El representante especial de la Secretaría General de la OEA en Haití, Cristóbal Dupouy, se sumó a la oleada de críticas a la inacción internacional frente a la aguda situación de total crisis en Haití y apuntó a que la decisión popular de actuar masivamente con mano propia contra los pandilleros es antesala de una violencia incluso aún más extrema.
En una intervención en el seno de una reunión del Grupo de Trabajo del Consejo Permanente, Cristóbal Dupouy se preguntó sobre el papel medular de la OEA: "¿No se creó esta organización precisamente para hacer frente a situaciones como la que está pasando Haití a través de lo establecido en nuestra Carta?".
Recordó que el Artículo 1 de la Carta de la OEA dice que su función es conseguir orden, paz y justicia, promover la solidaridad, defender la soberanía, la integridad territorial y la independencia de cada país del continente.
No obstante, remarcó, una y otra vez las autoridades de Haití han pedido una fuerza multinacional armada de apoyo a su policía, pero la respuesta internacional sigue siendo la inacción.
Cuando un Estado no puede garantizar plenamente su soberanía y cuando la paz y la seguridad de una región están en peligro "esta responsabilidad recae en la comunidad internacional", subrayó Cristóbal Dupouy y opinó que no hay más alternativa que actuar en el más corto plazo.
La OEA lista para actuar
"Nosotros en la OEA -prosiguió- estamos listos para apoyar con los instrumentos de la Convención Interamericana que están fácilmente disponibles para ayudar a los Estados miembros cuando solicitan dicha asistencia".
Dupouy descartó de plano que un país con menos de 9.500 policías como es el caso de Haití puede afrontar tamaño nivel de violencia pandillera sin asistencia externa y alertó que "los ciudadanos se están defendiendo y armando en lo que podría convertirse en una situación explosiva de justicia vigilante expedita y ejecuciones extrajudiciales".
Esto no hace más que mover a Haití "en la dirección equivocada" y así "lo peor puede estar aún por venir a medida que las pandillas se fortalecen y las fuerzas de seguridad se debilitan", alertó.
"No se puede ver a la Comunidad Internacional tan gravemente paralizada mientras Haití sigue cayendo cada vez más rápido en el precipicio", reiteró.
Traducción no oficial de una parte de su intervención
La situación en Haití es grave. El país atraviesa su crisis más profunda desde el regreso de la democracia en 1987. Haití ha tenido el desafortunado récord de haber elegido 10 presidentes durante este período y acordó negociar otros 12 gobiernos interinos y presidentes con los resultados que todos conocemos.
Seamos francos, 35 años desde la transición a la democracia y la inestabilidad política y la constante negociación de cargos electivos nunca han dado los frutos deseados.
Haití se ha deteriorado drásticamente desde principios de año, el predominio de las pandillas en la capital se ha acelerado y extendido a las provincias. La debilidad de la Policía Nacional Haitiana es tan palpable hoy como siempre; la economía está en ruinas, en muchos provincia las instituciones no funcionan, la situación humanitaria se enfrenta a un desenlace desastroso y cualquier perspectiva de que la situación cambie de rumbo está muy, muy lejos.
El descenso de Haití se ha estado gestando durante meses, años, tal vez incluso décadas, pero ahora es acelerado el deterioro.
Cada semana, si no todos los días, llegan informes de Haití sobre escasez crónica de combustible, falta de acceso a alimentos o medicinas, aumento de las dificultades de todo tipo y el horror se ha convertido en la norma.
La ONU ha estimado que más de 530 personas han sido asesinadas en lo que va del año y se han reportado al menos 277 secuestros.
Me temo que estos números solo reflejan la punta de un iceberg. Las cifras son mucho peores, más altas, según muchas fuentes.
Hay factores principales que deben tenerse en cuenta para intentar entender esta prolongada crisis y una proviene de una parálisis política constante que se convierte en un catalizador de pandillas, delincuentes, políticos sin escrúpulos y empresarios para forjar alianzas en el detrimento de la nación.
Mientras prevalece una frágil situación de seguridad en Haití, el nexo entre los grupos criminales y los políticos se hace más fuerte y puede llevar a Haití al borde mismo de un abismo mayor.
Las sanciones internacionales impuestas sobre ciertas personas son un paso importante para luchar contra la impunidad, pero la acción coordinada entre todos los Estados miembros de la OEA contra estos individuos sigue siendo necesaria.
