La vida cambió drásticamente para los habitantes de Nagorno Karabaj hace ocho meses. Un bloqueo humanitario y un posterior ataque de Azerbaiyán obligó a huir a decenas de miles de personas. Más de 100.000 refugiados ahora luchan por adaptarse en Armenia, enfrentando enormes desafíos emocionales y prácticos. En France 24 recogemos la historia de tres de ellos, que intentan reescribir un nuevo capítulo de sus vidas a pesar de la nostalgia.

Hace ocho meses, la población armenia de Nagorno Karabaj fue forzada a cerrar un capítulo. El bloqueo humanitario, que Azerbaiyán instaló en la región, culminó con un ataque a gran escala que incitó el desplazamiento de la población armenia. En septiembre de 2023, Armenia acogió a más de 100.000 habitantes de este territorio que, en menos de una semana, quedó desolado. En la actualidad, las tropas azerbaiyanas controlan Nagorno Karabaj. A menudo, los karabajíes siguen por medios de comunicación azerbaiyanos lo que allí sucede, mientras intentan sortear las dificultades propias de una población refugiada.

La mayoría de los habitantes se ha instalado en diferentes sitios de Armenia. Aunque, según algunas fuentes, aproximadamente 20.000 personas se han ido del país en busca de nuevas oportunidades. En el presente, más de 85.000 personas han aplicado para recibir la documentación que les otorga la condición de refugiados temporales. Por su parte, el Estado ha implementado programas de asistencia que colaboran a amortiguar sus gastos. Sin embargo, la conmoción y el impacto psicológico del destierro, además de los problemas de vivienda y empleo, representan una cuota significativa de los desafíos de adaptación. Esta es la historia del éxodo, la adaptación y la nostalgia de tres de ellos.

"En mente siempre estamos en Nagorno Karabaj" 

Armo Avetisyan muestra las instalaciones de su nueva bodega en Ereván. Junto a su hermano Grisha, continuaron con el legado vitivinícola de su abuelo, quien se dedicó a esta actividad desde 1930. En el pueblo Togh de la región de Hadrut contaban con varias hectáreas de la cepa tradicional de Nagorno Karabaj, khndoghni. En esta región se libraron las batallas más acaloradas en la guerra de 2020. De hecho, fue una de las que primero cayó ante Azerbaiyán. En ese entonces, Armo y el resto de los hombres del pueblo se encontraban en la aldea intentando resistir los ataques e impedir el avance de las tropas azerbaiyanas. Luego del retroceso del Ejército armenio, permanecer fue insostenible.

Armo relata que se apresuraron para huir y sólo pudieron rescatar diez mil botellas de su vino reserva. El resto de la bodega quedó intacto. Meses más tarde, medios de Azerbaiyán hacían referencia a la producción de vino por parte de azerbaiyanos en aquella bodega que por años llevó el nombre Kataro.

En la posguerra, a pesar de haber instalado su bodega a algunos kilómetros de Ereván, traían la uva khndoghni desde los campos de Nagorno Karabaj. Aquellas tierras, que permanecían aún bajo el control armenio, se ubicaban a corta distancia de los puestos militares azerbaiyanos. Según Armo, los trabajos de cosecha y poda representaban un gran desafío.

Los trabajadores cosechaban rodeados de las tropas pacificadoras rusas, que se paraban allí con sus armas para proteger a los campesinos de los tiroteos, menciona el enólogo.

Armo recorre la bodega esquivando mangueras en el suelo y remarca la agilidad con la que instalaron los tanques de acero y la maquinaria necesaria para recibir las uvas de Artsaj (Nagorno Karabaj) al momento de la vendimia. “Tuvimos muchas dificultades. En mente siempre estamos en Nagorno Karabaj. Fue difícil dejar todo y de repente aparecer aquí”, expresa. Pese a las complejidades del destierro, supo que debía seguir adelante. Llamó a sus antiguos trabajadores y los contrató nuevamente.

“Al principio, recibimos ayuda del Gobierno de Nagorno Karabaj, pero cuando cayó, perdimos todo”, cuenta Armo.

Posteriormente, un amigo les ofreció un terreno a algunos kilómetros de Ereván. Sin embargo, no recibieron la autorización correspondiente del Gobierno armenio para modificar su estatus y habilitar la construcción de la bodega. Más adelante, mediante préstamos bancarios, lograron instalarse en su bodega actual y están realizando las primeras pruebas para plantar la cepa karabají en Armenia.

Armo suelta una sonrisa cuando recuerda el festival del vino organizado por su hermano Grisha en Togh. Su rostro se ensombrece nuevamente cuando el panorama actual vuelve a su mente. “No entiendo nada”, expresa.

Entonces, sus tres hijos varones aparecen en el relato. ecuerda su desesperación cuando cada uno estaba en trincheras diferentes durante la guerra de 2020. Armo asegura que si empieza una nueva guerra los tres irán al frente de batalla. “Siempre tengo eso presente y para no pensar me concentro en el trabajo”, concluye.

