el tema haitiano sale del marasmo del cansancio y del olvido en la cumbre de Los Ángeles o el futuro de Haití penderá como espada de Damocles en las Américas. Aquel tercer viernes de mayo recién pasado, en su primera página, el diario newyorkino realzó -cual pirámides egipcias traspuestas en el Gran Caribe- cuán oneroso fue el fardo financiero que Francia impuso a modo de oración fúnebre a Haití cuando este tuvo que pagar nueva vez por algo que era un fait accompli, la libertad del pueblo haitiano.

En efecto, las principales consecuencias fueron:

 

  1. La doble deuda: el rescate y el préstamo para pagarlo. Si bien los derrotados (Francia) son los que pagan las reparaciones, no los vencedores (Haití), a estos se les exigió por un golpe de fuerza y de cañoneras 150 millones de francos franceses a ser pagados en cinco pagos anuales. Dado que el deudor no tenía con qué saldar la deuda, tuvo que recurrir a un grupo de bancos franceses. Fue así cavada la zapata sobre la cual se quiso erigir un Estado que se avecina a la condición de fallido en medio de su empobrecimiento y desarticulación.
  2. Neocolonialismo por deuda. El grupo de corresponsales del NYT calcularon que los pagos hechos a Francia le costaron a Haití entre 21,000 y 115,000 millones de dólares en crecimiento perdido a lo largo del tiempo. Eso representa unas ocho veces el tamaño de toda la economía de Haití en 2020. A decir de uno de los entrevistados, Thomas Piketty, “esta sangría ha perturbado totalmente el proceso de construcción del Estado”.
  3. Un banco foráneo revestido de nacional. Luego de medio siglo, los haitianos finalmente contaron con un banco nacional. Solo que el Banco Nacional de Haití sirvió de amuleto en beneficio de su diseñador, el Crédit Industriel et Commercial, banco privado parisino. En ese papel, según los documentos consultados, Crédit Industriel y sus inversores desviaron decenas de millones de dólares de Haití mientras agobiaban al país con aún más préstamos.
  4. UU. trató a Haití como caja registradora. Cuando el ejército estadounidense invadió el territorio haitiano en el verano de 1915, la explicación vociferaba que Haití era demasiado pobre e inestable para dejarla a su suerte. Noble gesto el estadounidense. Se embarcaban en una misión civilizatoria destinada a poner fin a la “anarquía, salvajismo y la opresión”. Solo al final el general que encabezó las fuerzas armadas extranjeras admitió: “Yo ayudé a que Haití y Cuba fueran un lugar decente para que los chicos del National City Bank recolectaran ganancias”. La nación estadounidense reemplazaría a la francesa, así como el National City Bank fue el antecesor de Citigroup y de Wall Street.
  5. La corrupción. En ese mar caribeño debido a tantos intereses ocultos, se impuso en la vida pública haitiana el flagelo interno de la corrupción. A decir del historiador haitiano Georges Michel, los haitianos “fueron traicionados por sus propios hermanos y luego por las potencias extranjeras”. Y todo debido a una sola causa, la profunda y arraigada cultura de la corrupción.
  6. La historia está escrita por los perdedores. Haití pagó con sangre y con dinero su independencia. Pero los perdedores han desvanecido esa historia, al igual que la de la doble deuda y sus secuelas. Sencillamente Francia solo fue exitosa soterrando esa parte de su pasado, o al menos minimizándola.

¿Podrán esos y otros obeliscos desenterrar en la opinión pública -particularmente en Los Ángeles- el silencio circunstancial que ahora mismo silencia, priva, el estado de cosas haitianas? ¿Los países de Nuestra América, los Amigos de Haití, la comunidad internacional, quienes quiera que uno u otro de esas agrupaciones hoy por hoy, arribarán a un acuerdo respecto al destino haitiano? ¿Por su lado o secundando al país irredento?

Las respuestas están al doblar las hojas del almanaque. Quien espera mucho, puede esperar unos días más. Mientras tanto sugiero prestar atención al vacío en el que descansa la cuestión haitiana.

A mi entender y a la espera también de hechos históricos, el problema de fondo en el contexto internacional es este: seguiremos hablando a propósito de Haití o, por el contrario, alguien reconocido, con conocimiento de causa y autoridad moral de dentro o de fuera le escribirá sin intermediario a ese país como tal. El país en cuestión y sus pobladores son el objeto o los destinatarios del mensaje.

Aludo a esa alternativa, lo que me parece ser el único precedente histórico en la historia del pueblo haitiano. En aquella ocasión se trató de una comunicación franca a la que le faltaba de diplomacia la rudeza que le que le sobraba en una época en la que el metafórico coronel no requería el soporte de una pensión, pues aun le quedaban varios gallos y, por añadidura, sí tenía quien le escribiese.