La OEA sigue apoyando a sus socios internacionales en la recopilación de información relacionada con delincuentes que financian pandillas y
otras actividades ilícitas en Haití, pero se puede y se debe hacer mucho más.
Entre los sancionados internacionalmente se contabilizan dos ex presidentes, dos ex primeros ministros, varios senadores y miembros del Parlamento, ministros anteriores y actuales, varios funcionarios gubernamentales y líderes empresariales.
Esto es solo lo visible; la relación delincuentes-políticos-empresarios es más profunda y fluye a través de varios sectores de la sociedad. Esta relación se ha vuelto tan perversa que se ha tornado extremadamente difícil contrarrestar.
El vacío político ha llevado a que el monopolio de la violencia deje de estar en el Estado. Estas pandillas, actores no estatales, ostentan el uso de la violencia y con ella controlan franjas enteras del país, socavando aún más la capacidad del Estado para imponer incluso la apariencia de orden y de justicia. La presencia del Estado se ha tornado insignificante.
Incluso se niega el acceso humanitario a gran parte del país.
La pregunta que les hago, ahora que hemos tenido tiempo suficiente para informarnos exhaustivamente sobre lo que está sucediendo en Haití: ¿Cuál va a ser la postura que asumiremos colectivamente en este tema en particular?
Permítanme ser franco con ustedes como siempre lo he sido. Haití ha solicitado a la ONU y a la OEA en octubre del año pasado asistencia para frenar el nivel masivo de violencia que aqueja al país, pero después de meses de discusiones la aguja no se ha movido y Haití continúa en esta espiral.
¿Cuáles son las respuestas institucionales que estamos en condiciones y somos capaces de dar hoy aquí en la OEA? No veo ningún escenario donde haya un resultado viable para Haití sin la consiguiente presencia internacional sobre el terreno, para aliviar el sufrimiento del pueblo haitiano.
Cualquiera que sea la forma que esto pueda tomar al menos debe discutirse para dar una respuesta hemisférica a la tarea que nos ha encomendado Haití.
Entendemos la dificultad que se avecina, pero no debemos rehuir una discusión sobre cuestiones de seguridad que atañen a un Estado miembro, especialmente cuando es el Estado el que está solicitando una asistencia.
Estoy convencido de que no hemos estado hablando a oídos sordos, pero luchamos por entender por qué se ha tardado tanto en abordar la necesidad de acción que Haití necesita tan desesperadamente.
Hay ejemplos de otras iniciativas para apoyar a países en crisis, para las cuales la asistencia no ha tenido que pasar por caminos tan tortuosos.
¿No es el pueblo haitiano víctima de una agresión que está quebrantando la paz en la región?
El ministro de Relaciones Exteriores de Haití ha afirmado lo mismo en numerosas ocasiones, incluso aquí en la OEA. ¿No se creó esta organización precisamente para hacer frente a situaciones como la que está pasando Haití?
“Conseguir orden, paz y justicia, promover la solidaridad […] y defender la soberanía, la integridad territorial y la independencia” es lo que afirma el Artículo 1 de la Carta de la OEA.
La soberanía estatal implica la obligación de proteger a su propio pueblo, pero cuando un Estado no puede hacerlo plenamente y la paz y la seguridad de una región está en peligro, esta responsabilidad recae en la comunidad internacional.
En el caso de Haití, sus autoridades han solicitado reiteradamente una
fuerza especial de apoyo a la Policía Nacional. Algo que se vuelve urgente a la luz de lo que continúa ocurriendo en Haití.
Como han declarado muchos países del hemisferio, siguen dispuestos a ayudar a Haití en el frente de seguridad. A la vez, nosotros, en la OEA, estamos listos para apoyar los instrumentos de la Convención Interamericana que están fácilmente disponibles para ayudar a los Estados miembros cuando solicitan dicha asistencia.
En un país de 12 millones de habitantes que cuenta con menos de 9.500 policías me pregunto cómo Haití podría afrontar solo esta insuperable tarea.
Los ciudadanos se están defendiendo y armando en lo que podría convertirse en una situación explosiva de justicia vigilante expedita y ejecuciones extrajudiciales, moviendo a Haití, una vez más, en la dirección equivocada.
Lo peor puede estar aún por venir a medida que las pandillas se fortalecen y las fuerzas de seguridad se debilitan.
No se nos puede ver, a la Comunidad Internacional, tan gravemente paralizada cuando en Haití la situación sigue deteriorándose cada vez más rápido.