"La culpa de dejar la patria en cautiverio siempre me acompaña"

A 20 kilómetros de la capital armenia se impone un paisaje montañoso que alcanza los 1.500 metros de altura. Hatsavan es la aldea previa al área de Garni, donde se encuentra el único templo pagano de Armenia que data del siglo I d.C., y que cuenta con poco más de 600 habitantes.

Después de su desplazamiento de Nagorno Karabaj, la familia de Heghinar Grigoryan encontró refugio en este pueblo. Heghinar es maestra de lengua armenia y consiguió un puesto en la escuela de Hatsavan.

Los sonidos típicos del campo se filtran por la ventana del aula. La atención de los diez niños acomodados en sus bancos se centra en la joven maestra. Sobre el escritorio reposa una estatuilla de madera que reproduce el monumento 'Somos nuestras montañas' ubicado en Stepanakert, la capital karabají. Heghinar cuenta que ésta fue una de las pocas cosas que pudo traer de Nagorno Karabaj.

Su mirada se intensifica aún más al recordar lo que atravesó el año pasado. “La culpa de dejar la patria en cautiverio siempre me acompaña. Creo que eso es bueno, porque al menos de esa manera mantengo viva a Artsaj en mi corazón y mente”, afirma Heghinar. La maestra agrega que se niega a pasar la página de la injusticia por la que ha atravesado la población armenia desde 2020.

La maestra está absorta en sus pensamientos y parece imperturbable ante el bullicio de los niños que gozan del recreo en los pasillos del colegio. Destaca la cálida acogida al cruzar la caravana del corredor de Lachin por última vez.

Adaptarme a Armenia no fue fácil, aunque siento que estoy en mi tierra natal y que simplemente me mudé de una parte a otra, señala Heghinar.

De inmediato, sus palabras se enfocan en cómo su trabajo de enseñar y el contacto con los niños la sacaron del aislamiento y del enfado de saber que ya no podría regresar a su hogar.

Heghinar proyecta brindar clases de armenio virtuales, especialmente para los armenios de la diáspora. Se niega a probar suerte en el extranjero, incluso en el caso de que su familia decida emigrar.

La joven aprecia el típico relieve caucásico que rodea la escuela. El timbre anuncia el fin del recreo, pero ella no se percata y continúa su relato. Entonces, cita a uno de sus escritores armenios preferidos: "Ser libre en tierra extranjera es un cautiverio; ser prisionero en la patria es libertad"1.

"Me hace sufrir mucho que no tengo patria"

Naira Avetyan es la madre de una familia numerosa desplazada de la ciudad de Shushi luego de la guerra de 2020. Desde entonces, se ha establecido en Armenia. Por medio de una colecta de fondos organizada por sus allegados, la familia adquirió una parcela de terreno en el pueblo Nor Geghi, en la provincia armenia de Kotayk. Desde entonces, su esposo y sus hijos han levantado las paredes de la nueva vivienda. Naira asegura que aún queda mucho trabajo por hacer, a pesar de que hace más de tres años que han comenzado la obra. Su avance depende de lo que cada miembro de la familia puede aportar de sus salarios.

Todos los domingos, Naira concurre a misa en la iglesia que se encuentra a menos de 20 metros de su hogar. Este es el único día que no abre su pequeño local situado en la zona urbanizada más próxima. Naira, junto a su sobrina, ha emprendido una tienda de jnkyalov hats, unos panes típicos de Nagorno Karabaj preparados con masa fina rellenos con más de una decena de hierbas. Mientras se coloca el delantal con diseño armenio, Naira lamenta que el resultado final no es el mismo, ya que hay hierbas que solo crecen en Nagorno Karabaj.

La mujer admite que enfrentó numerosos problemas de adaptación el primer año viviendo en Armenia.

Quiero adaptarme como pueda, porque no hay esperanzas de volver a mi patria, afirma Naira.

Naira esparce la harina sobre la masa y la estira con fuerza. Cuenta que en Nagorno Karabaj ejercía la profesión de contadora. “Todos los días me imagino en nuestro patio, en la cocina. Me hace sufrir mucho que no tengo patria”, lamenta.

Su tienda es un contenedor en medio de una plaza. Naira prende la plancha y el ambiente se calienta en minutos. A unos metros de distancia, algunos de los que esperan el transporte público en la parada se acercan a comprar lo que Naira produce.

La mujer comenta que tiene intenciones de ampliar su producción con productos más populares en Armenia. Se sacude las manos con harina y atiende a un hombre que le habla en dialecto karabají. Luego, controla la cocción de los panes apoyados sobre la plancha caliente. “Sólo nos queda Armenia, que también es nuestra patria”, indica. Levanta el rostro y cuenta que su hijo está esperando una niña. Una clienta al otro lado de la ventanilla la felicita. Ella sonríe y le entrega su bolsa con panes calientes.

 

1 Paruyr Sevak (1924-1971)