En julio de 1949, una misión técnica de la Organización de Naciones Unidas escribió un reporte con un mismo objetivo y destinatario final: Haití. De entre sus 327 páginas retengo tres puntos a modo de ufano resumen. Uno de ellos le dice a los haitianos con qué recursos cuentan; otro cuáles dilapidan o desperdician, y el último punto les enuncia con todas sus letras y tildes una vía de mejoría al margen de todas las que -sin ponerle costo financiero- proponen.

Visión de conjunto. La agricultura es claramente el pilar de la economía haitiana y es probable que siga siéndolo durante muchos años la principal fuente de ingresos gubernamentales. Sin embargo, la producción agrícola no es lo suficientemente grande para proporcionar a la población, ya sea directamente o mediante importaciones obtenidas a cambio de exportaciones, la cantidad y tipos de bienes necesarios para mantener un nivel mínimo adecuado de alimentación y vestido. Como los recursos minerales del país son pequeños, el principal problema del desarrollo económico haitiano consiste en mejorar los recursos agrícolas y forestales y aumentar la eficiencia de su utilización (no se hablaba en aquel entonces de sostenibilidad).

 

Un recurso desaprovechado. La educación puede desempeñar un papel importante para liberar al pueblo de Haití de la miseria y el miedo. No obstante, la importancia de orientar la educación para que favorezca el ansiado progreso material de la nación no ha sido plenamente comprendida en el pasado, ni siquiera en los círculos cultos de Haití. La carencia de un código de educación básica con su fundamento político y filosófico educativo dificulta la orientación de los docentes y la evaluación de los cambios en la producción. Los portavoces de la generación más joven sienten que la unidad y el progreso de Haití dependerán para su realización de la creación de una mística nacional, lo que significa una fe apasionada en el destino de la nación haitiana. Mientras esto no se logre, la educación seguirá siendo una tarea pendiente por completo en Haití.

Vía de escape. Dada que la presión continua e implacable de una población en constante crecimiento sobre limitados recursos naturales renovables está a la vista en el horizonte haitiano, la Misión recomienda que se preste atención a la posibilidad de fomentar la emigración como medio de aliviar la aguda presión demográfica. “Hay en la órbita general del Caribe países escasamente poblados —cuya población es en gran parte de la misma estirpe (`stock´) que la de Haití— que han dado a conocer su disposición y deseo de recibir inmigrantes para ayudar a desarrollar sus recursos naturales. La emigración de Haití debería ser preferentemente el traslado de unidades familiares completas desde áreas agrícolas superpobladas para el establecimiento permanente en el país de inmigración, en contraste con la emigración principalmente estacional o temporal que ha tenido lugar en el pasado

Aquella comprensión de un país con tan limitadas alternativas al día de hoy; además de desprovista de recursos humanos idóneos y formados, amén de enfrentados por añadidura a una sola una vía de escape –esa que cruza la frontera terrestre dominico-haitiano, pasa navegando indistintamente por Cuba, las Bahamas, los cayos de la Florida o Puerto Rico, e incluso llega en caravanas lo mismo a Chile que a los ríos Amazonas o Bravo– constituye, por sí solo, un sujeto razonable de preocupación, indignación e inseguridad. Como tal, requiere mayor atención que en cualquier tiempo pasado.

De ahí que Haití, en las cumbres y en los llanos, induzca respeto y solidaridad, cuidado y aprensión, de tantos y en todas partes. Tanto si le escriben, como si no.

Para mayor detalle, el Reporte calcula ese año de 1949 una densidad de población de 300 habitantes por milla cuadrada en Haití y la califica como una más alta que la de la mayoría de las naciones industrializadas del mundo en ese momento Y añade, “pero entre los países y territorios del Caribe, Haití ocupa una posición media en la escala de densidad de población. En República Dominicana la densidad, según estimaciones de población de 1947, era de unos 110 por mil cuadrado, en Cuba de 117, y en Jamaica, con 4,411 millas cuadradas, era de 294, en 1943. En cambio, en Puerto Rico, con 3,436 millas cuadradas, la densidad de población tenía poco más de 600 en 1946; en Guadalupe, con 688 millas cuadradas, era 442, en 1940; en Martinica, con 385 millas cuadradas, fue de 654 en el mismo año; la pequeña isla de Barbados, con sus 166 millas cuadradas, está situada en la parte superior de la escala de densidad con hasta 1.159 personas por milla cuadrada en 1946” (pp. 29 y 31).